Benedicto XVI, el hombre que nos recuerda lo obvio

Fuente: The Salisbury Review
publicado
DURACIÓN LECTURA: 2min.

Si para George Orwell el primer deber de los hombres inteligentes era recordar lo obvio a sus contemporáneos, para Theodore Dalrymple Benedicto XVI puede ser considerado el Orwell de nuestro tiempo. Darlymply no es católico, ni siquiera se considera un hombre de fe, pero ello no le impide valorar el papel del Papa y apoyar la denuncia sin tapujos que realiza del consumismo materialista de nuestro mundo.

¿Cuál es el crimen del Papa?, se pregunta Darlymply en su artículo. “Además de ser alemán (…) representa un desafío ético para nuestras formas de pensar utilitaristas”. No se trata de que el Papa critique determinadas formas de vida o determinadas políticas sociales, sino que desafía precisamente una concepción global del mundo. Por ello, su denuncia de los peligros y las consecuencias de la utopía racionalista provocan una crisis espiritual al hombre y a la sociedad de hoy.

No es de extrañar que un hombre capaz de detectar los males e infortunios del mundo actual con tanta precisión genere tanto recelo y concite algunos odios. Eso puede demostrar que sus críticas han dado en el clavo: las heridas y suspicacias que provocan sus palabras suponen la enmienda a la totalidad de una forma de vida corriente y generalmente aceptada.

Por otro lado, las críticas injustas que ha recibido -que en la mayoría de las ocasiones han sido desmedidas, como en el caso de algunos intelectuales británicos que llegaron a apoyar que se estudiara la posibilidad de enjuiciarle por crímenes contra la humanidad- son sintomáticas de un estado de ánimo casi paranoico o enfermizo que pone en evidencia a quienes realizan los ataques. Se puede no estar de acuerdo con el Papa -de hecho, el propio autor confiesa que discrepa de él en muchos casos-, pero el desacuerdo no puede estar infectado de odio.

Un caso en el que la Iglesia ha sido injustamente tratada es el de los abusos sexuales cometidos por los sacerdotes. Se puede discutir si la Iglesia ha actuado o no con suficiente celeridad o si su política de comunicación ha sido la acertada. Es simplista, sin embargo, según Darlymply, centrar el problema en la Iglesia. A su juicio, ha existido toda una corriente de pensamiento que ha afectado tanto a la Iglesia como a la sociedad. “Está universalmente aceptado, por ejemplo, que los padrastros son más proclives a infligir malos tratos físico y abusos sexuales que los padres biológicos, y como la existencia de los padrastros se ha convertido en una relación mucho más común que antes, gracias a las reformas sociales de los últimos cincuenta años, es probable que la mayor parte del maltrato infantil se haya producido en ese contexto”.

Así pues, si el Papa debe ser juzgado, según Dawkins o Hitchens, por crímenes contra la humanidad, también deberían serlo muchos divorciados con hijos, los padrastros, las madres solteras, las feministas, los legisladores que han promovido cambios relevantes en la cuestión, trabajadores sociales, etc.

Pero si esto es así, ¿cómo es posible que personas inteligentes como los científicos británicos mencionados sean capaces de centrar sus ataques en la religión? La respuesta, para Darlymply, está clara: sus argumentos proceden de la confusión emocional que causa en ellos las palabras del papa, es decir, por el desafío exigente que representa Benedicto XVI para sus respectivas cosmovisiones.

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