Ratzinger: la verdad cristiana en un mundo relativista

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El cardenal Joseph Ratzinger ha concedido una entrevista a la revista cultural polaca Fronda (n. 15/16, 1999), de la que seleccionamos algunas respuestas.

Hoy día se afirma que todas las religiones son verdaderas, y la religión cristiana constituye solamente el camino más corto para llegar a Dios. El cardenal Ratzinger contesta: «Las religiones no son ni absolutamente verdaderas ni absolutamente falsas; se encuentran en ellas -en muy diferentes grados- elementos verdaderos y falsos, debido a que las religiones proceden en parte de la revelación natural».

Esto quiere decir, señala el cardenal, que «de un lado proceden del Creador, pero por otro lado están esperando la plenitud de la Revelación. Vemos que por la deformación procedente del pecado, la verdad del Creador en cierta manera se distorsiona en las religiones. Pero ellas mismas señalan que son algo no autosuficiente y encierran en sí mismas la espera de un Salvador, que en definitiva es la espera de Cristo».

Para distinguir los elementos verdaderos de los falsos señala algunos ejemplos. En los mitos de Krisna -pertenecientes al hinduismo- «es posible reconocer el deseo, la nostalgia, el presentimiento de Cristo. Pero se quedan sólo en un sueño, sueño que todavía no ha encontrado su realización. Así pues, es posible, me parece, apreciar muy bien hasta qué punto precisamente en este pensamiento de los awatar se encuentra el peligro: el hombre no quiere ya a Cristo y hace de Él un awatar más, una de las muchas epifanías de la divinidad. Así pues, de un lado: esperanza, nostalgia, camino; de otro lado: peligro».

Sobre la popularidad de la idea de la reencarnación, Ratzinger afirma: «En su último sentido, la idea de la reencarnación quita a la vida humana su seria significación, porque entonces es posible decir: si en esta vida no me ha ido bien, me arriesgo a una segunda vida todavía más infeliz, pero entonces empezaré una vez más, etc. La propia seriedad de la decisión, la grandeza de la existencia humana, desaparece aquí. Yo mismo no sé qué existencia tendré a continuación. Es algo ilógico. No es posible reconciliar la reencarnación con la relación personal entre Dios y el hombre, ni con la grandeza del alma humana. Hay en todo esto, como he dicho, la tentación de elegir lo fácil». Además, «¿cómo es posible guardar la identidad personal si después de la muerte no hay recuerdo de una anterior existencia, si no hay ninguna identidad que se pueda confirmar? El miedo ante la pérdida de la vida no se debería superar con la ayuda de la idea de la reencarnación, sino con la fe en la misericordia de Dios».

Conciencia a la escucha

Acerca de los que afirman que lo importante para la salvación no es la fe, sino sólo que el hombre viva de acuerdo con su conciencia, Ratzinger comenta: «Cuando hoy día alguien habla de conciencia, la mayoría de las veces la concibe como lo que él subjetivamente piensa. Se cree que en las cuestiones religiosas y morales no hay nada objetivo». En cambio, en la Sagrada Escritura la conciencia es la sede donde se da la apertura del hombre a Dios, a la verdad. «El hombre, si busca, si se abre, tiene posibilidad de conocer al menos parte del camino que conduce a Cristo. Entonces la situación aparece totalmente distinta. En este sentido, el asunto de obedecer a la conciencia es un camino que exige gran esfuerzo. Este camino supone no hacer aquello que subjetivamente me apetece, sino mirar alrededor, ponerse en camino, purificarse de nuevo una vez más, y con ello recobrar el sentido interno del oído, a la escucha de la voz de Dios y de Cristo. Solamente así se puede entender en qué consiste la grandeza y hermosura de la fe. Las diferentes religiones pueden suministrar sólo elementos que me conducen a la entrada del camino, pero pueden también transmitir elementos que me apartan de la entrada en el camino. La fe me enseña de modo claro en qué dirección Dios me quiere llevar y da a la conciencia su más total claridad».

