Reafirmar la identidad cristiana y árabe en armonía con los musulmanes «El problema no es la convivencia entre cristianos y musulmanes, sino la ocupación extranjera»

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Concluye en el Vaticano el sínodo especial para el Líbano
Reafirmar la identidad cristiana y árabe en armonía con los musulmanesRoma. El Líbano es el único Estado árabe donde cristianos y musulmanes gozan de igualdad jurídica, hasta el punto que su esencia como país es precisamente esa armonía pluralista. Sin embargo, los efectos de más de quince años de guerra (1975-1990) y de acuerdos internacionales incumplidos hacen que el País de los Cedros atraviese todavía una grave crisis. La contribución de la Iglesia a la reconstrucción moral y material del Líbano fue el tema del Sínodo especial de los obispos, que se celebró en el Vaticano del 26 de noviembre al 14 de diciembre.

El Sínodo fue convocado por el Papa 12 de junio de 1991. En principio, y en atención a la dramática experiencia que había sufrido la nación, se albergaba el deseo de celebrarlo en el propio territorio, pero la idea se rechazó tanto por motivos de seguridad como para facilitar al Papa su presencia en todas las sesiones. Si bien parte de la opinión pública libanesa recibió la convocatoria con cierta indiferencia, la atención por el Sínodo fue creciendo como demuestra la presencia en el Vaticano de treinta y nueve enviados especiales de medios de comunicación del país.

Líbano tiene una extensión de 10.452 kilómetros cuadrados y una población que se estima en poco más de tres millones de habitantes. Actualmente, de todas formas, no se hacen censos porque todavía han vuelto pocos de los que se exiliaron temporalmente, a los que no se puede considerar emigrados definitivos. Oficialmente, el Estado considera a musulmanes y cristianos al cincuenta por ciento.

Aunque la nación se proclamó en república en 1922 y alcanzó su plena independencia en 1946, se puede decir que siempre ha gozado de amplios márgenes de autonomía, incluso cuando formaba parte del imperio otomano. Líbano es miembro fundador de la ONU y de la Liga de Estados Árabes.

Un «pacto nacional» no escrito da igualdad de derechos a cristianos y musulmanes, y distribuye equitativamente los cargos públicos en razón de la comunidad de pertenencia. Se trata de un peculiar sistema comunitario, de una democracia consensual donde se ejerce la representación a través de la pertenencia religiosa. No existen partidos aconfesionales.

Más que un país, un mensaje

El interés de Juan Pablo II por el Líbano había quedado de manifiesto en sus más de cien llamamientos públicos a favor de la paz en el país. Entre ellos se incluyen cartas a numerosos jefes de Estado y responsables de organismos internacionales, al episcopado mundial, un mensaje a todos los musulmanes, e incluso la convocatoria de una «jornada universal de oración por la paz en el Líbano», celebrada en otoño de 1989. Para Juan Pablo II, el Líbano «es más que un país; es un mensaje de libertad y ejemplo de pluralismo tanto para Oriente como para Occidente», justamente por el secular modelo de colaboración entre cristianos y musulmanes.

Sobre esa descripción del Líbano como mensaje han reflexionado ampliamente los más de setenta participantes en el Sínodo, entre los que figuraban seis representantes de otras confesiones cristianas y tres de comunidades musulmanas (sunnitas, chiítas y drusos). El mosaico libanés es, sin duda, uno de los más sugestivos del mundo con sus doce comunidades cristianas (seis católicas, cada una con su propio rito, entre las que destaca la maronita) y cinco musulmanas. El árabe ha sido uno de los idiomas más usados durante los veinte días de trabajo.

Punto de referencia para Oriente Medio

Los resultados del Sínodo serán recogidos por el Papa en una exhortación apostólica, que será presentada por el mismo Santo Padre en tierra libanesa, como ya hizo el pasado mes de septiembre con la exhortación Ecclesia in Africa, fruto del Sínodo africano (ver servicio 121/95). Se podrá realizar así, posiblemente en 1996, su anhelado viaje al país. Y es que, después de varios intentos, parecía que la visita era viable a finales de mayo de 1994, pero el proyecto se tuvo que suspender con pocas semanas de antelación. El recrudecerse del clima de tensión hacía muy difícil que el Papa pudiera efectuar un viaje pastoral a fondo y encontrarse libremente con todas las personas. En febrero, una bomba había causado once muertos y sesenta heridos en un templo católico.

