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El examen de conciencia de un milenio

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El sentido de una iniciativa audaz de Juan Pablo II
Roma. Una de las iniciativas más sorprendentes y audaces con las que Juan Pablo II desea que se prepare el jubileo del año 2000 consiste en un examen de conciencia muy especial.

El Papa ha señalado la necesidad de que los hijos de la Iglesia terminen el milenio pidiendo perdón por las veces que, más o menos colectivamente, se han alejado del Evangelio y han ofrecido al mundo «formas de antitestimonio y de escándalo».

Ese reconocimiento de la culpa, según el proyecto del Papa, será una ocasión de penitencia y de conversión, aspectos que están muy en sintonía con el espíritu del jubileo. Será, además, un testimonio de sinceridad, de buena voluntad, de caridad, que acabará reforzando la autoridad moral de la Iglesia incluso ante los ojos de los indiferentes. Allanará, por tanto, el camino hacia la unidad de los cristianos y facilitará la nueva evangelización.

Un lema: «perdonar y pedir perdón»

Para algunos observadores, esa iniciativa de Juan Pablo II se ha convertido en la característica más original e interesante de su pontificado. Así lo sostiene, por ejemplo, el periodista Luigi Accattoli, experto en temas religiosos del diario Corriere della Sera. En su libro «Cuando el Papa pide perdón» (1), subraya que aunque la propuesta de examen de conciencia esté en perfecta sintonía con bosquejos de Juan XXIII, Pablo VI y del concilio Vaticano II, Juan Pablo II la ha desarrollado hasta límites impensables.

Buena muestra de ello son los noventa y cuatro textos recogidos en el libro, en los que el propio Pontífice -con palabras muy medidas- se refiere a las culpas históricas de los cristianos o pide perdón por esas culpas. La antología aborda temas tan dispares como el Cisma de Oriente, la Inquisición, Galileo, las cruzadas, la evangelización de América, etc.

Es interesante observar que, aunque ese «perdonar y pedir perdón» haya sido una constante del pontificado, la mayor parte de esos pronunciamientos no fueron noticia en su día. Sólo ahora, vistos a distancia, es fácil comprobar la coherencia del plan del Papa. Vale la pena recordar que el cardenal Wojtyla, cuando era arzobispo de Cracovia, fue uno de los artífices de la histórica reconciliación entre el episcopado polaco y el alemán: un gesto simbólico que ayudó a cerrar las heridas y los rencores que la guerra había marcado entre los dos países (y que fue duramente criticado por el gobierno comunista polaco).

Una decisión audaz

El mea culpa histórico del Papa saltó a las páginas de los periódicos a partir de la primavera de 1994, con ocasión del consistorio dedicado a la preparación del Gran Jubileo. En ese encuentro, los cardenales estudiaron un memorándum, inspirado por el Papa, en el que la necesidad de purificar la memoria histórica ocupaba un lugar central.

En noviembre de ese mismo año, en la carta Tertio millenio adveniente, el Santo Padre concretó ese examen de conciencia en algunos puntos específicos del pasado: las faltas que han dañado la unidad de la Iglesia, la aquiescencia mostrada en algunas épocas con métodos de intolerancia, e incluso de violencia. Por sugerencia de los cardenales, lo extendió también a algunos aspectos del presente, en concreto a las responsabilidades de los cristianos en los males de nuestra época y a cómo se han recibido y puesto en práctica las enseñanzas del concilio Vaticano II.

Ya durante la reunión de cardenales se discutió sobre el peligro de malinterpretación que se cernía sobre esta novedosa propuesta del Santo Padre. Algunos cardenales, por ejemplo, subrayaron lo arriesgado que resultaba embarcarse en investigaciones históricas interminables, la tentación de interpretar el pasado con ojos del presente, el dar pie a que se creara confusión en el pueblo fiel, o a que -sobre todo en los países de la Europa centro-oriental- la propaganda anticatólica llevada a cabo por los regímenes comunistas apareciera ahora como parcialmente verdadera…

Quitar obstáculos

El Papa tuvo en cuenta esas observaciones pero no cambió la esencia de la propuesta. Leyendo con atención esos textos se ve que a Juan Pablo II no le anima un «victimismo al revés», o un voluntarioso querer pechar con todas las culpas de la humanidad. Le mueve un afán de quitar obstáculos, de suprimir las losas que la historia ha ido depositando y que dificultan, sobre todo, el acercamiento efectivo a los demás cristianos. Sabe que la empresa es arriesgada, pues se presta a la manipulación y a la demagogia. Por eso, el querer afrontarla a pesar de todo es, por lo menos, una nueva muestra de su audacia.

Llevar a cabo ese discernimiento histórico está siendo la tarea principal de una de las ocho comisiones pontificias establecidas en el ámbito del Comité Central para la preparación del Gran Jubileo. Se trata de la Comisión teológico-histórica, presidida por el dominico Georges Cottier, teólogo de la Casa Pontificia. La Comisión se centrará por ahora «en dos temas de relevante interés eclesial, histórico y cultural: el antisemitismo y la intolerancia, con referencia a las inquisiciones». Sobre estos argumentos se ha anunciado ya la celebración en Roma de sendos congresos internacionales, que tendrán lugar en octubre de 1997 y de 1998, respectivamente.

Las conclusiones de esos y otros trabajos se pondrán en manos del Papa, quien decidirá qué hacer y cómo hacerlo. Lo que está claro ya desde ahora es que con su gesto de «pedir perdón» -y de «perdonar», que a veces es el aspecto más olvidado-, Juan Pablo II casi sin decirlo está invitando a todos a tener la valentía de hacer otro tanto.

Diego Contreras_________________________(1) Luigi Accattoli. «Quando il Papa chiede perdono. Tutti i mea culpa di Giovanni Paolo II». Mondadori. Milán (1997). 206 págs.

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