A pesar de su reciente divorcio y de tener dos hijos pequeños a su cargo, María se enamora locamente del atractivo Sigmund. Los dos forman una compenetrada pareja y amplían la familia con dos nuevos hijos. Pero siete años después, las cosas se estropean.
Después de dos décadas dirigiendo cortometrajes, la noruega Lilja Ingolfsdottir debuta con esta interesante –aunque irregular– película sobre las relaciones de pareja. Cinematográficamente, destaca sobre todo una buena dirección de actores, el carisma de la protagonista –Helga Guren–, que lleva casi todo el peso de la historia, y un guion que recrea con verosimilitud una crisis de pareja muy normal, muy cotidiana y, sin embargo, escasamente vista en una pantalla grande. Hay momentos, de hecho, en que el espectador, más que ver una película, puede sentir que se está colando en una sesión de mediación familiar. Y esto no es despectivo. Al contrario, pocas cosas pueden tener más emoción que el retrato de la psicología, los miedos y los sueños de un ser humano. El guion de Ingolfsdottir tiene la virtud, además, de no aceptar de manera acrítica el discurso políticamente correcto que sitúa la mayoría de las veces a la mujer como víctima. Aquí –como en la vida–, culpas y méritos hay en las dos partes.
Es cierto que, en el tramo final, la cinta se resiente con una conclusión algo torpe y desmadejada. Pero se le perdona, porque tiene mucho mérito mantener al espectador pegado a la pantalla absorbiendo 101 minutos de intensa terapia.