La puesta en práctica de las líneas generales no esperará, sin embargo, la publicación del documento. El mensaje final, presentado en una rueda de prensa presidida por el cardenal Nasrallah Pierre Sfeir, patriarca de Antioquía de los maronitas, sintetiza los puntos centrales. Se trata de unos resultados que, en palabras del cardenal Achille Silvestrini, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, «van más allá de las expectativas iniciales y serán un punto de referencia para todas las Iglesias de Oriente Medio».

Unidad y diversidad

El mensaje señala la necesidad de la unión entre las distintas comunidades católicas. Habrá que crear si es preciso las estructuras necesarias, pero sobre todo «una nueva mentalidad» que lleve a la «preocupación constante por subrayar la unidad, en el respeto de la diversidad». Esa apertura se debe reflejar también en la solicitud por las demás comunidades católicas de Oriente Medio y África, por los emigrantes y refugiados, y por las demás Iglesias cristianas, con las que existen tradicionalmente buenas relaciones.

Atendiendo a la especificidad del Líbano, con su organización política y social según las comunidades, los padres sinodales piden a los fieles que no instrumentalicen esa pertenencia para disputarse puestos públicos, en detrimento de la competencia y cualidades necesarias para ocuparlos. «Seríamos felices si las demás comunidades hicieran otro tanto».

Restablecer la soberanía

El mensaje subraya la importancia de la vocación de los laicos en la construcción de las realidades temporales. Entre los campos donde ese trabajo resulta más urgente se menciona «el apoyo moral y material a los futuros matrimonios y a las familias en dificultad», especialmente fomentando iniciativas para facilitar viviendas asequibles (actualmente prima la especulación, con precios imposibles). El Sínodo se propone multiplicar esas iniciativas y seguir poniendo a disposición, para ese fin, terrenos propiedad de instituciones eclesiásticas.

Por lo que se refiere a «nuestra independencia y soberanía», el mensaje constata que «no hay nada más desmoralizador para el pueblo libanés que el sentimiento de no ser dueño de su propio destino. Este sentimiento, que paraliza la vida nacional, retrasa el retorno de los emigrados y sigue fomentando la salida al exterior.» «Es necesario restablecer la soberanía del país en su territorio, liberándolo de la ocupación israelí (…). Por otra parte, la paz interna se debe traducir en la salida de las fuerzas sirias y en la extensión de la presencia de ejército libanés en todo el territorio nacional».

El respeto de los derechos humanos está en el centro de la renovación del Líbano. Los padres sinodales piden al Estado que «se ponga fin a los arrestos arbitrarios, que se suprima la tortura, que se libere a las personas encarceladas por motivos políticos, que se aclare la suerte de los desaparecidos, que se ponga en condiciones de poder volver y vivir en condiciones de seguridad a cuantos han sido alejados del Líbano sin procedimientos judiciales, que se restablezca la igualdad de todos ante la ley y la justicia».

Monseñor Béchara Raï, obispo de Byblos«El problema no es la convivencia entre cristianos y musulmanes, sino la ocupación extranjera»No existen problemas de convivencia entre cristianos y musulmanes, según afirma en esta entrevista monseñor Béchara Raï, obispo maronita de Byblos (Jbeil), de 55 años, que ha presidido la Comisión para la Información durante la asamblea sinodal. La crisis que paraliza el país, añade, tiene su origen en la presencia extranjera, condenada reiterada e inútilmente por los organismos internacionales.

– Acabada la guerra, el interés por el Líbano se ha diluido en la prensa internacional. ¿Cuál es hoy el estado real del país?

– Nos encontramos con una situación de acuerdos violados en lo que se refiere a aspectos tan esenciales como la integridad territorial, la soberanía y la independencia. Israel ocupa una parte del sur, a pesar de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, concretamente la 425, de 1978, y la 509, de 1982, que ordenan a Israel abandonar el territorio del Líbano «incondicional e inmediatamente».

