Final del Sínodo: la familia no es el problema; es la solución

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Al cabo de tres semanas de trabajo, la XIV asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos ha entregado al Papa su “Relación final”, donde recoge sus conclusiones. Se aprecia un enfoque decidido a subrayar ante todo el valor de la familia y no centrarse solo en problemas particulares. Pero problemas hay, y el Sínodo hace propuestas para prevenirlos y remediarlos.

La Relación final fue sometida a votación párrafo a párrafo. Se aprobó entera, a diferencia de la del Sínodo extraordinario de 2014, en que tres puntos no obtuvieron la mayoría requerida (dos tercios).

En cuanto al contenido, recoge las observaciones hechas por los círculos menores al documento de trabajo. Recurre abundantemente a la Biblia para descubrir la pedagogía divina con que se revela el sentido del matrimonio en la familia. Tiene un tono más positivo y se refiere varias veces al buen ejemplo de tantos hogares unidos. Dedica un párrafo a la espiritualidad familiar y a las prácticas que la sostienen.

También incluye numerosas referencias al magisterio, en especial las enseñanzas del Papa Francisco y la exhortación Familiaris consortio, de Juan Pablo II. Y coincide en buena parte con las conclusiones del Sínodo del año pasado.

“El matrimonio cristiano no puede reducirse a una tradición cultural o a una simple convención jurídica: es una verdadera llamada de Dios”

Grandes temas del Sínodo

La Relación final es más bien larga y trata muchos asuntos, no solo el consabido de los divorciados casados de nuevo y su acceso a la comunión, prácticamente el único por el que se han interesado gran parte de los medios.

En especial, se detiene en la preparación al matrimonio y el acompañamiento durante los primeros años. Expone en un capítulo la doctrina de la Iglesia, procurando usar un lenguaje alentador y comprensible para la gente de hoy, como pedían los círculos menores. Describe el contexto social y religioso contemporáneo con cuidado para reconocer la diversidad de situaciones en el mundo (otra demanda de los padres sinodales). Habla de los hijos, los abuelos, los jóvenes, las mujeres, los hombres, los migrantes y refugiados…

Sobre divorciados, cfr. Juan Pablo II

Y también, claro, de los divorciados. Primero menciona a los que no han vuelto a casarse: “El testimonio de quienes, aun en condiciones difíciles, no emprenden una nueva unión, permaneciendo fieles al vínculo sacramental, merece el aprecio y el apoyo por parte de la Iglesia” (n. 83). De los otros trata en los tres párrafos siguientes, que son los que menos votos favorables recibieron. Dice que los casados por lo civil tras un divorcio “deben ser más integrados en las comunidades cristianas de los distintos modos posibles, evitando toda ocasión de escándalo” (n. 84). Esta integración es necesaria porque esos fieles pertenecen a la Iglesia, y lo es además “para la atención y la educación cristiana de sus hijos, que deben ser considerados los más importantes”. Por tanto, “hay que discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en los ámbitos litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas”.

Para decidirlo, el documento remite a los criterios señalados en Familiaris consortio, n. 84, donde Juan Pablo II distinguía situaciones que no pueden ser valoradas de la misma manera: los que sin culpa propia y tras intentar salvar su matrimonio, han sido abandonados; los que han contraído una nueva unión por el bien de los hijos y están subjetivamente convencidos de que la anterior no era válida. Por eso la Relación final recomienda un tratamiento caso por caso: “Aun sosteniendo una norma general, es necesario reconocer que la responsabilidad por determinadas acciones o decisiones no es la misma en todos los casos. El discernimiento pastoral, también teniendo en cuenta la conciencia rectamente formada de las personas, debe hacerse cargo de estas situaciones” (n. 85).

“La presencia de las familias numerosas en la Iglesia es una bendición para la comunidad cristiana y para la sociedad”

Sin solución general

Con ese examen, y la ayuda del sacerdote, se podrá llegar a un “juicio correcto sobre lo que obstaculiza la posibilidad de una más plena participación en la vida de la Iglesia y sobre los pasos que pueden favorecerla y hacerla crecer” (n. 86). A continuación, el documento hace referencia a Familiaris consortio, n. 34, donde Juan Pablo II decía que existe una “ley de la gradualidad”, por la que las personas van adaptando poco a poco su conducta a las exigencias morales, pero no existe una “gradualidad de la ley”, porque los preceptos de Dios no tienen versiones rebajadas. Por tanto, señala la Relación, “este discernimiento no podrá nunca prescindir de las exigencias de verdad y caridad del Evangelio” (ibid.).

Así pues, los padres sinodales insisten en la atención personal a los fieles divorciados y casados otra vez, sin dar una solución general en cuanto a su participación en los sacramentos y en los distintos servicios eclesiales. Subraya la necesidad de integrarlos más y no menciona el acceso a la confesión y a la comunión eucarística, aspecto en que se había centrado la discusión desde mucho antes del Sínodo.

Este tema es el de dos de los párrafos no aprobados en las conclusiones del Sínodo de 2014. El otro trataba de las personas homosexuales. La Relación final de este año repite a la letra casi todo lo que se propuso el año pasado: hay que acoger a los homosexuales (en la versión de este año, a todas las personas, con independencia de su tendencia sexual) con respeto y evitar toda discriminación injusta; no hay fundamento alguno para equiparar las uniones homosexuales con el matrimonio; son inaceptables las presiones sobre la Iglesia y sobre los países pobres para que admitan el matrimonio homosexual. Añade que “se reserve una atención específica también al acompañamiento de las familias en que viven personas de tendencia homosexual”, cosa que el año pasado se mencionaba como posibilidad.

