El presidente alemán defiende la presencia pública de las Iglesias

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En un discurso pronunciado el 25 de septiembre con motivo de los 450 años de la Paz de Augsburgo, el presidente alemán, Horst Köhler, defendió la necesidad de la presencia pública de la Iglesia. «La separación entre Estado e Iglesia es también una invitación a las Iglesias a participar, libre y voluntariamente, en la conformación de la comunidad social», afirmó Köhler.

Refiriéndose a la paz que en 1555 garantizó a los luteranos el libre ejercicio de su confesión religiosa, Köhler comenzó diciendo que «como protestante, soy consciente de que la paz religiosa de Augsburgo resulta dolorosa, aún hoy, para la Iglesia católica, porque expresa una separación de la Iglesia que sigue durando. Por eso mismo me alegro del espíritu ecuménico».

El presidente aseguró que se malinterpreta la separación Iglesia-Estado cuando lo que se sugiere es que la Iglesia debería retirarse de la sociedad y mantenerse al margen: «Iglesia y Estado están hoy separados en Alemania, pero colaboran bien como socios independientes. La Constitución regula esa colaboración y protege la libertad religiosa de cada individuo. La libertad religiosa es algo más que un derecho defensivo. Es también una invitación a involucrarse en la sociedad llevando la propia fe. Y la separación entre Estado e Iglesia es también una invitación a las iglesias a participar, libre y voluntariamente, en la conformación de la comunidad social. Nunca debería renunciar a ello un Estado que, como el nuestro, siendo neutral respecto a las concepciones del mundo, está fundado básicamente sobre valores que remiten a la herencia judeo-cristiana».

Köhelr recordó la fórmula del constitucionalista Ernst-Wolfgang Böckenförde según la cual el Estado liberal y secularizado vive de presupuestos que él mismo no puede garantizar. «Las comunidades religiosas no tienen derecho exclusivo sobre determinados valores, pero la separación entre Estado e Iglesia no puede interpretarse falsamente como recomendación de que las Iglesias se retiren o permanezcan al margen de la sociedad. Al contrario, son ellas precisamente las que pueden dar algo a los hombres en su búsqueda de lo trascendente, algo que ningún Estado puede ni debe transmitir. Por eso me parece problemático que se intente echar a las Iglesias de ámbitos en los que han ayudado con éxito, durante siglos y por encima de las diferencias de confesión. Pienso particularmente ahora en las escuelas y en la clase de religión dada por las Iglesias, a la que no deberíamos renunciar».

Al igual que afirmó Benedicto XVI, Köhler piensa que el problema actual del mundo occidental es el relativismo (el presidente alemán no citó sin embargo al Papa, sino a Hans Küng, por afirmar que las religiones tienen mucho en común): «Me parece que la causa de muchos de nuestros problemas, al menos en el mundo occidental, no reside en que haya convicciones religiosas y valores rígidos e incompatibles. Me parece más bien que nuestro problema consiste en una relativización universal de todos los valores y actitudes. Pero los hombres deben saber qué es lo que les diferencia y qué les une. ¡Y a los creyentes de las grandes religiones mundiales es muchísimo lo que les une!»

Havel y el cristianismo en Europa

Otro intelectual y político que valora la aportación que la religión puede proporcionar a la vida pública es el ex presidente checo Václav Havel. En una entrevista publicada en el diario italiano «Avvenire» (20-09-2005), manifiesta que el proceso de unificación europea le parece irreversible, y que se llegará a una Constitución Europea, quizá con un texto mejor que el actual. Cuando le preguntan si le parece oportuna la mención a las raíces cristianas de Europa, afirma: «Yo soy todavía más drástico. Más que una simple mención, que corre el riesgo de ser un homenaje formal e inoperante, sería necesario que los valores cristianos estuvieran subyacentes en todos los artículos».

Pero ¿puede ser esto posible en una Europa cada vez más secularizada, en la que la fe y la práctica son fenómenos minoritarios? «Se trata de una cuestión profunda, en el corazón de la ambigüedad del mundo moderno, que con la extensión de la técnica parece perder la sensibilidad religiosa, lo que es todavía más grave que el descenso de la asistencia a la iglesia. La idea de progreso es un fruto espurio del iluminismo (…), con la consecuencia de que se olvidan valores antiguos».

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