Los movimientos eclesiales son un don, no un problema

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Roma. Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades son una de las novedades más importantes suscitadas por el Espíritu Santo en la Iglesia para la aplicación del Concilio Vaticano II. Esta fue una de las convicciones que Benedicto XVI transmitió al centenar de obispos que participaron en un seminario de estudio organizado por el Consejo Pontificio para los Laicos en las cercanías de Roma.

El Papa añadió que aunque se trata de una novedad que todavía espera ser comprendida plenamente a la luz del diseño de Dios y de la misión de la Iglesia, en los años transcurridos se han superado no pocos prejuicios, resistencias y tensiones. Queda la importante tarea de “promover una madura comunión de todos los sectores eclesiales con el fin de que todos los carismas -en el respeto de su especificidad- puedan contribuir plena y libremente a la edificación del único Cuerpo de Cristo”.

La finalidad del seminario, que se desarrolló del 15 al 17 de mayo, se enmarca precisamente en esa dirección, en continuidad con los encuentros que Benedicto XVI y Juan Pablo II mantuvieron en 2006 y 1998, respectivamente, con millares de seguidores de esas nuevas realidades surgidas en el seno de la Iglesia. En 1999 se celebró además un primer seminario de este tipo.

El propósito de las jornadas fue profundizar en el significado teológico y pastoral de estas nuevas realidades y, en consecuencia, trazar la respuesta que deben dar los pastores. El hilo conductor de esas consideraciones fueron unas palabras que el Papa dirigió en noviembre pasado a los obispos alemanes durante la visita ad limina: “Os pido que salgáis al encuentro de los movimientos con mucho amor”.

El propio Papa glosó esa idea durante la audiencia con los participantes en el seminario: “Salir al encuentro con mucho amor nos lleva a conocer adecuadamente su realidad, sin impresiones superficiales o juicios reductivos. Nos ayuda también a comprender que los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades no son un problema o un nuevo riesgo, que se añade a nuestras incumbencias ya gravosas. ¡No! Son un don del Señor, un recurso precioso para enriquecer con sus carismas a toda la comunidad cristiana”.

Junto a los obispos han participado también varios fundadores y promotores de algunos movimientos, así como teólogos y canonistas. El teólogo Piero Coda observó, por ejemplo, que “muchas de estas realidades están experimentando el paso del momento efervescente de la fundación al momento de una más reposada inserción en el ritmo ordinario de la vida y de la misión de la Iglesia”.

El cardenal Stanislaw Rylko, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, recordó los cinco criterios de eclesialidad dictados por Juan Pablo II para ayudar a los obispos en el discernimiento sobre los movimientos: que den primacía a la vocación a la santidad de cada cristiano; obediencia al magisterio de la Iglesia; comunión con el Papa y los obispos; evangelización; presencia incisiva en la sociedad como levadura evangélica. Sobre este último punto, el secretario del Consejo Pontificio, Josef Clemens, definió estas realidades -usando palabras del cardenal Ratzinger- como “minorías activas y creativas”.

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