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Juan Pablo II pide perdón al pueblo chino por errores cometidos durante la evangelización del país

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Juan Pablo II ha hecho un gesto importante para la normalización de las relaciones con China, pidiendo perdón el pasado 24 de octubre por los errores cometidos en la evangelización del país por misioneros cristianos occidentales. El portavoz del gobierno de Pekín respondió que harán un «estudio serio» de la oferta del Papa, aunque volvió a repetir las dos condiciones que el régimen comunista exige para el establecimiento de relaciones diplomáticas: que el Vaticano rompa relaciones con Taiwán y que no interfiera en los asuntos internos chinos, «incluso bajo pretexto de actividades religiosas».

Juan Pablo II tendió este puente hacia Pekín en su mensaje a un congreso celebrado en Roma con motivo del cuarto centenario de la llegada a China del misionero jesuita Matteo Ricci (1552-1610). El Papa recordó «el gran empeño evangelizador» de estos misioneros, junto con su labor de promoción humana: «Desarrollaron importantes y numerosas iniciativas sociales, especialmente en el campo médico y educativo, que recibieron una amplia y agradecida acogida por parte del pueblo chino».

Al mismo tiempo, admitió que la labor de los misioneros tuvo también errores, consecuencia de las limitaciones humanas y de los condicionamientos políticos. «En algunos períodos de la historia moderna, una cierta protección por parte de potencias políticas europeas no pocas veces se reveló como un límite para la misma libertad de acción de la Iglesia y tuvo repercusiones negativas para China». Juan Pablo II expresó su pesar por que «estos fallos hayan provocado en no pocos la impresión de una falta de respeto y de estima hacia el pueblo chino por parte de la Iglesia católica». «Pido perdón y comprensión a cuantos se han sentido heridos de algún modo por tales actuaciones de los cristianos».

Hay que recordar que en octubre de 2000 estalló una polémica sobre la historia de la evangelización del país, cuando Juan Pablo II canonizó a los primeros santos chinos, 120 mártires muertos entre 1648 y 1930, entre ellos dos niños de nueve y once años. El gobierno chino respondió airadamente que esas personas fueron ejecutadas por colaborar con los imperialistas y colonialistas (cfr. servicio 132/00).

La petición de perdón hecha humildemente por el Papa ha ido unida a un nuevo ofrecimiento de normalización de relaciones diplomáticas. No es ningún secreto, dijo, que «la Santa Sede pide la apertura de un espacio de diálogo con las autoridades de la República Popular China». En el contexto de la inquietante situación internacional del momento, «la normalización de las relaciones entre la República Popular China y la Santa Sede tendría sin duda repercusiones positivas para el progreso de la humanidad».

A este respecto, la actitud del gobierno chino se ha manifestado en gestos contradictorios. De vez en cuando hay rumores de que las negociaciones discretas entre Pekín y Roma están a punto de fructificar. Pero el fracaso se revela en detenciones periódicas de obispos de la Iglesia católica clandestina o, como ocurrió en enero de 2000, en la ordenación de cinco obispos de la Iglesia «patriótica» sin llegar a un acuerdo con la Santa Sede (cfr. servicio 8/00).

En cuanto a las condiciones que pone el gobierno chino, la Santa Sede ya ha declarado más de una vez que la nunciatura en Taiwán es la nunciatura en China, y que no habría inconveniente en trasladarla a Pekín. Como ya han hecho otros países, el Vaticano podría establecer relaciones diplomáticas con China, manteniendo a la vez una representación en Taiwán.

El gran escollo consiste en asegurar la libertad de la Iglesia católica en China, bajo un régimen que pretende que todas las organizaciones estén bajo el control del partido comunista. La Santa Sede quiere asegurar la libertad de practicar públicamente la fe (centenares de sacerdotes y obispos de la Iglesia clandestina están en prisión), la autonomía para el nombramiento de obispos y ministros del culto (lo que no excluiría una consulta con el gobierno), y la libre relación de la Iglesia china con Roma. Como prueba de su afán integrador, Juan Pablo II ha hecho en diversas ocasiones llamamientos a la unidad y reconciliación entre católicos «patrióticos» (unos 4 milllones) y «clandestinos» (estimados en 8 millones). Pero aunque para el gobierno chino la normalización con Roma supondría mejorar su imagen en la escena internacional, puede más su recelo a que alguna parcela social escape a su control.

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