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Las ideas de Newman sobre el laicado

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La fuerza del testimonio de los cristianos «de a pie»
La influencia de John Henry Newman (1801-1890) sigue viva, especialmente en el mundo anglosajón, donde muchos intelectuales se han acercado al catolicismo a través de sus obras. No es extraño, pues Newman manifiesta en sus escritos una sólida cultura y un aprecio profundo por lo secular, como revela también en su idea del laicado. Lo subrayó C. J. McCloskey III, doctor en Teología, en una conferencia de la que aquí ofrecemos un extracto, pronunciada en la Universidad de Navarra con ocasión del sesquicentenario de la conversión de Newman, que se cumple este año.

Estamos celebrando este 150.º aniversario de la conversión de Newman en un momento en el que cientos, tal vez miles, de anglicanos como él, tanto sacerdotes como laicos, siguen su ejemplo y piden ser admitidos en la Iglesia católica. La alusión a estos hechos no implica triunfalismo alguno. Es sencillamente el resultado de la búsqueda intensa de la unidad, que es tan claramente una obra del Espíritu Santo.

Si estas conversiones numéricamente significativas se siguen produciendo, oiremos con frecuencia la mención de la vida y del pensamiento de Newman, no sólo intelectualmente por lo que respecta a la fuerza y atractivo de sus escritos, sino también como cristiano que ha sido proclamado Venerable en 1991 por sus virtudes heroicas y el ejemplo de su vida. El hecho de que Newman haya sido citado cuatro veces en el Catecismo de la Iglesia Católica y sea el único teólogo moderno mencionado en esta obra, así como una vez en la encíclica Veritatis splendor, manifiesta bien a las claras la alta estima en que es tenido por Juan Pablo II y por la Iglesia entera.

Simpatía por lo secular

Podemos comenzar ahora a examinar las ideas centrales de Newman sobre los laicos y su papel en la Iglesia y en el mundo. Para entender sus opiniones e ideas no estará de más aludir brevemente a algunos rasgos de su personalidad y carácter.

Newman era por temperamento un hombre profundamente religioso, como muestran de modo patente sus escritos autobiográficos. Pero no procedía de una familia de clérigos, como era el caso de muchos de sus contemporáneos en el Movimiento de Oxford. Durante sus años universitarios sintió un indudable llamamiento a la vida sacerdotal y al celibato, algo nada común entre anglicanos. Este llamamiento no le planteaba, sin embargo, ningún conflicto con sus compromisos espirituales e intelectuales vividos en el mundo. Newman estudió seriamente los autores clásicos y la historia en su periodo oxoniense de Trinity College, forjó amistades profundas, mantuvo un interés permanente hacia la música, la literatura y la política. Amaba las largas caminatas y compartió con su gran amigo Hurrell Froude el gusto por la navegación marítima. Newman escribía poesía, compuso dos novelas y era un latinista de primer orden (los oficiales de la Curia romana se sorprendían por el nivel de su latín clásico: era capaz de expresar en unas líneas las ideas para las que ellos necesitaban una página). Newman es además uno de los grandes maestros de la prosa inglesa.

Es evidente, por tanto, que Newman, hombre religioso hasta la médula, no poseía espíritu monástico. Le asistía una fina apreciación del mundo en todos sus aspectos positivos.

Su elección del Oratorio de San Felipe Neri como el mejor lugar para él y sus seguidores, en orden a vivir su sacerdocio en el seno de la Iglesia católica, le vino motivada en gran parte por la idea de que la vida Oratoriana era la más apta, en aquel momento y circunstancia, para los hombres de formación universitaria. Como hombre de Oxford y seguidor fiel de San Felipe, Newman manifestó siempre una honda simpatía hacia lo secular. Sus ideas sobre los laicos y su papel en la Iglesia no eran meramente teóricas; se apoyaban, por el contrario, en la observación y en la experiencia vivida.

La necesidad de laicos cultos

El adversario era para Newman el mundo en su condición caída, y de hecho libró toda su vida una batalla contra el liberalismo religioso, que él definía como indiferentismo. En el discurso pronunciado al recibir el cardenalato pudo afirmar: «Me alegra decir que desde el principio me he opuesto a un gran mal. Por espacio de 30, 40, 50 años, he resistido con mis mejores energías el espíritu del liberalismo en religión. (…)

«El liberalismo en religión es la doctrina según la cual no existe una verdad positiva en el ámbito religioso, sino que todo credo es tan bueno como cualquier otro. Es una opinión que gana acometividad y fuerza día tras día. Se manifiesta incompatible con el reconocimiento de alguna religión como verdadera, y enseña que todas han de ser toleradas como asuntos de simple opinión. La religión revelada -se afirma- no es una verdad, sino un sentimiento o inclinación; no obedece a un hecho objetivo o milagroso. Todo individuo, por lo tanto, tiene el derecho de interpretarla a su gusto» (1).

