El celibato sacerdotal se ha puesto de actualidad ahora que en el Sínodo de la Amazonia se ha planteado la posibilidad de ordenar hombres casados, para aliviar la escasez de clero en esa región. Hay distintas posturas al respecto, pero en el fondo, el asunto remite a la cuestión sobre el valor y al sentido propio del celibato. Nos responde un experto, el padre Amedeo Cencini.
Amedeo Cencini (Italia, 1948) es sacerdote canosiano, doctor en Psicología y profesor de Pastoral vocacional y de Formación para la madurez afectiva en universidades religiosas de Roma. Gracias a sus libros y conferencias, se ha convertido en un referente para temas como la preparación del clero, el discernimiento y acompañamiento de la vocación, o el celibato, asuntos que aborda desde una perspectiva que combina lo teológico, lo psicológico y la propia experiencia acumulada durante años tratando con sacerdotes.
“El celibato laical, tan libre, tan motivado y tan desvinculado de cualquier razón, digamos, disciplinaria, se vuelve muy ilustrativo para el sacerdote”
El celibato, señala, se ha entendido –también en las religiones orientales– como una opción ligada al ascetismo. El cristianismo valora además el “sentido práctico del celibato en una existencia que quiere ser un don total para los otros”. Hoy, añade el P. Cencini, se suele subrayar más este aspecto: “la disponibilidad del corazón libre para acoger al otro, particularmente el dolor del otro, manifestando así la misericordia y la compasión del Buen Pastor”. Pues, “al fin y al cabo, el celibato sacerdotal solo tiene sentido si el célibe ha aprendido a amar con el corazón de Dios”.
— ¿Qué testimonio específico están llamados a aportar los célibes dentro de las comunidades de creyentes? ¿Sigue siendo relevante este testimonio en una sociedad como la actual?
— Hoy en día, en la época de los escándalos sexuales, el testimonio que se debe dar al mundo es principalmente el de un celibato coherente y fiel: la gente tiene derecho a ver a sacerdotes convencidos y contentos de su elección de vida, vivida en plenitud, sin compensaciones ni ambigüedades.
Solo entonces, el mundo puede reconocer en el testimonio del “célibe por el reino de los cielos” el anuncio de una verdad importante para cada hombre y mujer: la verdad del corazón humano, cuya infinita sed de amor solo puede ser saciada por Dios. El célibe, en otras palabras, manifiesta con su elección que existe un espacio de virginidad en todos los corazones, como espera de un amor que solo puede venir de Dios. Creo que el verdadero desafío para los sacerdotes de hoy es anunciar y testimoniar este “evangelio universal de la virginidad”, exactamente como “buena nueva y bella”. Un evangelio que puede encarnarse en cualquier estado de vida.
Debemos dejar de hablar del celibato como una realidad que solo podemos entender los curas, y que solo es para nosotros; porque, de ese modo, lo convertiremos en algo cada vez menos creíble.
Laicos célibes
— ¿Puede el celibato de los laicos, que no deriva de su estado ni de su misión en la Iglesia, iluminar más claramente el carácter de entrega amorosa, libre y personal?
— Depende del tipo de motivación que lleve al laico a escoger el celibato. En la medida en que el laico haya escogido un celibato realmente “por el reino de los cielos”, su testimonio, tan libre, tan motivado y tan desvinculado de cualquier razón, digamos, “disciplinaria”, se vuelve muy ilustrativo para el sacerdote, casi ejemplar.
“Quien no bendice la sexualidad no puede entender tampoco la virginidad”
Pero también hay solteros que no han elegido el celibato, sino que simplemente están en esta situación forzados por las circunstancias personales. El sacerdote, entonces, con un corazón compasivo, vive su celibato libremente escogido en un espíritu de solidaridad con aquellos que tienen que vivirlo sin haberlo escogido.
En cualquier caso, si el sacerdote y el laico logran testimoniar de maneras distintas lo que antes hemos llamado “virginidad universal”, será una bendición para todos.
“Globalización de la banalidad”
— ¿En qué medida la incomprensión del celibato es consecuencia de la banalización del amor (ya sea en la variante “sexualizadora” o en la romántica-idealizante) que también oscurece la comprensión del matrimonio cristiano? ¿Son crisis relacionadas?
— Ciertamente son crisis relacionadas entre sí, y así lo estamos constatando hoy en día. Banalizar el amor significa desfigurar la realidad más bonita del hombre y de la mujer; no entender su sentido y belleza, ni tampoco el misterio y la grandeza de la vida de cada ser humano.
Después de la banalización del mal (desde los crímenes nazis hasta los abusos sexuales en la propia Iglesia), actualmente estamos asistiendo a un proceso de “globalización de la banalidad” en varios niveles. Es como si el hombre de hoy en día hubiese perdido la sensibilidad, aquello que le hace capaz de enamorarse y de sufrir, de admirar la belleza y de indignarse ante el mal.
