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Los mártires cristeros tendrán un santuario en México

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México D.F. Se espera que antes de finalizar 2008, el Cardenal arzobispo de Guadalajara Juan Sandoval Iñiguez inaugure el santuario en honor de los beatos mártires de la guerra cristera, que murieron ocho décadas atrás. La recaudación de fondos, iniciada hace seis meses, transformará la parroquia local del cerro del Tesoro en un lugar de acogida para millones de fieles por año. Pretende ser uno de los centros de espiritualidad y asistencia social más grandes de América Latina, con un aforo mayor al de las basílicas de La Villa de Guadalupe o la de San Juan de los Lagos, ambas dedicadas a la Virgen María.

Este santuario fue originalmente planeado por el Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo. El proyecto quedó detenido cuando fue asesinado a tiros en el aeropuerto de Guadalajara en 1993. Fue monseñor Posadas quien inició las gestiones para la canonización de los primeros 25 mártires, ceremonia que tuvo lugar en 2000. En 2005, fueron beatificados 13 mártires más, en una ceremonia multitudinaria que tuvo lugar en el mayor estadio de fútbol de la ciudad, a la que asistieron el Presidente de la República y el Secretario de Gobernación (equivalente al Ministro del Interior).

Para continuar el proyecto se convocó a la feligresía de la arquidiócesis y de aquellas donde el conflicto cristero provocó un gran número de mártires, entre las veinticinco mil víctimas que dejaron la vida en ciudades, poblados y rancherías de los Estados de Jalisco, Guanajuato, Zacatecas, Aguascalientes, Michoacán, Querétaro y la capital del país. “El santuario honrará a los santos y beatos mártires de nuestra patria -dijo el Cardenal- que nos han dado ejemplo sublime de fidelidad a Dios y son nuestros intercesores”.

Legislación antirreligiosa

Las leyes de Reforma del presidente Benito Juárez, en 1859, marcaron un hito histórico en el odio antirreligioso. Estas buscaban reducir el poder de la Iglesia despojándola de todos sus bienes -incluyendo los templos- y reservándose el uso de los mismos. Este anticlericalismo fue en aumento bajo los gobiernos sucesivos, infiltrados por la masonería.

La guerra cristera tuvo así lugar en un contexto histórico de persecución religiosa, especialmente pronunciada durante el gobierno de Plutarco Elías Calles (1924-28). La constitución de 1917 había establecido, mediante su artículo 130, medidas que atentaban aún más contra la libertad religiosa, negando a sacerdotes y religiosos derechos ciudadanos, como el derecho al voto, e impidiendo el culto fuera de los templos o privando a las iglesias de tener bienes propios. Calles decidió reglamentar el artículo mediante una ley que exigía la clausura de las escuelas religiosas, la expulsión de ministros de culto extranjeros o la prohibición de establecer comunidades religiosas.

La arraigada fe católica de los mexicanos encendió el deseo de poner fin a las decenas de años de represión, de injusticia y de falta de libertad religiosa. En el mes de junio de 1926, dio comienzo la lucha armada, sin que pudiera calificarse a los cristeros como un ejército regular. Carecían de armas, y de tácticas militares, pero pronto fueron ganando terreno. Esto hizo que el enemigo se emplease con saña en rancherías y poblados, buscando al sacerdote y a todas las víctimas posibles, sin respetar a las mujeres, a los viejos y a los adolescentes. El número de los mártires fue en aumento, especialmente los sacerdotes, cuyas torturas eran exhibidas en los caminos.

Pero el pueblo resistió. Señoras mayores llevaban fondos para la compra de armas y para cubrir otras necesidades. Las jóvenes llevaban los alimentos a los presos y, de modo oculto, el Santísimo Sacramento, para que comulgaran. Niños y niñas vigilaban que no se acercaran miembros del ejército mientras se ordenaba la propaganda dentro de la casa o se imprimía un sencillo periódico que se iba a todos los Estados en donde se libraba la batalla. Las mujeres pegaban letreros con la leyenda: Viva Cristo Rey. Frente al Santuario de la Virgen de los Remedios, situado en una loma, se encuentra un cerro en donde los mozos de una hacienda pintaron la misma leyenda de un tamaño que podía verse a distancia.

El cariz que iba tomando el conflicto -los cristeros tenían segura la victoria- obligó al Gobierno a entablar conversaciones con algunos miembros del episcopado, para llegar a los acuerdos oportunos con el fin de parar la guerra. Aunque se experimentó desaliento, por lo que se había luchado y por los que habían caído en la batalla, cuando los obispos dieron la orden en 1929 de deponer las armas, en cada rincón donde había lucha se detuvo de inmediato.

Ya no se enarbolaban las armas, pero la aplicación estricta de los acuerdos por parte del Gobierno se vigilaba estrictamente, especialmente en los colegios de religiosas y religiosos. Hasta que llegó al poder el General Manuel Ávila Camacho, con el que amainaron los rigores y, entre otras cosas, dio permiso para que se continuara la construcción de la enorme estatua de Cristo Rey, en el Cerro del Cubilete, a donde se hacen numerosas peregrinaciones cada año.

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