El sentido del jubileo del año 2000

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Recogemos algunos fragmentos de una entrevista con el Card. Joseph Ratzinger publicada en Avvenire (Milán, 21-V-95).

– En estos últimos tiempos Juan Pablo II insiste mucho en el paso al tercer milenio del cristianismo, para el que se prepara el Gran Jubileo del año 2000. ¿Por qué esta referencia continua? ¿No se corre el riesgo de transformar esta fecha en algo utópico?

– (…) En una hora a todas luces crítica de la historia, lo que mueve al Papa es repensar lo esencial. Si el Santo Padre insiste en el año 2000 es porque quiere hacernos recordar que contamos el tiempo partiendo de un acontecimiento histórico que es el nacimiento de Cristo. Es, por tanto, una fecha contra la pérdida de memoria, contra la superficialidad, contra la desesperación. Pero, al mismo tiempo, es también una fecha contra una fe errónea en el futuro, contra el dominio de la utopía que ha servido a tantos tiranos de nuestro siglo para justificar crímenes horribles.

– Junto al empuje ecuménico está la idea de una autocrítica por lo que se refiere al pasado. «Es necesario que la Iglesia repase los aspectos oscuros de su historia», es la invitación que Juan Pablo II dirigió en el famoso consistorio de junio de 1994. ¿Se producirá, como algunos ya han escrito, un «mea culpa» sin límites de la Iglesia?

– Permítame hacerle notar que no es suficiente leer el borrador inicial del consistorio de 1994 para comprender a fondo la cuestión. Si leemos la exposición definitiva en la Carta Apostólica Tertio millenio adveniente, sobre todo en los parágrafos que van del 32 al 36, resulta claro que no se trata simplemente de hacer que emerjan los lados oscuros de la historia de la Iglesia, tal como ha hecho tantas veces la propaganda anticlerical, desde la Ilustración en adelante.

Por el contrario, forma parte de la tradición del año santo la idea de la reconciliación y de la conversión en todas sus facetas: el examen de conciencia, la admisión de la culpa y el recomenzar a partir de la gracia. El reconocimiento de los propios pecados está, por tanto, encuadrado en el proceso positivo de la conversión, cuya dinámica es la de volver a ponerse en camino, siguiendo el modelo del hijo pródigo.

– A veces parece que el Papa tiene nostalgia de tiempos pasados, en concreto los del enfrentamiento con el comunismo. Durante la visita a los países bálticos, en septiembre de 1993, dijo como de pasada: «En el marxismo había una parte de verdad». ¿Tiene usted la sensación de que el Papa esté desilusionado del gran cambio de 1989?

– Nadie, seriamente, puede negar que en el marxismo había también parte de verdad. Los grandes errores son precisamente tan peligrosos y seductores porque aíslan una verdad parcial, con frecuencia muy importante, y así ciegan a los hombres. La distorsión de los ideales y los valores lleva a que los mismos ideales y valores se consideren como mentiras. Se cae en el puro nihilismo. Una libertad sin contenido, sin valores y sin verdad no es menos peligrosa que las dictaduras, las cuales sin embargo despertaron a las fuerzas de la resistencia.

– ¿Quiere decir que, desde el punto de vista de la Iglesia, se estaba mejor cuando se estaba peor?

– Naturalmente que no. ¡El Papa no desea ciertamente la vuelta de las dictaduras! Sólo pone delante de nuestros ojos una verdad incontestable: la simple ausencia de una dictadura no crea, por sí misma, una forma de vida llena de sentido y de libertad. Si no se llena el vacío, puede convertirse en una preparación para nuevas dictaduras más devastadoras. En lugar del espíritu maligno que ha sido expulsado, pueden entrar espíritus peores. Por esta razón, es importante dar un contenido a la libertad, y el Papa desearía contribuir a esto.

– Una de las grandes preocupaciones de este Pontificado parece ser la defensa de la vida y de la familia. Un tema sobre el que muchos le achacan una severidad e intransigencia excesivas…

– El Papa es tan intransigente sobre este punto porque se trata de la dignidad del hombre como tal, y está en juego un derecho que implica, al mismo tiempo, la esencia misma del derecho. No somos nosotros los que convertimos al hombre en portador de derechos: lo es por el mismo hecho de ser hombre. Por esta razón, el respeto a la vida precede a todo ordenamiento jurídico positivo. Se pervierte la esencia del derecho allí donde el Estado o la sociedad, o cualquier otra institución, decide si uno puede o no vivir. Un legislador semejante se adueña de los derechos de Dios y se convierte en un tirano.

Por lo que se refiere a la familia, existe un dato de hecho semejante: como nos demuestra la historia, los distintos ordenamientos jurídicos pueden estructurar la familia de modos diversos, pero el nexo fundamental padre-madre-hijos tampoco lo ha inventado un ordenamiento jurídico. Forma parte de la estructura de la vida, como todos pueden ver. En la familia se aprende a ser hombres, se aprenden las relaciones humanas fundamentales y la convivencia de las distintas generaciones.

Las sociedades occidentales están amenazadas por el fenómeno del individualismo radical. El ser single es, cada vez más, una forma de vida normal. Sin embargo, allí donde la ausencia de relaciones se transforma en normal, se perturban los fundamentos de la sociedad. Los proyectos iniciales de la Conferencia de El Cairo eran muy discutibles precisamente porque estaban construidos sobre un hombre profundamente individualista.

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