Mons. Gaillot y los obispos franceses

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Ante la destitución del obispo de Évreux, Mons. Jacques Gaillot, algunas informaciones periodísticas han destacado que los obispos franceses habían rechazado la decisión del Papa. Mons. Joseph Duval, presidente de la Conferencia Episcopal francesa, desmiente esta impresión en declaraciones al Corriere della Sera (Milán, 26-I-95).

Mons. Duval se indigna: «¿Revuelta? ¿Rebelión? Todo eso es falso. La decisión del Papa es legítima».

– Se habla incluso de un cisma de la Iglesia de Francia.

– Eso es algo totalmente ridículo.

– ¿La mayor parte de los obispos apoya a Gaillot?

– No hay una mayoría de obispos que se haya puesto de su parte. Algunos han manifestado sólo su simpatía. Ningún obispo ha dicho: estoy a favor de Gaillot y en contra de Roma. No hay tal cosa.

– ¿Qué peso tiene hoy Gaillot en el episcopado francés?

– Ha estado siempre al margen, sobre todo porque no dialogaba con los demás obispos. Dialogaba en la televisión. Gaillot sigue siendo obispo, pero desde hace tiempo suscitaba malestar en el seno de la Conferencia Episcopal.

– Pero en su última misa en Évreux había cuatro obispos a su lado.

– Si hubiera habido una revuelta, como se ha escrito en Italia, habría habido al menos veinte obispos. Y, además, créame: esos cuatro obispos allí presentes no eran partidarios de Mons. Gaillot. Me habían explicado su gesto. No podemos dejarlo completamente solo, me han dicho: sigue siendo un obispo y no ha sido excomulgado. Su presencia era un gesto de simpatía personal.

– Por lo tanto, ¿no hay malestar entre los obispos franceses?

– No, no hay ningún malestar. El malestar existe sólo en algunos ambientes católicos. Todos los obispos de Francia están con el Papa.

Comentando el mismo asunto, la escritora Annie Kriegel publica en Le Figaro (París, 24-I-95) un artículo al que pertenecen estos párrafos:

La destitución de su cargo episcopal no convierte a Jacques Gaillot en el paladín de una causa de la que la Iglesia se habría desentendido. La caridad, (…) la ayuda a todos los que sufren la desgracia, son cosas que la Iglesia, incluso desposeída desde hace dos siglos de su función asistencial general (la cual ha pasado al Estado), nunca ha dejado de predicar y de atender con sus instituciones caritativas. (…) No hay ningún indicio serio para pensar que estamos ante un brote del viejo galicanismo: sería preciso ignorar por completo el lenguaje eclesiástico para interpretar las lamentaciones y las expresiones apenadas de ciertos obispos como una manera discreta de distanciarse de Roma o, peor aún, de levantar el estandarte de la revuelta.

(…) Mons. Gaillot encarna una maravillosa paradoja que proporciona tanta felicidad y satisfacción a las pléyades de dolientes ansiosos de disimular su carencia de existencia propia: Gaillot desobedece, se convierte en disidente, para experimentar así mejor un pensamiento y una conducta estrictamente gregarios y conformistas.

Pero sobre todo encarna ese cambio suicida al que la fuerza de las cosas parece obligar a los hombres de hoy: desdeñar su estatuto, su función, su saber preciso, sus deberes; en una palabra, todo lo que resulta de los valores esenciales y en primer lugar del honor -comenzando por el honor del oficio- para no existir ya más que gracias a la prensa, haciendo lo que no se sabe hacer.

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