Estados Unidos. Fuerte crisis económica y un férreo control estatal. Cada año, cincuenta jóvenes –uno por Estado– son elegidos por sorteo entre numerosos voluntarios para participar en la peculiar competición televisada “La larga marcha”. La regla es simple: caminar a una velocidad mínima de cinco kilómetros por hora. Si no se cumple, una advertencia; a la tercera, alguno de los soldados que los escoltan desde cuatro carros de combate les dispara a bocajarro, dejándolos tirados en la carretera. Al único ganador se le promete una riqueza extraordinaria.
La historia está tomada de una novela de Stephen King, escrita con el pseudónimo de Richard Bachman. La película la dirige Francis Lawrence, realizador a su vez de Los juegos del hambre. Pero, a diferencia de esa franquicia, que, dentro de su lógica interna, mantiene cierta verosimilitud, en La larga marcha cuesta conectar con lo que sucede, y aún más conforme avanza la caminata.
El problema fundamental es que, aunque la historia intenta criticar la deshumanización mecanicista y resaltar el valor de la amistad, la buena intención queda diluida en la brutalidad de la violencia y en la sordidez de algunas escenas.
Jaume Figa Vaello
@jaumefv