Juan Pablo II pide «apóstoles jóvenes» en su visita a Suiza

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«La Iglesia es misión», ha recordado el Papa a los suizos. «Ha llegado la hora de preparar jóvenes generaciones de apóstoles que no tengan miedo de proclamar el Evangelio», dijo Juan Pablo II ante 70.000 personas en Berna, en la misa con que terminó, el domingo 6 de junio, su tercera visita a Suiza. Ante una Iglesia que deja atrás años de divisiones internas, el Papa advirtió que «una contribución decisiva a la causa ecuménica procede del compromiso de los católicos de vivir la unidad dentro de la Iglesia».

El mensaje del Papa a los jóvenes fue directísimo, tanto que, al hablarles en la reunión del sábado, lo hizo en singular. Después de asegurar que la fe no es un mero sistema de valores, por elevados que sean, subrayó que «el cristianismo es una persona, una presencia, un rostro: Jesús, que la fe y plenitud a la vida del hombre». Como medios para encontrarse con Cristo, el Santo Padre propuso la lectura de la Sagrada Escritura, la oración personal y comunitaria, la Eucaristía, el sacramento de la Reconciliación, la participación en los grupos parroquiales, movimientos y asociaciones, y descubrir a Cristo en el rostro del hermano que sufre.

Cristo llama al seguimiento personal, a una vida «llena de sentido», ya sea formando una familia, «fundada sobre el matrimonio como pacto de amor entre un hombre y una mujer que se comprometen en una comunión de vida estable y fiel», ya sea en la vida dedicada exclusivamente a Dios.

«Sé bien que ante a una propuesta así experimentas dudas -afirmó el Papa-. Pero te digo: ¡No tengas miedo! ¡Dios no se deja vencer en generosidad! Después de casi sesenta años de sacerdocio, estoy contento de ofrecer aquí, ante todos vosotros, mi testimonio: ¡es bello poder entregarse hasta el final por la causa del Reino de Dios! Joven de Suiza, ¡ponte en camino! No te contentes con discutir; no esperes ocasiones que quizá no lleguen nunca para hacer el bien. ¡Ha llegado la hora de la acción!».

El tercer viaje del Papa a Suiza duró sólo 32 horas. Han pasado veinte años desde las anteriores visitas de Juan Pablo II a este país (1982 y 1984). Entretanto, el panorama religioso de Suiza ha cambiado y ahora los 3 millones de católicos son la confesión religiosa relativamente mayoritaria, a causa de la inmigración.

En el país que vio nacer el calvinismo, los protestantes se habían reducido en el censo de 2000 al 33% (2,4 millones), mientras que el 41,8% de la población se declaró católica. En diez años, las dos confesiones evangélicas-reformadas (calvinistas y luteranos) han perdido un 12,1% de sus miembros (363.000 personas), una cifra demasiado similar al aumento de los que se declaran sin religión, que hoy son el 11% de los 7,3 millones de habitantes de Suiza.

La prensa suiza, impresionada

La población suiza envejece, al tiempo que el país se abre al mundo (más del 9% de los católicos son extranjeros y hay casi un 5% de musulmanes). Por eso el Papa ha insistido en que «una Iglesia local en la que florezca la espiritualidad de la comunión sabrá purificarse de las toxinas del egoísmo que genera celos, desconfianzas, manías de autoafirmación, contraposiciones deletéreas». Un ejemplo de esa desconfianza podría ser el rechazo de la invitación a asistir a la misa dominical en la pradera de Allmend por parte de los representantes evangélicos, porque no se les iba a dar la comunión (en cambio, sí estuvieron representados en el encuentro con 13.000 jóvenes el sábado 5 en la «Arena» de Berna). Ejemplo de la (no siempre veloz) modernización es que, según anunció el presidente Joseph Deiss al recibir al Papa, Suiza nombrará un embajador ante la Santa Sede. Juan Pablo II, en todo caso, se queda con lo bueno, y así animó a los suizos a sacar fuerza de sus mejores tradiciones, como por ejemplo la fundación de la Cruz Roja por el protestante Henry Dunant en 1862-63: «Suiza tiene una gran tradición de respeto por el hombre. Es una tradición que está bajo el signo de la Cruz: ¡la Cruz Roja!» (inversión de los colores de la bandera suiza, que lleva una cruz blanca sobre fondo rojo).

La prensa suiza, que en los anteriores viajes trató con particular frialdad al Papa, no ha podido ocultar su admiración esta vez. «Apenas resulta comprensible a la razón -escribía el Bund-: el Papa es el abuelo de los jóvenes de la Iglesia; viejo, bondadoso, con frecuencia estricto y ajeno a lo mundano, pero con un corazón afectuoso. El Papa muestra claridad, altura y firmeza. Y esto les gusta a los jóvenes, ya que es algo raro de encontrar». El Berner Blatt se mostraba también perplejo: «Llega de visita un hombre viejo y enfermo, su imagen eclesial y su moral son estrictas, anticuadas y conservadoras. Pero los jóvenes lo saludan con júbilo frenético». Mittelland Zeitung afirmaba que «Juan Pablo II es uno de los últimos que recuerda a los hombres que en la vida no todo es dinero y poder»; Südostschweiz añadía que «este Papa sabe realmente mover a la gente»; Westschweizer Zeitung concluía que «la debilidad de Juan Pablo II se ha convertido en su fuerza». En la misma línea, comentaba el redactor jefe del Blick: «La contradicción entre la caducidad de su cuerpo y la vitalidad de su fe fascina a la juventud del mundo; el Papa vive porque su fe vive».

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