La minoría cristiana de Pakistán teme represalias

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Estados Unidos y sus aliados en la operación militar contra los talibán y su protegido Bin Laden no dejan de subrayar que se dirigen contra terroristas, no contra el pueblo afgano ni los musulmanes. Nada de «choque de civilizaciones», pues. Otra cosa es lo que dicen Bin Laden y el gobierno de Afganistán, que interpretan los ataques precisamente como una «cruzada» de infieles contra los creyentes, que son así convocados a la yihad. Buena parte de la población musulmana de Oriente parece suscribir esa segunda versión, lo que hace temer represalias contra las minorías cristianas de esos países. Sobre todo, la de Pakistán, el país que ha apoyado hasta ahora al régimen afgano y donde los talibán cuentan con más simpatizantes.

El 8 de octubre, al día siguiente del primer ataque norteamericano, unos doscientos musulmanes se hallaban congregados en una mezquita de Peshawar, ciudad pakistaní próxima a la frontera afgana. Las palabras del mulá, recogidas por el enviado especial de Le Monde (9-X-2001), son inequívocas: «¡Los infieles han agredido a nuestros hermanos afganos! ¡Es la guerra! Nuestra fe de musulmanes nos obliga a estar dispuestos al sacrificio supremo. Los que mueran en la yihad serán mártires de la gran umma islámica».

Ante semejantes soflamas, los cristianos de Pakistán temen que la ira de los islamistas radicales descargue sobre ellos. El ambiente es tenso, como describe François d’Alançon, enviado especial de La Croix a Peshawar, aunque hasta ahora no se ha producido una reacción general contra los cristianos. El obispo protestante de la ciudad, Munawar Rumalshah, declara sin embargo que después de los actos de terrorismo en Estados Unidos fue asesinada una joven cristiana en Rawalpindi y el seminario protestante de Gujranwala fue objeto de un ataque por parte de musulmanes.

En Pakistán, país de 142 millones de habitantes, los cristianos son algo más de un millón. En Peshawar se cuentan unos 15.000 católicos y más de 20.000 protestantes. Los cristianos paquistaníes son casi todos de castas bajas, pobres y mal considerados. Sus problemas no comenzaron con los ataques de Estados Unidos a Afganistán. La principal amenaza que pende sobre ellos es la ley de blasfemia, un fácil expediente que puede ser usado contra cualquier infiel. Basta la denuncia de un musulmán para que el acusado de injuriar a Mahoma sea inmediatamente detenido y procesado en un tribunal islámico. La condena puede acarrear la pena de muerte y la expropiación de los bienes del reo en favor del denunciante. El gobierno del general Pervez Musharraf, presidente de facto, trató de suavizar la ley, pero renunció ante la decidida oposición de los islamistas.

A la vez, hay buena convivencia entre cristianos y musulmanes dentro de las escuelas cristianas, estimadas por la calidad de la enseñanza. Las familias cristianas apenas pueden, en muchos casos, pagar las matrículas, y los gastos corrientes son sufragados con fondos de las diócesis. Pero también estudian en esas escuelas hijos de la elite musulmana. En Peshawar hay cinco escuelas secundarias católicas y seis protestantes. Una de las primeras, St. John Vianney, cuenta 170 alumnos, el 60% musulmanes y el resto católicos.

La organización católica Caritas ha montado en Pakistán una operación de asistencia a las comunidades cristianas y a los refugiados afganos. Si brota la violencia, será difícil continuar con la ayuda. Un párroco católico de Peshawar dice a La Croix (8-X-2001) que, en caso de emergencia, no está seguro de poder llegar a sus feligreses en peligro. «Pese a sus sinceros esfuerzos, dudo que las autoridades puedan asegurar protección a los cristianos dispersos», explica. Y añade que carece de medios económicos para hacer frente a necesidades urgentes.

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