Por otra parte, todavía permanecen en más de dos tercios del país cuarenta mil soldados sirios, que debían haber iniciado una retirada programada después de los acuerdos de Taef, de 1989, y ser sustituidos por el ejercito libanés. Además, la resolución 520 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, de 1982, ordena que todas las fuerzas armadas no libanesas abandonen el territorio del país. A pesar de todo, todavía no se ha hecho nada. A esto hay que añadir la situación de los refugiados palestinos en el Líbano.

– ¿Cuántos son?

– Se calcula que en torno al medio millón. No hay que olvidar que se trata de un pueblo que ha sido expoliado de sus derechos, herido en su dignidad y, por tanto, un pueblo «rebelde»: como no pueden rebelarse contra la comunidad internacional o Israel, se rebelan contra la sociedad libanesa. Este fue el problema que hizo estallar la guerra en el Líbano en 1975: querían sus derechos en Palestina, no los obtenían y cargaron su descontento en nuestro país. Suponen un grave problema. Si no se da una solución justa a los palestinos, se corre el peligro de que se implanten en el Líbano. Como son casi todos musulmanes, su presencia alteraría el delicado equilibrio demográfico de nuestro país, que se basa en una distribución al 50 % del poder político y administrativo entre cristianos y musulmanes. Además, ese medio millón incide sobre un país que atraviesa una dura crisis económica: ¿cómo podrán subsistir si los mismos libaneses se ven obligados a emigrar para vivir? Dicen que quieren volver, pero, por desgracia, en los acuerdos de Gaza y Jericó, entre israelíes y palestinos, no se habla de ellos. El hecho indiscutible es que el Sur del Líbano sufre continuos ataques del ejército israelí.

Un país por reconstruir

– ¿Podría ofrecer algún datos sobre la envergadura de la crisis económica?

– La clase media, que constituía en los años ochenta el 85% de la población, ha desaparecido. Un tercio de la población está por debajo del umbral de pobreza, establecido internacionalmente en 600 dólares al mes para una familia de cinco personas. El desempleo, que antes no existía en el Líbano, alcanza ahora el 25%. Por lo que se refiere al regreso de los refugiados, que rondan entre los seiscientos y setecientos mil, en su mayoría cristianos, sólo ha vuelto un 15%. En los acuerdos de Taef se estableció que la comunidad internacional y los países árabes se comprometían a crear un fondo monetario para ayudar al gobierno libanés a reparar las infraestructuras y para ayudar a los refugiados a volver. Han pasado seis años y hasta el momento no se ha hecho nada.

– A pesar se la crisis y del paro, se habla de una masiva presencia de trabajadores sirios…

– Se calcula que son millón y medio los sirios que trabajan en Líbano. Y no entra sólo mano de obra: también son sirias las empresas más importantes que trabajan en la reconstrucción. Entre Líbano y Siria no existen ni siquiera relaciones diplomáticas, porque las autoridades sirias lo rechazan, ya que afirman que no hace falta pues «somos un mismo pueblo». Hoy quien manda en el Líbano son ellos. El gobierno libanés no goza de autonomía. Las decisiones se toman en Damasco, aunque se hagan pasar luego a través de las estructuras estatales libaneses. Nosotros queremos vivir una buena vecindad con Siria, pero ahora el Líbano da y no recibe nada a cambio.

– ¿Cómo se puede salir de esta situación de crisis?

– Las vías son muy fáciles, sólo es necesario buena voluntad. Es preciso liberar el país, aplicando las tres resoluciones del Consejo de Seguridad y los acuerdos de Taef. Son acuerdos jurídicos respaldados por la comunidad internacional y la Liga Árabe. No hay ningún motivo para no aplicarlos. Es lo único que pedimos. De lo demás ya nos encargamos nosotros: el libanés es un pueblo vital, trabajador y creativo.

«Queremos la paz juntos»

– ¿Cómo es el clima social, la convivencia diaria, entre cristianos y musulmanes?

– De completo entendimiento, a pesar de todo lo que ha ocurrido en estos años de guerra. Apenas se dijo «la guerra ha terminado» y se eliminaron las barreras, la población se ha reunido totalmente. No existe ningún problema a nivel social y humano. Cristianos y musulmanes se encuentran en contacto diario en el mercado, el trabajo, las escuelas. Este hecho demuestra que la guerra no fue guerra civil, ni mucho menos guerra religiosa, como se la ha presentado con frecuencia.

