¿Fue demasiado optimista el Vaticano II?

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El mensaje de la Gaudium et spes, último documento del concilio Vaticano II, continúa siendo actual porque buena parte de los problemas que afrontaba no han sido resueltos. Juan Pablo II expresó esta idea en el acto conmemorativo del trigésimo aniversario de la promulgación del documento, que se celebró el pasado 8 de noviembre en el Aula del Sínodo, en el Vaticano.

La ceremonia, a la que asistieron representantes de la Curia Romana y del Cuerpo Diplomático, forma parte del conjunto de iniciativas que la Santa Sede ha promovido para divulgar, con ocasión de esta efemérides, el contenido de los documentos del Vaticano II.

El Papa puso de relieve que factores como los odios, los conflictos y las guerras, la crisis de la familia o las desigualdades entre ricos y pobres, realzan incluso la actualidad de la pregunta de fondo que se planteaba la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo: «¿Son útiles al verdadero bien de la humanidad todos los cambios que se han producido en la edad contemporánea?».

El Papa afirmó que la Gaudium et spes le «es particularmente querida, no sólo por los temas que desarrolla sino también por la directa participación que me fue concedido tener en su elaboración». Desde esa perspectiva, recordó que se trata de una carta magna sobre «la dignidad humana que hay que defender y promover», y que su mensaje último es «el mismo Cristo, Redentor del hombre».

Desde su promulgación, el 7 de diciembre de 1965, el mundo ha experimentado un notable cambio. Entre los puntos negativos, el Papa señaló que, por desgracia, «el odio étnico y religioso continúa fomentando conflictos, genocidios y matanzas».

Otro punto «que no se puede pasar en silencio» son los enormes problemas sociales que afectan especialmente a las regiones del Sur. «Era de esperar que esta amarga constatación de hace treinta años [el escándalo de la pobreza] se hubiera superado con el desarrollo posterior, especialmente después de la caída del comunismo y del final de la guerra fría, que han colocado a la humanidad en condiciones de afrontar el problema de la pobreza con nueva energía y empeño colectivo». Sin embargo, «nos vemos obligados a lamentar todavía hoy desigualdades absurdas, agravadas por guerras entre pobres, a los que el mundo de la opulencia abastece con frecuencia no con una ayuda eficaz y solidaria, sino con el potencial destructivo de las armas».

Sobre el matrimonio y la familia, la crisis de los años sucesivos ha demostrado que el Concilio apuntó en buena dirección cuando propuso con claridad «la urgencia de promover la dignidad y la santidad del matrimonio y de la vida familiar». Propósito amenazado hoy, sobre todo, por una «cultura individualista, carente de resortes éticos, que no entiende el sentido del amor entre los cónyuges».

A la vista de la historia posterior, el Papa se preguntó si algunas expresiones de la Gaudium et spes no pueden sonar demasiado optimistas. «En realidad, añadió, si se lee el texto con atención, resulta evidente que el Concilio no esconde los problemas, sino que desea afrontarlos con una actitud que el Sínodo de 1985 llamó el realismo de la esperanza». De ahí la insistencia del Papa, expresada en varios pasajes de su discurso, sobre la necesidad de escuchar el llamamiento que hace treinta años realizó el Concilio.

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