Competencia oficial

Competencia oficial

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ESTRENO25/02/2022

Un maduro empresario multimillonario quiere pasar a la Historia y piensa que, para conseguirlo, nada mejor que financiar una película con artistas de renombre. Para eso ficha a una directora archiconocida y a dos famosísimos actores. Pronto estallará entre ellos una tremenda guerra de egos.

En Un ciudadano ejemplar, los argentinos Gastón Duprat y Mariano Cohn demostraron su buena mano para la farsa y para poner de vuelta y media todo el esnobismo que rodea –o puede rodear– el mundo de la cultura, en concreto, el mundo literario. La película acababa siendo una hilarante y feroz radiografía sobre la vanidad de los escritores y la feria que puede llegar a montarse alrededor de los premios culturales.

Competencia oficial parte de una premisa similar, aunque, en este caso, el foco se pone en un mundo todavía más dado a la afectación, el orgullo, el postureo y la apariencia: la industria del cine. En clave de farsa, es decir, de manera un tanto exagerada y subrayada, la película describe los mecanismos que se activan en unas vidas –las de directores y actores– que viven sometidas al escrutinio y aceptación de los espectadores. Unos espectadores que pueden pasar rápidamente de seguidores a haters.

La cinta es cruel en la disección y excesivamente oscura en su desenlace, pero, especialmente en su primera hora de metraje, contiene momentos brillantes apoyados en un guion ingenioso y ácido y en el oficio del trío protagonista; tres actores magníficos que bordan unos personajes extremos.

La segunda parte es infinitamente más floja: la farsa se estira demasiado, hay un exceso de metraje y una breve trama lésbica que maltrata con el ridículo al personaje de Irene Ballesteros.

A pesar de todo, es una película interesante en su crítica y que refleja bien el camino sin retorno de quien se deja llevar por el ego. Un riesgo que, por cierto, tenemos todos los mortales, no solo los actores de cine.

Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta

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