El coraje de ser cristiano en toda la vida

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Una entrevista con el Papa en «La Croix»
El coraje de ser cristiano en toda la vida Con ocasión de las XII Jornadas Mundiales de la Juventud, Juan Pablo II ha concedido una entrevista al diario La Croix (20-VIII-97). A excepción de algunos encuentros con la prensa y de coloquios informales con los periodistas que siguen sus viajes, hay pocos precedentes de entrevistas propiamente dichas con el Papa.

A la pregunta de por qué las Jornadas de la Juventud despiertan tanto interés entre los jóvenes, Juan Pablo II explica: «Los jóvenes llevan en sí un ideal de vida; tienen sed de felicidad. Por su acción y su entusiasmo, los jóvenes nos recuerdan que la vida no puede ser simplemente una búsqueda de riqueza, de bienestar, de honores. Nos revelan una aspiración más profunda que todo hombre lleva en sí mismo, un deseo de vida interior y de encuentro con el Señor, que llama a la puerta de nuestro corazón para darnos su vida y su amor. Sólo Dios puede llenar el deseo del hombre. Sólo en Él los valores fundamentales encuentran su origen y su sentido último. No todas las opciones valen lo mismo, aunque, según la mentalidad dominante, todo vale, independientemente del sentido moral de los actos. Los jóvenes son arrastrados a veces en esta confusión, pero saben reaccionar; no cesan de decirnos que esperan de los adultos el testimonio de una vida recta y bella».

¿Y qué espera el Papa de los jóvenes? «Espero de ellos que movilicen su generosidad, su inteligencia y su energía para hacer el mundo más hospitalario para todos, que se pongan al servicio de la felicidad y de la dignidad de sus hermanos y hermanas; que sepan que darse a los demás será para ellos un modo de alcanzar su pleno desarrollo. Espero de los jóvenes cristianos que descubran cada vez más ‘la anchura y la longitud, la altura y la profundidad’ del misterio de Cristo (Ef 3, 18) y la belleza de su condición de hijos de Dios; que desempeñen plenamente su papel activo y responsable en la Iglesia y en la sociedad; que sean testigos convincentes del Amor con que Dios nos ama haciendo ellos mismos de su vida un don».

El testimonio de una minoría

Pero, ¿cómo ser testigos cuando los católicos en Europa occidental son una minoría? Juan Pablo II recuerda que la cuestión se planteaba ya en los orígenes del cristianismo, como se ve en la Epístola a Diogneto: los discípulos no se distinguen de los demás hombres por sus costumbres ni por su género de vida, sino «por las leyes sobre las que se basa su manera de vivir». Los cristianos «están en el mundo; están atentos a las alegrías y sufrimientos de sus hermanos, (…) están contentos de participar en el progreso de la humanidad, en todos los campos en que trabajan. Se alegran de los avances científicos y técnicos, pero mantienen un discernimiento crítico. En efecto, los cristianos recuerdan sin cesar que toda elección personal o colectiva de los hombres en el mundo debe hacerse en función del ser humano, que es una persona y el centro de la vida social».

Por otra parte, «el compromiso de seguir a Cristo va unido al deseo de darlo a conocer, como hicieron los primeros discípulos», de compartir esta felicidad con los que nos rodean. Juan Pablo II precisa que el anuncio del Evangelio es compatible con el respeto de las conciencias. «No se obstaculiza la libertad personal cuando se proclama: ‘He encontrado a Cristo. Pertenezco a la Iglesia’. La libertad religiosa es ante todo el respeto recíproco de las creencias y de las prácticas religiosas de las personas y de las comunidades. Un país es un lugar de paz y de convivencia en la medida en que -protegiendo a las personas de los riesgos físicos, morales o espirituales que les hacen correr ciertos grupos- se deja a cada uno la posibilidad de desarrollar su vida espiritual y de adherirse a Cristo y a la Iglesia. Más aún, en una sociedad, permitir que cada uno tenga los medios de profundizar en su itinerario espiritual es una fuente de desarrollo social. Pues toda persona que desarrolla su ser profundo se preocupa, al mismo tiempo, por su hermanos».

El hecho de encontrarse en minoría en muchas regiones puede llevar a los cristianos, dice Juan Pablo II, a un tipo de martirio (palabra griega que significa testimonio): «el coraje de ser cristiano en todos los campos de la vida: en el trabajo, en la pareja, en la familia. La vida del discípulo lleva a no conformarse a la mentalidad del ambiente, precisamente a causa del amor por el Señor. Vemos que la vida cristiana consiste en manifestar a Aquel que vive en nosotros, a Cristo, que nos revela la verdad completa, fuente de felicidad; la vida cristiana exige también el compromiso de amar a sus hermanos y de hacer prevalecer las virtudes. Vivir una vida exigente interpela. Puede ser una forma extrema de testimonio. Es la consecuencia suprema del amor al Señor».

La aspiración a una ley moral universal

Otra de las preguntas se refiere a la mundialización, que lleva a diluir las identidades nacionales, y, como reacción, a la emergencia de nacionalismos a ultranza. Juan Pablo II advierte que las técnicas de comunicación dan una dimensión mundial sólo a una parte de la vida económica y cultural. Pero, «lo que es mundial, ante todo, es un patrimonio común, yo diría, el hombre, con su naturaleza específica, y toda la humanidad, con su sed de libertad y de dignidad. Me parece que es a ese nivel en el que se debe hablar en primer lugar de un movimiento de mundialización, aunque sea menos visible y todavía encuentre obstáculos. Pero, desde la Segunda Guerra Mundial, la Declaración Universal de los Derechos Humanos testimonia la aspiración general a reconocer una ley moral universal -nosotros hablamos de ley natural-, sin la cual el mundo estaría privado de sentido y se perdería de vista el valor de la vida.

«A este nivel, el patrimonio común de la humanidad no es contradictorio con las especificidades nacionales de los pueblos. La diversidad cultural es evidentemente una riqueza. (…) El amor de los grupos humanos a su lengua y a sus tradiciones no les impide acoger lo que viene de fuera. Sabemos bien que una persona no alcanza su plena dimensión sino en relación con los otros; de modo análogo, ¿no se podría decir que un pueblo no puede desarrollar su ‘personalidad’ más que en relación con los otros pueblos? En las condiciones actuales, el repliegue sobre sí mismo es prácticamente ilusorio y los nacionalismos exacerbados llevan a choques terribles, como hemos visto estos últimos años».

En la mundialización, concluye el Papa, «lo que importa ante todo es que el hombre prime sobre la economía y sobre el mercado, que la legítima concurrencia no asfixie la solidaridad a la más amplia escala».

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