Psicología del celibato
— Usted ha señalado en alguna ocasión que, en el plano psicológico, los célibes parten en una “posición de desventaja” respecto a los casados en cuanto a la integración de la sexualidad. ¿A qué se refiere? ¿Se puede superar esa desventaja de forma que también el célibe viva plenamente su sexualidad?
— Siendo realistas, hay que decir que la renuncia del célibe crea en el plano psicológico una situación de descompensación, porque falta una importante fuente de gratificación, que no es solo sexual (de hecho, el acto sexual es sumamente satisfactorio porque provoca también la gratificación de muchos otros instintos humanos). Esta ausencia puede empobrecer, en el plano humano, la personalidad del célibe, y lo expone a la tentación de “compensarse” con otros compromisos, especialmente cuando la elección no está suficientemente motivada o se hace difícil, o cuando aparecen otros amores y la fidelidad decrece.
“El célibe manifiesta con su elección que existe un espacio de virginidad en todos los corazones, como espera de un amor que solo puede venir de Dios”
Por tanto, es necesario prestar mucha atención –primeramente en el plan de formación– al proceso de discernimiento del celibato, para que este sea elegido explícitamente como un bien en sí mismo, y la decisión sea libre y responsable, con pleno conocimiento de su sentido y de lo que conlleva (en muchos seminarios parece que no existe ningún discernimiento de este tipo, con la consecuencia de que el celibato es asumido pasivamente por el sujeto, por la vía de los hechos).
Por otro lado, es necesario favorecer una actitud positiva respecto a aquella realidad bella y bendecida que es la sexualidad (quien no bendice la sexualidad no puede entender tampoco la virginidad), de modo que el joven comprenda que es posible decir no a una cosa buena en la medida en que se ha descubierto algo (alguien) que es todavía más bello, según la lógica del relato evangélico sobre el tesoro escondido en el campo.
La formación inicial de los sacerdotes en este campo de la afectividad y la sexualidad no puede ser solo teórico-espiritual, sino que ha de atender también de forma precisa y rigurosa a cuestiones prácticas como, por ejemplo, el modo de relacionarse del célibe. Además, debe existir un programa real de formación permanente, que dé respuesta a los requerimientos de una energía viva como la sexualidad, que presenta situaciones, sensaciones y tentaciones siempre nuevas. Quien se contenta solo con “observar” el celibato, como si fuese una ley, al final lo siente solo como un peso que tiene que soportar.
Celibato y abusos
— Existe una corriente de opinión que ve en el celibato la causa remota de los abusos sexuales en la Iglesia. ¿Cuál es su opinión al respecto?
— No se suele tener en cuenta que la sexualidad es la “caja de resonancia” de ciertos desequilibrios en otros ámbitos. Por ejemplo, cada vez somos más conscientes de que en el origen de muchos escándalos sexuales en la Iglesia hay un problema de “identidad” en el sacerdote, que pretende compensar una baja autoestima abusando en primer lugar de su función, imponiéndose a los demás, ejercitando una autoridad que degenera en control; así, acaba por actuar como si fuera una persona “especial” que, por tanto, pudiera permitirse ciertas transgresiones “especiales”. En esos casos, el abuso sexual es solo el último eslabón de una cadena de abusos. Por eso, no es exacto decir que toda la culpa es del celibato, sino que de fondo hay un problema de incomprensión de sí mismo por parte del sacerdote, que no es capaz de ver y de afrontar las verdaderas causas de sus males.
Tipos de soledad
— Más allá de las disposiciones interiores, se habla de la soledad como un problema práctico y real que no ayuda a los sacerdotes a vivir su celibato.
— Es evidente que ciertas circunstancias vitales del sacerdote, como la soledad, no le ayudan a vivir bien su propia elección. Pero para cambiar estas condiciones, en primer lugar es necesario que la formación inicial deje de presentar al sacerdote como una persona autosuficiente, que centraliza en sí mismo una buena dosis de autoridad-poder, por lo que puede decidir por los demás sin tenerlos en cuenta: está claro que un hombre así se sentirá solo.
“La gente tiene derecho a ver a sacerdotes convencidos y contentos de su elección de vida”
Por otro lado, no basta con hablar de soledad en general, porque hay una diversidad de “soledades” que un sacerdote puede vivir y que afectan negativamente a su calidad de vida y también a su afectividad: la soledad presbiteral (un sacerdote sin otros amigos sacerdotes), pastoral (la distancia psicológica con su comunidad de fieles), afectiva (ausencia de relaciones significativas), eclesial (sensación de que su ministerio resulta insignificante en la labor global de la Iglesia, y de que el obispo es alguien lejano), material (falta de acompañamiento en las labores cotidianas, desde hacerse la comida hasta lavarse la ropa), o espiritual (el “silencio de Dios”). Evitar o, si no se puede, aprender a vivir cada una de estas soledades presenta retos diferentes.