Puertas que se cierran con llave, juramentos, móviles requisados, papeletas que se queman en una estufa, negociaciones, quinielas, apuestas. No resulta sorprendente que el cónclave agite la imaginación de escritores, guionistas y periodistas. Elementos narrativos hay de sobra. Y símbolos… Unos símbolos que remiten a una realidad muy profunda y rica en sabiduría cristiana… y en experiencia humana.
El periodista Javier Martínez-Brocal, corresponsal en el Vaticano del diario ABC y de la cadena la Sexta, y colaborador de Aceprensa, acaba de publicar Cónclave: Las reglas para elegir al próximo Papa: Actualizado con las últimas normas, una oportuna y completísima guía sobre lo que va a ocurrir a partir del próximo 7 de mayo en Roma, escrita junto con el P. José de Jesús Aguilar.
El mérito de Martínez-Brocal es haber condensado en una especie de catecismo con preguntas y respuestas todo lo que alguien se puede preguntar, no sólo sobre el cónclave sino sobre el funcionamiento del Vaticano, una pequeña ciudad-Estado que tiene sus propias reglas. Además de su experiencia como vaticanista, el autor se ha documentado a conciencia (hay mucho de Historia, de Arte y de chascarrillos) y, sobre todo, se ha estudiado a fondo la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, que es el texto que rige la dinámica del cónclave. Un texto que promulgó Juan Pablo II el 22 de febrero de 1996 y en el que introdujeron algunos cambios menores Benedicto XVI y Francisco.
El libro responde a una multitud de interrogantes y, sobre todo, a los famosos qué, quién, cuándo, dónde, por qué y cómo. De sus respuestas se deduce que el cónclave está mucho más cerca de un retiro espiritual que de una reunión de empresarios o financieros. Al contrario, por cierto, de lo que refleja, sin ir más lejos, la película Cónclave.
¿Por qué se celebra un cónclave?
Esta es quizás la pregunta más fácil de contestar. El cónclave se celebra porque la Iglesia necesita elegir un nuevo papa porque el anterior, o ha fallecido –que es lo habitual–, o ha renunciado. El origen del cónclave, en realidad, hay que buscarlo en los inicios del cristianismo, cuando Jesucristo le dio al apóstol Pedro el encargo de guiar y dirigir la Iglesia. Aunque, como señala Martínez-Brocal, ni en los Hechos de los Apóstoles ni en la Tradición se especifica cómo elegían los primeros cristianos al sucesor de Pedro, se da por hecho que cada obispo de Roma elegía personalmente a su sucesor.
Hace unos días, el vaticanista Austen Ivereigh recordaba que, aunque los cardenales electores vayan a tener en cuenta el legado de Francisco, al que están buscando en el cónclave no es al sucesor de Francisco… sino al sucesor de Pedro. No es un matiz poco importante.
¿Qué es un cónclave?
La palabra tiene varias acepciones: técnicamente, es la asamblea de cardenales menores de 80 años que elige al nuevo papa; también el lugar cerrado donde se desarrolla la votación (cónclave viene de “con llave”); y el procedimiento que se elige para elegir un nuevo pontífice.
El objetivo de encerrar a los cardenales en un lugar inaccesible para otros es protegerlos de presiones externas. En 1274 se promulgó la Constitución Ubi periculum con la que se estableció oficialmente el cónclave. Entre otras cosas, señala que debe celebrarse en un lugar “cerrado” por dentro y por fuera. Este texto se redactó después de que, en 1268, 19 cardenales pasaran casi tres años en el Palacio Papal de Viterbo intentando elegir un Papa y absolutamente divididos por las presiones de Francia y Alemania. Dicen las fuentes que los ciudadanos de Viterbo, hartos, además de encerrarlos para que eligieran ya, racionaron los alimentos de los cardenales y llegaron a quitarles el techo…para que pudiera entrar el Espíritu Santo.
¿Quiénes son los protagonistas?
La pregunta aquí se diversifica porque los protagonistas del cónclave son muchos.
¿Quiénes participan en el cónclave? Los cardenales electores, que son todos aquellos menores de 80 años. 80 años es la edad en la que todos los cardenales cesan automáticamente como miembros de los dicasterios de la Curia Romana y de todos los organismos permanentes de la Santa Sede y del Estado de la Ciudad del Vaticano; pero, además, Juan Pablo II explicaba que la razón de esta disposición era no añadir, al peso de la edad, otro peso aún mayor: el de la responsabilidad de elegir al que deberá guiar a la Iglesia.