Basta oír las declaraciones de representantes de ambas partes: «queremos convivir, queremos la paz juntos». Es esto lo que ha salvado al Líbano: si no, hubiera saltado por los aires en estos años. Cualquier otro país habría terminado con una escisión total. Esta es la grandeza del Líbano. Los efectos de la guerra se notan en la destrucción y la crisis, pero no en las relaciones entre las personas. Existen sí, problemas políticos, porque hay quien está a favor de Siria, a favor de la independencia del Líbano, otros se orientan hacia Irán, Arabia Saudí, Libia, Egipto… pero son intereses políticos. Socialmente existe un acuerdo completo.

– ¿No les preocupa el fundamentalismo musulmán?

– Los integristas musulmanes del Líbano (los «hezbolá») rechazan ser llamados integristas. Afirman que quieren vivir los valores del islam, y declaran sin reparos que desean instaurar un sistema islámico en el Líbano y en todo el mundo, porque dicen que el islam es el mejor sistema político. Es normal que hablen así, porque el islam no es sólo una religión, sino un sistema político.

Por el contrario, los movimiento fundamentalistas de países como Argelia, Egipto o Siria, son corrientes políticas que sí tienden a crear una desestabilización de los países árabes, algo que no ocurre en el Líbano. Los integrismos de los países árabes van contra el Estado musulmán, crean problemas a los mismos gobiernos musulmanes. Algunos observadores señalan que estos movimientos están financiados por países extranjeros con el fin de desestabilizar al mundo árabe y su economía, pero se trata de una afirmación sobre la que prefiero no hacer comentarios.

El futuro de la Iglesia

– ¿Cuáles son los principales problemas a los que debe hacer frente ahora la Iglesia en Líbano?

– El mayor problema es el político y social. Ya me he referido a la necesidad de que el país goce de su integridad territorial, de su soberanía e independencia. Se puede uno imaginar que cuando un país no goza de sus instrumentos para ser un Estado, el resultado es una crisis política, social y económica.

Existe también la inquietud por la libertad y la democracia, que están desapareciendo. Aunque la constitución, enmendada en 1990, ha reafirmado estos principios, se corre el riesgo de que en la práctica se vacíe de contenido y se vaya hacia un Estado totalitario y no pluralista como es el Líbano.

Una muestra se ha tenido con las últimas elecciones, que ha elegido un Parlamento con sólo el 13 por ciento de votantes. El resto de la población las boicoteó como protesta, pues no las consideraba libres, y porque se habían realizado con una nueva ley electoral confeccionada a medida de los gobernantes: en cada región se aplicaba una ley específica, según las conveniencias. A pesar de todo, la población ha aceptado el parlamento.

Otra preocupación de la Iglesia es la crisis socioeconómica, no sólo en el aspecto material de pobreza, que comentaba antes, sino también en sus efectos sobre las personas: destruye la moralidad, la esperanza.

Las relaciones entre los cristianos son óptimas. No tenemos ningún problema con los ortodoxos o los protestantes. Es más, diría que el Líbano es ejemplar en este punto. Tampoco tenemos problemas con los musulmanes. Nuestros problemas, lo repito de nuevo, son las interferencias externas y la ocupación de las fuerzas armadas extranjeras.

– ¿Qué frutos esperan del Sínodo?

– Estamos trabajando en el Sínodo desde hace cuatro años. Su mejor fruto se producirá en el plano espiritual, con un despertar de la vida cristiana, una vuelta a las raíces, una conversión y un renacer de la esperanza. En el ámbito eclesial se producirá una renovación de las estructuras de las instituciones, del trabajo de la Iglesia, también en el campo ecuménico. En el terreno social han surgido también muchas iniciativas de reconstrucción.

Diría, además, que el Sínodo ha ayudado a los libaneses a tomar aliento y a considerar que pertenecemos a un Estado que representa un valor, una civilización. La participación en el Sínodo de ortodoxos, protestantes y musulmanes ha reforzado la intención de buscar juntos un futuro mejor. Se ha producido un despertar de la realidad del Líbano, que se había falsificado mucho, presentándolo casi como la tierra del terrorismo.

Diego Contreras

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