A sus 80 años, el veterano cineasta Jaime Chávarri (Las bicicletas son para el verano, El año del diluvio) adapta la novela de Fernando Aramburu Ávidas pretensiones. Todo gira en torno a unas jornadas poéticas que congregan cada año, en una casona rural –mitad parador, mitad convento–, a un grupo de autores, y que terminan con la entrega de un galardón: la manzana de oro. La reunión es de lo más variopinta: desde “el último poeta antifranquista vivo”, hasta una pareja de lesbianas influencers. Además de los versos, los celos, plagios, las envidias y los cruces sexuales serán los protagonistas de estas jornadas.
A pesar de su consistente reparto, es casi inevitable contemplar La manzana de oro sin la sensación de quien observa un cine que remite al pasado, una cinta que parece haber sido rodada hace un siglo, una película española de las que –felizmente– han dejado de hacerse. El origen literario del guion subraya además el artificio y el acartonamiento de los temas y los personajes.
Nada resulta natural: detrás de cada fotograma se perciben las costuras de la producción cinematográfica. Pero es que tampoco hay nada especialmente profundo, interesante o jocoso, que son las excusas que un cineasta puede esgrimir cuando se dispone a rodar una película que discurre por un cauce literario y se representa como una obra teatral.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta
