La ciencia no excluye a Dios

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Entre comillas
Francis Collins, médico y genetista, es autor del libro «The Language of God» (ver Aceprensa 113/06). En una entrevista de Gabriela Carelli para la revista brasileña «Veja» (24 enero 2007) habla de ciencia y fe.

Francis Collins se convirtió después de haberse considerado ateo durante su juventud. «Yo tenía 27 años. No pasaba de ser un joven insolente. Negaba la posibilidad de que hubiera algo capaz de explicar las cuestiones para las que nunca encontramos respuestas, pero que mueven el mundo y hacen a las personas superar obstáculos». Son «cuestiones filosóficas que trascienden a la ciencia y forman parte de la existencia humana». Por eso, añade Collins, «los científicos que se dicen ateos tienen una visión empobrecida sobre las preguntas que todos los seres humanos nos hacemos todos los días».

Collins advierte que es peligroso oponer la ciencia a la fe. «Necesitamos la ciencia para entender el mundo y usar ese conocimiento para mejorar las condiciones humanas. Pero la ciencia debe permanecer en silencio acerca de los asuntos espirituales».

«La sociedad necesita tanto la religión como la ciencia. No son incompatibles, sino complementarias. La ciencia investiga el mundo natural. Dios pertenece a otra esfera. Dios está fuera del mundo natural. Usar las herramientas de la ciencia para discutir de religión es una actitud impropia y equivocada».

La entrevistadora objeta que en nombre de Dios se han cometido barbaridades a lo largo de la historia. Para Collins, «el problema es que el agua pura de la fe religiosa circula por las venas defectuosas y oxidadas de los seres humanos, y a veces se enturbia. Eso no significa que los principios estén equivocados, aunque que hay personas que usan esos principios de forma inadecuada para justificar sus acciones. La religión es un vehículo para la fe, que es, sí, imprescindible para la humanidad».

Collins no es partidario de la teoría del «diseño inteligente», que según él cae en el error de rellenar las lagunas del conocimiento científico con la intervención divina, al argumentar que la evolución no explica estructuras tan complicadas como las células. «Todos los sistemas complejos que cita el diseño inteligente (el más citado es el flagelo bacteriano, un pequeño motor externo que permite a la bacteria moverse en medio líquido) son un conjunto de treinta proteínas. Podemos juntar artificialmente esas treinta proteínas, pero no pasará nada. La razón es que esos mecanismos se formaron gradualmente mediante la adición de otros componentes. La maquinaria molecular se desarrolló en el curso de largos periodos de tiempo, mediante el proceso que vislumbró Darwin: la evolución».

Dios actúa

Lo anterior no supone negar que Dios actúe en el mundo, incluso de modo sobrenatural. No es contradictorio para un científico creer en milagros, contesta Collins a otra pregunta. «La cuestión de los milagros está relacionada con la forma como se cree en Dios. Si una persona cree y reconoce que Él estableció las leyes de la naturaleza y está, al menos en parte, fuera de la naturaleza creada, entonces es totalmente aceptable que Dios sea capaz de intervenir en el mundo natural.

A la vez, Collins no encuentra incompatibilidad entre la evolución y la creación. «Si en el comienzo de los tiempos Dios decidió usar el mecanismo de la evolución para crear la diversidad de vida que existe en el planeta, para hacer criaturas a su imagen que tengan libre arbitrio, alma y la capacidad de discernir entre el bien y el mal, ¿quiénes somos nosotros para decir que Él no debería haber creado el mundo de esa forma?».

Lo que Collins no comparte es la idea de que la evolución explica todo, incluido el altruismo y otras propiedades de la conducta humana libre. «Esos argumentos pueden parecer plausibles, pero no hay pruebas de que el altruismo sea una característica del ser humano que le permita sobrevivir y progresar, como sugieren los evolucionistas que quieren justificar todo por medio de la ciencia». En el estudio de las bases genéticas de la conducta «hay muchas teorías interesantes, pero no llegan a explicar los nobles actos altruistas que admiramos. (…) ¿Por qué acontecen este tipo de cosas? Si caminando a la vera de un río, veo una persona que se va a ahogar y decido ayudarla, pongo en riesgo mi vida, pero ¿de dónde viene ese impulso? Nada en la teoría de la evolución puede explicar la noción de bueno y malo, la moral, que parece exclusiva de la especie humana».

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