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El Parlamento checo rechaza el acuerdo firmado con la Santa Sede

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Viena. El 21 de mayo, la cámara baja del Parlamento checo rechazó, con el voto en contra de 110 de los 177 diputados presentes, el acuerdo entre el Vaticano y la República Checa. Tras la aprobación gubernamental, el acuerdo había sido firmado en julio de 2002 por el ministro de Exteriores, Cyril Svoboda, y el nuncio apostólico, Erwin Josef Ender.

Contra el acuerdo votaron los diputados del Partido Comunista (41), la mayoría de los 58 del Partido Cívico Democrático (ODS, fundado por el actual presidente de la República, Václav Klaus) y también parte de los diputados del principal partido gubernamental, el de los socialdemócratas (70 escaños).

Jan Zahradil, vicepresidente del ODS, dijo que el acuerdo era «superfluo», porque las relaciones entre Iglesia y Estado quedan suficientemente reguladas por las leyes internas de la República Checa: «olvidaba» que la Iglesia católica es un sujeto de derecho internacional. Por eso, el ministro Svoboda, que durante dos años preparó el acuerdo, declaró que este rechazo perjudicará la imagen internacional del Parlamento checo. La República Checa es el único país poscomunista centroeuropeo que aún no ha firmado acuerdos con el Vaticano. Hungría y Polonia los firmaron en 1997, y Eslovaquia en 2000. Un tercio de los diez millones de habitantes de la República Checa se declara cristiano; de los creyentes, la mayoría (2,7 millones) son católicos.

El rechazo parlamentario no resulta extraño si tenemos en cuenta que buena parte de los católicos de la República Checa son moravos (parte oriental de la república) y no checos (parte occidental, llamada tradicionalmente Bohemia, y después Chequia: hoy el gobierno checo la ha impuesto para todo el país, reservando la fórmula «larga» -República Checa- para los documentos oficiales). El anticatolicismo tiene en Bohemia raíces un siglo anteriores al protestantismo: las de la revolución de los partidarios de Jan Hus (1369-1415). Husismo y protestantismo fueron reprimidos violentamente por Austria. Visto como una imposición extranjera, el catolicismo fue víctima fácil de los gobernantes laicistas de la primera República Checoslovaca (1919-39), y sobre el árido panorama del indiferentismo religioso, 40 años de comunismo relegaron la religión a un olvidado baúl de trastos viejos.

Los checos son, si se quiere, menos nacionalistas que la «media» europea; pero más manipulables en este punto por su ignorancia religiosa. Así que los políticos de la oposición (comunistas y populistas del ODS), con ayuda de algunos socialdemócratas, han impuesto que las cuestiones religiosas sigan siendo «asuntos internos». En realidad se trataba de regular las relaciones entre dos Estados soberanos -la República Checa y el Vaticano-. Pero el que las relaciones entre un Estado con casi un tercio de católicos y la Santa Sede no tengan base jurídica, es un detalle que no puede quitar muchos votos a los demagogos. Por lo demás, dada su mínima mayoría parlamentaria (la coalición gubernamental suma 101 diputados y la oposición 99), el primer ministro, Vladimír Špidla, tiene que calcular el riesgo de crisis que conllevaría un intento de castigar a los rebeldes de su propio partido.

Santiago Mata

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