Dios no ha muerto en América

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Maurizio Viroli, profesor de Teoría Política en la Universidad de Princeton, describe en La Stampa (Turín, 8-XII-97) el creciente interés por la religión en Estados Unidos, interés que se manifiesta en fenómenos y grupos muy diversos.

Que los norteamericanos son probablemente el pueblo más religioso del mundo occidental es cosa sabida, por lo menos desde que Tocqueville publicó La democracia en América. Menos conocido es el hecho de que de unos años a esta parte la religión se ha convertido en algo particularmente importante. Es una presencia intensa, fuerte, con todos los caracteres de un despertar religioso confuso, contradictorio, indisciplinado, cuya evolución es imposible de prever.

Así se advierte en el campus. Cuando en mis clases hablo del Estado, de la libertad, de la justicia, los estudiantes escuchan más o menos atentos; si hablo de Dios y de la religión, el silencio es total; no se oye ni el crujido de las viejas sillas de madera. Hasta ahora ningún estudiante me había pedido que expusiera mis propias convicciones en materia de religión; este año me lo han pedido varias veces: no para denunciarme ante algún tribunal inquisitorial, sino porque quieren saber qué pienso sobre un problema que les preocupa mucho.

Sorprendentemente, según datos publicados en un número del New York Times Magazine enteramente dedicado al retorno de Dios, la mayoría de los norteamericanos creen que la religión está en declive. Sin embargo, es una percepción errónea. Es verdad que el porcentaje de norteamericanos miembros de alguna comunidad religiosa, en el sentido de que participan regularmente en actividades de la comunidad y la sostienen económicamente, ha bajado del 76% en 1947 al 68% hoy. Este declive se inscribe en el proceso más general de decadencia de toda forma de asociacionismo que los sociólogos han descrito ampliamente como «el fin de la América cívica». (…) Pero el hecho es que los que declaran creer en Dios han aumentado (96%, frente al 95% de 1947). También hay que tener en cuenta que el 40% de los norteamericanos participa al menos semanalmente en una función religiosa.

El corazón de la religiosidad norteamericana es la Biblia: en el 93% de los hogares hay al menos una, y el 33% de los adultos declara leerla por lo menos una vez a la semana. (…) Los renacimientos religiosos del pasado eran estimulados por predicadores y algún escritor inspirado. Este puede contar con el apoyo de periódicos, de semanarios y sobre todo de la televisión. (…) Time y Newsweek no dejan pasar una semana sin tratar temas de fe. En las principales cadenas televisivas abundan los seriales de contenido religioso. En 1974, sólo el 1% de los programas de TV tenían este carácter; en 1996, son el 16%. En el mismo periodo, el número de emisoras religiosas ha pasado de 9 a 257.

El Dios de América es un «Dios descentrado», como escribe el New York Times Magazine, un Dios que se siente ahogado en las iglesias tradicionales y busca casas más grandes, más acogedoras. Nacen así las megachurches que pueden acoger a más de dos mil fieles a la vez: en 1970 había 10; hoy son 400. Prosperan los nuevos grupos: los Baptistas del Sur, los Testigos de Jehová, las Asambleas de Dios, la Iglesia de Dios en Cristo hacen prosélitos; las Iglesias históricas -episcopalianos, metodistas, católicos- pierden fieles.

(…) Muchos temen que el torrente del despertar religioso (…) pueda violar la sagrada separación entre Iglesia y Estado sobre la que se apoya la democracia norteamericana. Es cierto que la derecha cristiana es el componente más fuerte del Partido Republicano. Sin embargo, consuela ver que el 49% de los cristianos de derecha declara que los líderes religiosos no deben decir a la gente cómo votar.

Escribía Tocqueville que el hombre no puede soportar a la vez una completa independencia religiosa y una plena libertad política: «Si no tiene fe, debe servir; y si es libre, debe creer». Quizá los recurrentes despertares religiosos en América tengan su raíz en la desorientación de la libertad.

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