Es útil tener en cuenta estas palabras en relación con el llamamiento de Newman a favor de un laicado católico devoto y culto. Se dio cuenta de la absoluta necesidad de laicos cristianos en la sociedad, no sólo como algo bueno en sí mismo, sino también como única defensa eficaz frente al liberalismo religioso. Newman se encontraba como en su casa combatiendo en su tiempo lo que serían las batallas de los últimos decenios de nuestro siglo XX.

Adversario del clericalismo

Pienso también que podemos definir a Newman como un verdadero adversario de lo que solemos llamar clericalismo. En un incidente muy conocido, después del fracasado intento de fundar un Oratorio en Oxford que sirviera de capellanía para los estudiantes católicos, Newman se vio atacado por gente de tendencia ultramontana, tanto en Roma como en Inglaterra. Y fue defendido en su integridad y altura de miras en una carta abierta firmada por doscientos prominentes católicos ingleses.

Es interesante observar que este clérigo se veía apoyado en este asunto por un grupo formado totalmente de laicos, hombres que habían entendido bien sus enseñanzas. Este incidente provocó los ataques de Mons. George Talbot, un inglés de la Curia romana y firme adversario de Newman, que en un exabrupto propio de una mente próxima al desequilibrio afirmó que «si no se impone un control a los laicos ingleses, se convertirán en los gobernantes de la Iglesia católica de su país, en lugar de la Santa Sede y el Episcopado… Los laicos comienzan a enseñar sus garras». Talbot remató sus observaciones en esta ocasión con unas líneas que se han hecho famosas. «¿Qué es lo propio de los laicos? -escribe a un obispo inglés-. ¿Cazar, disparar, organizar fiestas? Todo esto lo hacen bien, pero no tienen derecho alguno a entrometerse en asuntos de Iglesia… El Dr. Newman es el hombre más peligroso de Inglaterra, y podrá verse pronto que hará uso de los laicos en contra de usted» (2).

Newman no tenía, desde luego, interés alguno en una interferencia laical en asuntos de Iglesia propiamente dichos, pero su concepción sobre el papel del laico cristiano en la Iglesia y en el mundo distaba años luz de las ideas de Mons. Talbot.

Devoto de los primeros cristianos

Paso ahora a una descripción básica de cómo veía Newman a los laicos y qué esperaba de ellos.

Es bien sabido que Newman poseía un hondo conocimiento de los Padres de la Iglesia, así como un encendido amor hacia ellos. Pero Newman vivía además una devoción intensa hacia los cristianos «de a pie» de los primeros tiempos de la Iglesia, tanto los mártires y confesores a los que veneraba, como los incontables hombres y mujeres que trataban de ser testigos de Cristo en las situaciones ordinarias de la vida. Aquí se encontraban los cristianos responsables, con la gracia de Dios, de la gradual y firme expansión de la Iglesia a lo largo y a lo ancho del Imperio, antes del edicto de Milán. Esta cristiandad primera era como un modelo para la moderna vida cristiana, dado que -dice Newman- «el cristianismo se ha sostenido en el mundo no como un sistema, ni mediante libros, ni por controversias, ni en virtud del poder temporal, sino a través de la influencia personal de hombres que han sido a la vez maestros y modelos de la doctrina enseñada. (…) No me digáis que estos cristianos son pocos, porque no importa. Son suficientes para hacer el trabajo silencioso de Dios. (…) Comunican su luz a un gran número de luces más pequeñas, por las que, a su vez, se distribuye (…). Unos pocos hombres con espíritu salvarán el mundo por generaciones» (3).

Compárese este pasaje con unas palabras de la exhortación Christifideles laici que dicen así: «Ante la mirada iluminada por la fe se descubre un grandioso panorama: el de tantos y tantos fieles laicos -a menudo inadvertidos o incluso incomprendidos; desconocidos por los grandes de la tierra, pero mirados con amor por el Padre-, hombres y mujeres que, precisamente en la vida y actividades de cada jornada, son los obreros incansables que trabajan en la viña del Señor; son los humildes y grandes artífices -por la potencia de la gracia de Dios, ciertamente- del crecimiento del Reino de Dios en la historia» (n. 17).

Para dar razón de la fe

[Interesa ahora examinar] la opinión de Newman sobre el papel de los laicos en cuestiones de fidelidad y desarrollo doctrinales, es decir, al sensus fidelium. El primer libro de Newman, publicado cuando era un joven clérigo anglicano y fellow de Oriel College, se titula Los arrianos del siglo IV. La tesis central de esta obra es que la masa del pueblo católico se mantuvo fiel a la doctrina trinitaria ortodoxa, mientras que, al menos en ciertos momentos de la crisis arriana, la mayoría de los obispos no lo fueron. A este respecto dice Newman: «El pueblo católico, a lo largo y a lo ancho de la Cristiandad, fue el campeón permanente de la verdad cristiana, y no los obispos… Fue sobre todo mediante el pueblo fiel como fue vencido el paganismo; fue mediante el pueblo fiel, dirigido por Atanasio y los obispos egipcios, como pudo ser resistida la peor de las herejías» (4).