Los cardenales mayores de 80 años, aunque no votan, tienen un papel muy importante en el cónclave. De hecho, la Universi Dominici Gregis les pide que actúen como guías del Pueblo de Dios. Suelen ser muy escuchados en las congregaciones generales -que son las reuniones que mantienen los purpurados para conocerse y plantear el perfil del nuevo papa- y, con frecuencia, son ellos los que predican esos días al resto de los cardenales.
¿Quién puede ser elegido Papa? En la teoría, cualquier persona que pueda ser obispo de Roma; es decir, cualquier varón bautizado no casado. Si no es sacerdote o no es obispo, se podría ordenar. Y casos ha habido en la Historia. En la práctica, se elige un candidato de entre los cardenales. Pero es interesante destacar que Juan Pablo II en la Universi Dominici Gregis pide a los cardenales que “teniendo presente únicamente la gloria de Dios y el bien de la Iglesia, después de haber implorado el auxilio divino, den su voto a quien, incluso fuera del Colegio Cardenalicio, juzguen más idóneo para regir con fruto y beneficio a la Iglesia universal”.
¿De quién se oirá hablar mucho estos días? Cuando muere o renuncia un papa, cesan (casi) todos los altos cargos de la Curia Vaticana. Las excepciones hablan mucho de la naturaleza de este estado tan particular. Porque no cesan ni el limosnero (la Iglesia no deja de ejercer obras de caridad ni en periodo de sede vacante), ni el penitenciario mayor. La penitenciaría mayor se encarga de ayudar al papa en la remisión de penas canónicas, por ejemplo, las excomuniones. Si alguno de los acusados se arrepiente y pide perdón, la iglesia católica quiere poder conceder este perdón inmediatamente, sin necesidad de un nuevo papa.
Tampoco cesan, por ejemplo, el cardenal decano (actualmente, Giovanni Battista Re) –que es quien preside a los cardenales y, si tiene menos de 80 años, preside el cónclave–, el secretario de Estado (Pietro Parolin), que viene a ser algo así como un ministro de Exteriores, ni el cardenal camarlengo (Kevin Farrell), que, durante el periodo de sede vacante, representa la jefatura de Estado del Vaticano en nombre del colegio de cardenales y quien, en la práctica, lleva el peso de muchas decisiones organizativas.
¿Dónde se celebra el cónclave?
El cónclave, tiene, en la actualidad, varios escenarios:
El escenario principal es la Capilla Sixtina. Desde el año 1492, todos los cónclaves se han celebrado allí. Juan Pablo II dispuso específicamente que la votación se celebrara en esta capilla para “facilitar a los electores la preparación de los ánimos para acoger las mociones interiores del Espíritu Santo”, subrayando que “todo contribuye a hacer más viva la presencia de Dios, ante el cual cada uno deberá presentarse un día para ser juzgado”. Efectivamente, no resultaría fácil votar con superficialidad bajo la mirada del Juicio Final de Miguel Ángel.
El segundo escenario es Casa Santa Marta, la que ha sido, hasta hace dos semanas, la residencia del Papa Francisco. Situada muy cerca de San Pedro, la mandó construir Juan Pablo II precisamente para alojar a los cardenales en los cónclaves. Hasta ese momento, se alojaban en el Palacio Apostólico en condiciones poco adecuadas, con dormitorios improvisados en pasillos, separados por tabiques y biombos, y muy pocos cuartos de baño. Cuenta Martínez-Brocal que Juan Pablo II, que participó en los dos cónclaves de 1978, se dio cuenta de las dificultades físicas que suponía esta especie de “campamento”, sobre todo, para los cardenales más ancianos, y pensó en Santa Marta para facilitar el descanso y el aislamiento esos días. En la Casa Santa Marta las habitaciones se reparten por sorteo. Además de los cardenales y algún otro personal, se alojan allí esos días dos médicos y algunos sacerdotes confesores.
Por último, las congregaciones generales se celebran en el Aula Nueva del Sínodo y la Misa de inicio del cónclave, en San Pedro.
¿Cuándo?
