Quién es ese «Jesús, hijo de José» mencionado en una inscripción del siglo I

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Análisis

Los medios de comunicación han difundido ampliamente el hallazgo en Jerusalén de una arqueta con una inscripción aramea que dice así: «Jacob [es decir, Santiago], hijo de José, hermano de Jesús». Se dice que es el osario que contuvo los huesos de Santiago, cabeza de la primitiva Iglesia de Jerusalén, el «hermano» de Jesús, lapidado el año 62 d.C.

Son muchos los osarios de entre los años 20 a.C. y 70 d.C. que se han encontrado, y no es difícil que sigan apareciendo más. Por el momento, este de «Santiago» se admite que no es obra de un falsificador. La segunda parte de la inscripción, en cambio, ha suscitado alguna sospecha entre los que la han examinado mediante fotografías, aunque para André Lemaire, epigrafista de la Sorbona y descubridor de la urna fúnebre, no ofrece ninguna duda de autenticidad.

A raíz del descubrimiento no han faltado afirmaciones sobre los «hermanos» de Jesús, de las que algunas contrastan con la tradición. Conforme a ésta, la expresión «hermanos de Jesús» que aparece en el Nuevo Testamento se entiende como «parientes de Jesús» o, según interpreta parte de la tradición oriental, «hermanastros», hijos de un anterior matrimonio de José. En cualquier caso, María fue siempre virgen.

Pero no han dejado de oírse voces que se han apresurado a señalar que el osario de Jerusalén confirma que Jesús tuvo hermanos carnales o, al menos, echa por tierra la tradición católica sobre los «primos de Jesús». El hallazgo, dicen, muestra con toda claridad que Santiago y Jesús tenían por padre a José. ¿Es esto así? Como ha señalado Joseph Fitzmyer, profesor emérito de la Catholic University of America (Washington), la verdadera dificultad que presenta la inscripción es que «uno tiene que mostrar que ese Jesús del texto es Jesús de Nazaret».

Un hermano famoso

Para el descubridor del osario, la identificación es «muy probable». Aunque los nombres Santiago, José y Jesús eran muy corrientes en la Jerusalén del siglo I, y -según reconoce Lemaire- en una ciudad de 40.000 habitantes podrían encontrarse 20 Santiagos con hermanos llamados Jesús y padres de nombre José, lo inusual a su juicio es que en una inscripción se mencione el nombre del hermano, a no ser que éste fuera alguien importante. De ahí que Lemaire concluya que es «muy improbable» que hubiera otro Santiago que tuviera un hermano tan famoso que mereciera ser mencionado en el osario. Éste es su argumento fundamental. No obstante, también es posible que, como apunta el arqueólogo Kyle McCarter, de Johns Hopkins University, fuera simplemente el que realizó el enterramiento o el dueño de la tumba.

Aceptemos, sin embargo, que se quiso indicar que se trataba de alguien que sirviera como referente para reconocer la dignidad de la persona cuyos huesos contenía el osario. Ahora bien, ¿existen testimonios en los años 60 de que hubiera algún personaje célebre que se llamase así? ¿Es razonable pensar que decir simplemente «Jesús», o «Jesús, hijo de José», fuera suficiente para que se reconociera bajo ese nombre al «famoso» Jesús de Nazaret? Desde luego no parece probable después de la Pascua.

Los evangelios testimonian que, para la gente que le conoció durante su ministerio, Jesús era sin más «el hijo de José». Pero los mismos evangelios manifiestan que, aunque así lo creían sus contemporáneos, en realidad se equivocaban. Para los evangelistas y para los primeros seguidores del resucitado, Jesús era «el Cristo, el hijo de Dios» y así se referían a él. Que este modo de confesar a Jesús de Nazaret hubiera sido normal y generalizado a partir de su resurrección parece evidente. De otra manera no se explicaría el cristianismo.

Jesús, el Cristo y Señor

Los escritos más antiguos del Nuevo Testamento confiesan a Jesús como Cristo y Señor. La primera carta de san Pablo a los Tesalonicenses, datable en torno al año 51 (es decir, más de diez años antes que el presunto osario de Santiago), y las sucesivas cartas del apóstol en esa década recogen los mismos títulos. Nunca hablan de «Jesús, el hijo de José». Desde una postura cristiana parece lógico. Ellos no seguían al hombre Jesús sino a «Jesús, el Cristo y Señor». En este sentido son ilustrativas las palabras escritas hace pocos años por John P. Meier, conocido experto del Jesús histórico: «Ni el Nuevo Testamento ni los primitivos cristianos se refieren de un modo tan despegado como ‘el hermano de Jesús’, sino con la reverencia que cabría esperar: el ‘hermano del Señor’ o el ‘hermano del Salvador’».

¿Es, por tanto, razonable que los que enterraran a Santiago, líder de la Iglesia de Jerusalén, testigo del resucitado, reconocieran su autoridad porque era el «hermano» de Jesús, el «hijo de José»? Resulta muy poco creíble. Es más, la carta de Santiago, de difícil datación, presenta a su autor (es decir, muy probablemente a este Santiago, cabeza de la Iglesia de Jerusalén y «hermano» de Jesús) como «Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo». Con independencia de que fuera Santiago el autor o que la escribiera alguien vinculado a él unos años después de su muerte, lo que no admite duda es que Santiago o sus discípulos se refieren a Jesús como el Cristo, no como «Jesús» sin más o «Jesús, hijo de José».

Incluso el historiador judío Flavio Josefo, al relatar la muerte de Santiago y explicar a sus lectores quién es ese Jesús, escribe que el sumo sacerdote Anano II llevó delante del sanedrín al «hermano de Jesús, que es llamado el Cristo, cuyo nombre era Santiago» (Antigüedades 20,9). Ciertamente, el texto, que la crítica admite como auténtico, está escrito a finales del siglo I, pero bien porque así lo conoció Josefo, bien porque se lo transmitieron sus fuentes, para éste Santiago era conocido por ser «hermano de Jesús, el Cristo», no por ser hermano de «Jesús» o de «Jesús, el hijo de José».

En materias de arqueología e historia antigua nos movemos en el campo de la probabilidad. A mi entender, las referencias que tenemos sugieren que es bastante poco probable que este Santiago de la urna sea el «hermano» de Jesús. Muy posiblemente nunca lleguemos a saberlo con seguridad; pero, en cualquier caso, mientras no se despejen muchas de las incógnitas que rodean al reciente descubrimiento, y se aporten pruebas convincentes de que se trata de un osario cristiano, el juicio de que ese Jesús, hijo de José, es Jesús de Nazaret debe más bien inclinarse por la duda o, al menos, suspenderse. Y con él, lógicamente, las conclusiones gratuitas sobre los «hermanos» de Jesús.

Juan Chapa* ______________________________(*) Profesor de Sagrada Escritura de la Universidad de Navarra.

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