En ningún sentido minimiza Newman la autoridad docente de la Jerarquía. Se limita sencillamente a acentuar la responsabilidad de los fieles a la hora de mantener y propagar la fe que les ha sido confiada como cristianos.

Como hombre del siglo XIX y no del siglo IV, Newman se interesaba sobre todo por el papel de los laicos cristianos en un mundo moderno al que veía dirigirse rápidamente hacia la infidelidad. Como párroco anglicano y tutor universitario, encaminó sus consejos personales y su predicación al objetivo de lograr un cambio espiritual e intelectual en quienes le oían. Casi todos sus escritos, anglicanos y católicos, van dirigidos a laicos, generalmente de la clase culta. «Desearía un laicado no arrogante, ni precipitado en su hablar, ni amigo de disputas, sino hombres y mujeres que conocen bien su religión, que entran en ella, que saben su posición, que saben lo que creen y lo que no necesitan creer, que conocen su Credo y pueden dar razón de él, que saben suficiente historia para poder defenderlo. (…) En todo tiempo, los laicos han sido la medida del espíritu católico. Ellos salvaron la Iglesia de Irlanda hace tres siglos, y la traicionaron en Inglaterra» (Prepos., 390-391).

Fidelidad al magisterio

Hay que hacer notar aquí que el ideal newmaniano de laico culto y bien formado es una persona fiel al magisterio de la Iglesia. «Hemos de tener en cuenta que, dado que la esencia de toda religión es la autoridad y la obediencia, la diferencia entre religión natural y religión revelada estriba en que una posee una autoridad subjetiva, y la otra una autoridad objetiva» (Dev., p. 86).

Newman espera que todo fiel laico esté dispuesto a suscribir la profesión de fe que incluye al final de la Apología. «Creo -dice- todo el dogma revelado, tal como fue enseñado por los Apóstoles y me es declarado por la Iglesia. Lo recibo como es, infaliblemente interpretado por la autoridad a la que ha sido confiado, e (implícitamente) tal como pueda ser desarrollado por esa misma autoridad hasta el fin del tiempo. Me someto además a las tradiciones universalmente aceptadas en la Iglesia, en la que vive el contenido de las definiciones dogmáticas que de tiempo en tiempo se declaran, y que son siempre la veste y la ilustración del dogma católico que se ha definido ya antes. Y me someto personalmente a las demás decisiones de la Santa Sede, teológicamente o no, que, aparte de la cuestión de su carácter infalible, llegan a mí con un derecho a ser aceptadas y obedecidas» (Apo., pp. 249-251). Con todo su amor por la libertad de conciencia, Newman nunca habría aceptado la idea teológica de disenso .

Apostolado de influencia personal

De otra parte, los santos que más admiraba, principalmente San Pablo Apóstol, San Atanasio, su padre espiritual San Felipe Neri, y San Francisco de Sales, pueden todos ellos ser descritos, por sus muchas virtudes, como personas de gran atractivo humano. Newman fue así educado, tanto en sentido secular como religioso, para valorar la excelencia de la naturaleza humana completa, que la gracia debe perfeccionar. Sabía por experiencia que la virtud era el resultado de muchos años de formación y de esfuerzo personal, si habían de lograrse los hábitos que hacían de la santidad una meta atractiva.

Hemos de completar nuestro diseño de los juicios de Newman sobre el laicado considerando el medio más eficaz por el que el cristiano comparte su amor de Dios con los demás. Newman habla en este punto de apostolado de influencia personal. Tenía él mismo un don extraordinario para hacer y mantener amistades. Su temperamento equilibrado y amable no estaba exento de ocasionales manifestaciones de timidez. Nadie le hubiera descrito como extrovertido ni fácil en la comunicación con otros, lo cual hace su enorme influencia tanto más misteriosa. Basta hojear los volúmenes de sus cartas y diarios, o consultar el índice de nombres que allí aparecen, para darse cuenta de que la relación que mantenía con docenas y hasta cientos de personas era particularmente profunda. Su influencia personal se ha ejercido y se ejerce hoy en millones de hombres y mujeres, que han leído sus obras y que se han visto fascinados por la luz y el calor que comunican. Raro es el intelectual inglés o norteamericano convertido al catolicismo en los últimos 150 años que no haya atribuido a Newman, en alguna medida, una influencia en la conversión.

_________________________(1) Addresses to Cardinal Newman and his Replies, 1879-1881, ed. W. Neville (Londres: Longman, 1905), pp. 61-71.(2) Citado por John Coulson, «Introduction», en: John Henry Newman, On Consulting the Faithful in Matters of Doctrine (Sheed and Ward, Nueva York, 1961), pp. 41-42.(3) J.H. Newman, Sermones universitarios, Encuentro, Madrid (1993), pp. 146.150 (del sermón predicado el 22-I-1832).(4) Coulson, op. cit., cit. de The Arians of the Fourth Century, pp. 109-10.

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