El cardenal piensa que «no es posible seguir siendo un decidido ateo o nihilista durante toda la vida sin transgredir la propia conciencia, pues la voz de Dios está en cada hombre. En el nihilismo y en el ateísmo hay tantas cosas que contradicen al ser humano, que aquel que vive de esta manera, en todas partes se encuentra con preguntas sin respuesta. (…) Por eso, no es verdad que sin fe la vida sea más cómoda; por el contrario, la falta de fe hace que la vida sea más oscura, sin esperanza. Si alguien acepta la fe, ve que ella le da la verdadera fe-licidad. Pero se trata aquí de la fe tal como nos la enseñan la Iglesia y la Sagrada Escritura. Una fe que no es un paquete lleno de dogmas y prohibiciones, sino luz: veo adónde puedo ir».

Diálogo ecuménico

Respecto al ecumenismo, le preguntan cómo es posible el diálogo con aquellas Iglesias protestantes que han aceptado doctrinas y prácticas (ordenación de mujeres, homosexualidad, etc.) que les separan cada vez más de la tradición cristiana. Ratzinger afirma que «estas cosas en ningún lugar han sido introducidas sin resistencia, aunque hayan sido aprobadas por los dirigentes de esas Iglesias. Estas cuestiones han provocado una fuerte reacción en los fieles y en algunos teólogos». «El diálogo ecuménico debe consistir, en este momento, en fortalecer los vínculos con aquellas Iglesias evangélicas que no quieren aceptar el desprecio a la tradición. Esas gentes sufren y miran a la Iglesia católica como una esperanza para ellas mismas».

En esta situación crítica es importante «una especial atención ecuménica, con la que apoyamos estos vínculos en la fe, al mismo tiempo que dejamos a un lado el resto de las preguntas sobre la fe. De esta manera aseguramos la eficacia del Evangelio, de la gran tradición cristiana».

Respecto al judaísmo, le preguntan por la opinión de algunos teólogos católicos que afirman que los judíos no necesitan a Cristo como mediador hacia Dios, pues ellos ya están en la casa del Padre. «El intento de un nuevo modo de entender la misión judía es sin duda importante, pero la afirmación de que no necesitan a Cristo queda siempre en contradicción con todo el Nuevo Testamento. La misión cristiana se dirige en primer lugar a los judíos. San Pablo, en el curso de sus grandes viajes, tal como nos lo presentan los Hechos de los Apóstoles, va siempre en primer lugar a los judíos y los quiere conquistar para Cristo. La Iglesia tiene que ser Iglesia de judíos y de cristianos. Se muestra de un modo clarísimo que Cristo vino para los judíos, para el pueblo elegido de Dios. San Pablo escribe sobre esto de una manera inequívoca. Si meditamos el fragmento de la Carta a los Romanos (cap. 9-11) que es la gran teología de Israel según San Pablo, ciertamente se anuncia la profecía de que al final Israel quedará salvado, pero no se habla de que los judíos no necesiten a Cristo».

En una situación cultural como la de hoy, dominada por el relativismo, el peligro que amenaza a los cristianos es esconder la verdad: «Si realmente no creemos que Cristo es el Hijo de Dios vivo, la Palabra de Dios, que es verdad todo lo que Él nos dice, el cristianismo se convierte sólo en una tradición. Entonces es posible pensar que el cristianismo es algo estéticamente bello o valioso, pero pierde su fuerza vivificadora. Porque por una religión que no es en realidad verdadera yo no estoy dispuesto a sufrir. Y un cristianismo por el cual ya no se puede sufrir, no tiene en sí mismo su auténtico valor».

«El peligro de renunciar a la difusión de la verdad, bajo el pretexto de respeto al otro, aparentemente por humildad, en realidad significa que elegimos nuestra comodidad, que no admitimos la grandeza del cristianismo, que cambiamos la fe. Se contrapone a esta actitud el gran dicho de Tertuliano, que escribió: ‘Cristo no dijo: soy una costumbre, sino soy la Verdad’. Esta frase, precisamente en la actual crisis de verdad, nos atañe de modo especial».

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