Bruce Farrer es hoy un jubilado de 81 años con una salud de hierro que dedica sus días a mantener la granja donde vive, en Fort Qu’Apelle, una pequeña ciudad rural en el centro-sur de Canadá. Pero durante más de tres décadas fue profesor de historia de la escuela local, y allí desarrolló la “hazaña” que cuenta este documental. Cada año, pedía a sus alumnos de entre 14 y 15 años una peculiar tarea: debían escribir una carta –al menos de diez hojas, de puño y letra– cuyos destinatarios serían ellos mismos, solo que veinte años después. Farrer las conservaría todas, y se las haría llegar en el momento oportuno, allá donde se encontraran entonces.
El documental fluye por dos cauces que se van entrelazando. Por un lado, recoge los testimonios de algunos de aquellos estudiantes, que cuentan cómo se han desarrollado sus vidas en comparación con lo que expresaban en aquellas cartas: ilusiones cumplidas o nunca alcanzadas, problemas superados, circunstancias –algunas dramáticas– que no se esperaban; en general, muchas lágrimas, aunque más de alivio que de desesperación. Por otro lado, como si fuera una trama detectivesca, la cámara sigue al viejo profesor en su búsqueda de Brittany, la destinataria de la última carta que le queda por entregar, con la que dará por concluida su tarea tras más de 50 años.
La unión de estos dos tempos, el reflexivo y emocionalmente intenso (a veces, quizás, demasiado sentimental) de los testimonios, y el mucho más ágil de la búsqueda de Brittany, le dan dinamismo al montaje. La belleza de los paisajes y de la minimalista banda sonora –un homenaje a los pueblos indígenas que durante siglos habitaron Fort Qu’Apelle– subrayan de forma sutil, pero efectiva, el lirismo que impregna todo el metraje.
Pero quizás el mayor logro del documental es saber transmitir la importancia de la memoria y de aprovechar cada momento –tempus fugit– sin caer en esa sobreexplotación de la melancolía y la nostalgia tan característica de la época actual. En buena medida, lo consigue gracias a que las personas que dan sus testimonios son hombres y mujeres normales, con problemas y sueños comunes, que no pensaban, ni entonces ni ahora, en “pasar a la posteridad”. Pero en esas vidas, que podrían ser las nuestras, hay lucha, hay caída, hay redención, hay belleza.
Lo mismo que en el heroísmo callado y perseverante de Farrer –en el que se intuye un fondo de fe–. Él con su labor, y sus alumnos con sus recuerdos, ofrecen un mismo testimonio: la mejor forma de vivir es olvidarse un poco de uno mismo y dedicarse un mucho a los demás.