Papa «hasta que Dios quiera»

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El 82 cumpleaños de Juan Pablo II y su viaje a Azerbaiyán y Bulgaria, en el que la televisión ha mostrado en primer plano sus limitaciones físicas, han vuelto a suscitar el debate sobre la hipótesis de dimisión del Papa, un tema que aparece cíclicamente en la prensa desde hace al menos seis años.

En esta ocasión, también ayudaron a crear ese clima unos comentarios marginales de los cardenales Ratzinger y Rodríguez Maradiaga, según los cuales el día en que el Papa se diera cuenta de no poder cumplir con su misión, se colocaría a un lado. Esas frases fueron traducidas por algunos diarios con un perentorio «El Papa podría dimitir» (entrecomillado en el título) (La Repubblica, 17-V-2002), con lo que presentaron esas afirmaciones con un tono de previsión a corto plazo que estaba ausente del original.

Aunque algunos medios siguen presentado la dimisión como «un tema tabú en el Vaticano», en realidad la posibilidad de renuncia del Pontífice está prevista en el Código de Derecho Canónico, y es un argumento sobre el que se ha tratado abiertamente en el plano teórico. Lo que sí se considera de mal gusto es discutirlo del modo descarnado con que ha aparecido en algunas publicaciones, las cuales es de suponer que no lo plantearían de ese modo si el afectado fuera su propio director.

Aun así, nadie de cuantos han intervenido en el debate periodístico, ya sea en artículos o entrevistas, piensa en la eventualidad real de una renuncia de Juan Pablo II. Las propias palabras del Papa así lo dan a entender (por ejemplo, cuando pidió a los fieles, con motivo de su cumpleaños, que le ayudaran a llevar adelante su misión, hasta que Dios quiera, o cuando dijo en Azerbaiyán que gritará por la paz mientras tenga voz…). Tampoco nadie duda de que las dificultades físicas no han interferido en su capacidad de acción.

«Quien afirma que ahora el Papa ‘representa pero no gobierna’ se habrá quedado de piedra al comprobar cómo el Papa se ha empeñado en primera persona por la liberación de la basílica de la Natividad de Belén, no dudando en romper los esquemas y en saltarse a sus propios prudentes consejeros con el fin de lograr el objetivo», comenta Leonardo Zega (La Stampa, 17-V-2002).

Para el director de cine polaco Krzysztof Zanussi, las limitaciones físicas no disminuyen la incisividad comunicativa del Papa: «De un atleta se puede sospechar que nutra ambiciones, que persiga objetivos inmediatos. Un hombre débil, sin embargo, solo puede pensar en las cosas eternas y transmitir así mensajes muy válidos» (Corriere della Sera, 24-V-2002).

En la misma línea se mueve Mons. Vincenzo Paglia, asistente de la Comunidad de San Egidio y actual obispo de Terni, según el cual el testimonio del Papa anciano, «que según los cánones ordinarios debe ser dejado de lado, como sucede con los ancianos y los enfermos, desmiente la idea de que aquí sólo cuenta la fuerza física y el vigor organizativo. Es una crítica profunda a una sociedad que margina a quien es débil, a quien no produce, a quien no es eficiente» (Corriere della Sera, 27-V-2002).

El historiador Giorgio Rumi recuerda que el nivel de exposición pública de Juan Pablo II no tiene precedentes en la historia: hasta hace algunos decenios, la inmensa mayoría de los fieles no conocían ni la cara del Papa, solo sabían que era una figura vestida de blanco… «Los focos piden fuerza, juventud, belleza… De palabra, todos están a favor de los débiles, de los que sufren, pero después, apenas uno no es una superstar, estorba. Eso, sin considerar que el Papa tiene un significado diverso». Para Rumi, la posibilidad de una renuncia tampoco tiene precedentes, ya que en el caso de Celestino V -que es el que se suele citar- intervinieron «problemas políticos, personales y religiosos que nada tienen que ver con Wojtyla». «La falta de puntos de referencia, en cierto sentido, nos deja libres de tener encendidos los reflectores, y nos ayuda a ejercer un poco de reserva, de piedad: también el Papa necesita el respeto a la persona y el afecto que se debe a todos. No hay que olvidar, además, que -como se suele decir- la Providencia escribe derecho con renglones torcidos. Yo sigo la idea simple de nuestros ancianos: permanecerá en su función hasta que Dios quiera. ‘No pongamos límites’, observaba León XIII, que superó los noventa y mantuvo la lucidez hasta el último momento…» (Corriere della Sera, 18-V-2002).

El escritor español Juan Manuel de Prada destaca en ABC (27-V-2002) cómo el Papa antepone su misión espiritual a los achaques de la vejez: «Lo que hace más hermosa su abnegación es, precisamente, la presencia atosigadora de esos achaques, que sin embargo no logran doblegar la supremacía del espíritu, ni la pujanza de una vocación que se alza invicta sobre las tentaciones de la renuncia. Sin esa comprensión del hombre como recipiente de misiones que exceden y rectifican su mera envoltura carnal, el sufrimiento de Wojtyla resulta ininteligible; de ahí que provoque tanta exasperación entre quienes pretenden reducir su figura a la de un burócrata o funcionario de una entelequia llamada Dios».

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