La familia sostiene el mundo

El resto de la Relación presenta un panorama de la familia y de la acción pastoral en favor de ella, donde primero destaca lo positivo. Para los padres sinodales, sin duda la familia tiene problemas, pero ella misma no es un problema, sino la solución. No se reduce tampoco a objeto de la misión de la Iglesia: es además protagonista de la misión.

Se insiste en la atención personal, caso por caso, a los divorciados y casados otra vez, sin dar una solución general en cuanto a la participación en los sacramentos

“Pese a los signos de crisis en la institución familiar (…), el deseo de familia sigue vivo en las jóvenes generaciones” (n. 2). “No debemos olvidar la realidad vivida: la solidez de los vínculos familiares sigue manteniendo en vida al mundo, en todas partes” (n. 5).

El documento da las gracias reiteradas veces a las familias cristianas que viven su vocación, en medio de las dificultades exteriores y pese a sus propias e inevitables deficiencias, y rinde homenaje especial a las que tienen más hijos. “La presencia de las familias numerosas en la Iglesia es una bendición para la comunidad cristiana y para la sociedad, porque la apertura a la vida es exigencia intrínseca del amor conyugal” (n. 62). Otro elogio especial reciben las familias que cuidan de hijos discapacitados (n. 21).

El matrimonio es una vocación

El buen ejemplo de esas familias es capital para los jóvenes (cfr. n. 29), y uno de los elementos principales de la preparación al matrimonio, tema muy destacado en la Relación final. Es necesaria una preparación cuidadosa porque “el matrimonio cristiano no puede reducirse a una tradición cultural o a una simple convención jurídica: es una verdadera llamada de Dios que exige atento discernimiento, oración constante y maduración adecuada” (n. 57).

Para la preparación, los padres sinodales insisten en seguir las indicaciones de Juan Pablo II en Familiaris consortio, n. 66, donde se traza un camino formado por una preparación remota, otra próxima y otra inmediata.

La preparación remota coincide en buena parte con la formación humana y cristiana de los hijos desde la niñez, para que alcancen la madurez afectiva. La tarea compete en primer lugar a los padres, pero también a la Iglesia, no solo a la escuela. “Esta formación procurará hacer apreciar la virtud de la castidad, entendida como integración de los afectos, que favorece el don de sí” (n. 31). Un importante obstáculo, que el Sínodo denuncia, es que a menudo, la sexualidad se presenta “desvinculada de un proyecto de amor auténtico” (n. 58). A propósito de esto, el documento señala que “en algunos países vienen aun impuestos por la autoridad pública proyectos educativos que incluyen contenidos contrarios a la visión humana y cristiana: a este respecto afirmamos con decisión la libertad de la Iglesia para enseñar su doctrina y el derecho a la objeción de conciencia por parte de los educadores” (ibid.). También subraya “el derecho de los padres a escoger libremente el tipo de educación que dar a sus hijos” (n. 66).

El documento final del Sínodo se detiene especialmente en la preparación del matrimonio y el acompañamiento durante los primeros años

En cuanto a la preparación próxima e inmediata, los padres sinodales piden que “se mejore la catequesis prematrimonial –a veces pobre de contenidos–, que es parte integral de la pastoral ordinaria” (n. 57). Una idea concreta es que “en los cursos de preparación al matrimonio colaboren también parejas casadas que puedan acompañar a los novios antes de la boda y en los primeros años de vida matrimonial” (n. 58).

Después de la boda no se debe interrumpir el acompañamiento pastoral a cargo de “parejas experimentadas”, posiblemente “con el concurso de asociaciones, movimientos eclesiales y nuevas comunidades” (n. 60). Un aspecto importante de esta ayuda es “alentar a los esposos a una disposición fundamental a acoger el gran don de los hijos” (ibid.).

Trabajar en la sociedad civil

Así como el documento parte de la fuerza y el valor propios de la familia y subraya lo positivo, al abordar los problemas emplea un enfoque que podría resumirse en estos términos: realismo, misericordia, conversión. “La pareja y la vida matrimonial no son realidades abstractas; son imperfectas y vulnerables” (n. 4). La respuesta a las deficiencias es la misericordia: “En la perspectiva de la pedagogía divina, la Iglesia se dirige con amor a los que participan de su vida de modo imperfecto: pide con ellos la gracia de la conversión, los alienta a hacer el bien” (n. 53). Pues “no se trata solo de presentar una normativa, sino de anunciar la gracia que da la capacidad de vivir los bienes de la familia” (n. 56).

Hace falta además trabajar por la familia en la sociedad civil, como señala el documento al final (n. 92). Hay que “alentar y apoyar a los laicos que se comprometen, como cristianos, en el ámbito cultural y sociopolítico”. “Para los cristianos que actúan en política, el empeño por la vida y la familia debe tener la prioridad”. “Las asociaciones familiares (…) tienen entre sus principales cometidos promover y defender la vida y la familia, la libertad de enseñanza y la libertad religiosa, la armonización entre el tiempo de trabajo y el tiempo para la familia; la defensa de las mujeres en el trabajo; la tutela de la objeción de conciencia”.

La Relación ha sido entregada al Papa, que decidirá cómo utilizarla. Puede tomar pie de ella para elaborar una exhortación apostólica, como han hecho sus predecesores y él mismo después de todos los sínodos excepto los dos primeros. Así se lo piden los padres sinodales.

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