En 2021, las imágenes del maltrato animal que se daba en el interior del laboratorio Vivotecnia se hicieron públicas y motivaron el cierre del centro durante unos meses. Hay una investigación cuyo caso sigue hoy en día a la espera de juicio. La responsable de la grabación de esas imágenes era Carlota Saorsa, nombre ficticio de una activista que se infiltró durante 18 meses en el centro, y cuya historia recoge ahora el documental dirigido por Pablo de la Chica.
De la Chica tiene a su favor que la principal protagonista de la historia accedió a entrevistarse con él y cederle sus grabaciones. Juega en su contra que de primeras podría parecer que el interés por el maltrato animal se limita a un público reducido, activista y algo ideologizado.
El director ha trabajado consciente de sus fortalezas y de sus debilidades, y ha conseguido un producto más que solvente que engancha y convence a un público general, que explota bien el material de los animales sin recrearse en la crudeza (aunque el espectador sí que se verá obligado a apartar la vista más de una vez), y que se centra en los aspectos que pueden escandalizar a cualquiera y no solo a un público antiespecista.
Para proteger la identidad de Carlota Saorsa, actual testigo protegido del caso, el documental ha recurrido a Goize Blanco, que interpreta de manera fiel las conversaciones que la activista mantuvo con Pablo de la Chica. Y, aunque en los momentos de entrevista el recurso es un auténtico acierto en el que Goize Blanco brilla, fracasa en sus escenas más artificiales, como las recreaciones en las que intenta darle un toque de thriller al documental.
Sin embargo, el documental aguanta este pequeño patinazo porque la experiencia de Carlota es una gran historia que, aunque podría haber sido enriquecida con otras declaraciones que aportaran más contexto y matizaran ciertas posturas más discutibles, consigue hacer reflexionar hasta al más escéptico.