Basándose en un manga japonés de éxito internacional, el escritor de esta adaptación es el guionista francés Quoc Dang Tran (Call my agent!, Paralelos desconocidos). La ficción está dirigida en sus ocho capítulos por el realizador israelí Oded Ruskin (Beauty and the Baker, Absentia), y se centra en el “concurso enológico” ideado por Alexandre Léger, multimillonario creador de una famosa guía de vinos, para dirimir quién heredará su legendaria bodega.
Como sucede en otras series recientes, Las gotas de Dios se caracteriza por el empleo de varios idiomas –francés, japonés e inglés–, que se alternan en los rápidos saltos entre continentes que expresan un mundo cada vez más “globalizado”. Destaca asimismo el frecuente –e incluso excesivo – recurso a los flashbacks para ilustrar las relaciones entre los protagonistas.
En el diseño de producción y en la escritura de los personajes desempeña un papel central la contraposición entre Francia y Japón. Por un lado, el colorido y la luz de las viñas francesas, por otro, la fría tonalidad de los interiores en Tokio. También hay un contraste psicológico entre los candidatos a heredar la empresa muy aprovechado dramáticamente. El carácter mediterráneo y fogoso de Camille entra en conflicto con la contención de Issei, en un duelo interpretativo muy sutil entre la francesa Fleur Geffrier (Goliath, Das Boot: El submarino), y el japonés Tomohisa Yamashita (Tokyio Vice, The Head). Destaca especialmente cómo el director se apoya en el trabajo de composición de estos actores, para lograr que exterioricen las emociones que olores y sabores despiertan en sus personajes.
Si la “acción” exterior trata del mundo vitivinícola, en la trama subyacente Las gotas de Dios se centra en las relaciones entre padres e hijos, que se muestran de forma poliédrica. En este recorrido dramático hay una insatisfacción vital ante el exceso de autoridad y la manipulación que resulta muy actual.