Ninguna ruptura de fondo

Fuente: Le Monde
publicado
DURACIÓN LECTURA: 2min.

¿Lo que dice el Papa Francisco en sus declaraciones a la Civiltà Cattolica supone un cambio de rumbo? No lo cree así el filósofo Rémi Brague, que en un artículo publicado en Le Monde (26-09-2013), detecta más bien la continuidad. “Más allá de las evidentes diferencias de temperamento y de estilo, no hay ninguna ruptura de fondo entre Francisco y su predecesor”, Benedicto XVI.

Esta continuidad no concierne solo a dos papas, sino que es un rasgo fundamental de la Iglesia. “La tradición y la memoria del pasado deben ayudarnos a tener el coraje de abrir nuevos caminos”, dice Francisco.

“Es bella la imagen –dice Brague– que compara la misión de la Iglesia a los cuidados dispensados en un hospital de campaña. Y es que su tarea fundamental es la misericordia, jamás el castigo. Pero la enseñanza moral de la Iglesia forma parte de la misericordia: ciertamente hay que cuidar a los que han sufrido un accidente de tráfico, pero primero hay que advertirlos, antes de que se pongan a conducir, de los peligros del alcohol o del teléfono móvil. Lo que la Iglesia llama “moral” es un código de circulación. El laxismo no es misericordioso: dejar creer a los automovilistas que pueden ponerse al volante borrachos o conducir en sentido contrario, no es prestarles un servicio”.

“Francisco recuerda lo que debería ser una evidencia, ya que tanto lo han remachado sus predecesores: ‘hay que considerar siempre a la persona’ y distinguirla de su pecado, condenar el pecado y perdonar a la persona. Si se lucha contra la droga es para liberar al que es esclavo de ella. Nadie acusa a las campañas contra el tabaco de ser campañas de odio o de desprecio hacia los fumadores. Por el contrario, iluminarles sobre los riesgos que corren es ayudarles”.

Brague está de acuerdo en lo que dice el Papa Francisco acerca de la inutilidad de lamentarse sobre la desaparición de un pasado idealizado. Pero advierte que “el peligro de la Iglesia es lo que los juristas llaman la ‘falta de asistencia a persona en peligro’, víctima que en este caso puede ser una sociedad, una civilización o el género humano. Con razón o sin ella, se ha reprochado a Pío XII su silencio. Podría suceder que la Iglesia fuera hoy casi la única voz que denunciara los peligros menos ruidosos, pero que podrían ser tan graves a largo plazo”.

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