El cónclave tiene sus fechas y tiempos perfectamente definidos. Debe comenzar al menos quince días después del fallecimiento del papa, y antes de que pasen veinte días. Si todos los cardenales electores que quieren participar están en Roma, pueden adelantar la fecha, que es lo que ocurrió en el cónclave que eligió a Francisco.
Empieza por la mañana, con la misa “Pro eligendo pontifice”, una misa que celebra el cardenal decano que, en su homilia, suele glosar el perfil que en su opinión debe tener el nuevo papa. A esta Misa pueden asistir los fieles y es el último acto público antes de encerrar a los cardenales. En esta ocasión se celebrará a las 10 de la mañana y el ingreso en la Capilla Sixtina será a las 16:30 h.
El primer día habrá como máximo una votación por la tarde. Los días siguientes hay dos votaciones por la mañana y otras dos por la tarde. Las votaciones de la mañana suelen terminar a las 12 y las de la tarde a las 19. A esa hora se producen las fumatas.
En cuanto a la duración del cónclave, es variable, pero suelen ser cortos. El más largo es el citado de Viterbo y el más corto, el del papa Julio II, elegido en la noche entre el 31 de octubre y el 1 de noviembre de 1503. Duró sólo diez horas.
Si, después de tres días de votación, no sale nadie elegido, el proceso se suspende durante un día para hacer oración.
¿Cómo se elige al nuevo Papa?
A través de un escrutinio secreto. Para ser elegido se requiere un mínimo de dos tercios de los votos, calculados sobre la totalidad de los electores presentes. En este cónclave, en el que participarán 134 cardenales, el candidato a papa tendrá que conseguir, al menos, 89 votos.
Durante el cónclave, los cardenales tienen prohibido usar el móvil, enviar o recibir mensajes, leer periódicos, escuchar programas radiofónicos o ver la televisión. Además, están obligados a guardar absoluto secreto sobre todo lo que ocurra en el cónclave relacionado con la elección del futuro papa.
Antes de votar, y ya en la Capilla Sixtina, los cardenales realizan un juramento en el que se comprometen a mantener este secreto y a observar las reglas del cónclave. Después, escucharán una meditación que imparte un eclesiástico de prestigio -normalmente un cardenal de más de 80 años- “sobre el gravísimo deber que les incumbe y, por tanto, sobre la necesidad de proceder con recta intención por el bien de la Iglesia universal y teniendo sólo como referencia la voluntad de Dios”. En esta ocasión, el cardenal que predicará esta meditación será el ex predicador de la Casa Pontificia, el italiano Raniero Cantalamessa.
Para la votación, cada uno de los cardenales, utilizando una caligrafía distinta para que no sea reconocible, escribe el nombre de su candidato y dobla la papeleta.
Antes de depositar el voto, deben pronunciar en voz alta la siguiente fórmula de juramento: “Pongo por testigo a Cristo Señor, el cual me juzgará, de que doy mi voto a quien, en presencia de Dios, creo que debe ser elegido”.
Tras las votaciones, se produce el escrutinio. Cuando uno de los cardenales alcance los votos necesarios se le preguntará si acepta y con qué nombre. Si acepta, se queman las papeletas con clorato de potasio, lactosa y colofonia para producir humo blanco, los cardenales rinden homenaje al nuevo papa, se entona un Te Deum. Y termina el cónclave.
Y una última pregunta: ¿Qué pinta el Espíritu Santo en todo esto?
En realidad, es la pregunta más importante teniendo en cuenta que coloquialmente se dice que, a pesar de todas estas normas y reglamentos, el verdadero protagonista del cónclave es el Espíritu Santo. Martínez-Brocal recoge la respuesta que el cardenal Joseph Ratzinger dio en 1997 cuando se una televisión alemana le hizo una pregunta parecida. “Yo no diría que el Espíritu Santo elige al papa, pues no es que tome el control de la situación, sino que actúa como un buen maestro, que deja mucho espacio, mucha libertad, sin abandonarnos”, explicó. De hecho, añadió, “hay muchos papas que el Espíritu Santo probablemente no habría elegido”, para aclarar después: “El papel del Espíritu Santo hay que entenderlo de un modo más flexible. No es que dicte el candidato por el que hay que votar. Probablemente, la única garantía que ofrece es que nosotros no arruinemos totalmente las cosas”.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta