Benedicto XVI alienta la labor de los movimientos

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Roma. «Los movimientos eclesiales deben permanecer unidos al Papa y a los obispos, y éstos estarán atentos para no apagar el soplo del Espíritu Santo, pues la multiformidad e unidad son inseparables en la vida de la Iglesia». Benedicto XVI hizo esa observación de modo poético y en el contexto de su profundo agradecimiento por la labor que estas asociaciones e instituciones realizan en todo el mundo. La ocasión la ofreció el encuentro que convocó en Roma, en la víspera de Pentecostés, a decenas de millares de seguidores de los movimientos y de las nuevas comunidades eclesiales. Unas 350.000 personas, entre las que predominaban familias al completo y jóvenes.

Era la segunda vez que estas nuevas realidades de la vida de la Iglesia, surgidas en torno al concilio Vaticano II, se reunían con un Papa. El primer encuentro tuvo lugar con Juan Pablo II en la vigilia de Pentecostés de 1998, en lo que se consideró como un ensayo general del Jubileo del año 2000 (ver Aceprensa 80/98). Como en aquella ocasión, también ahora el acto con el Papa ha estado precedido de un congreso en el que participaron delegados de casi cien movimientos y comunidades, el doble de las representadas hace ocho años.

Durante estos días se ha recordado una expresión que sintetizaba el pensamiento del entonces cardenal Ratzinger al referirse al futuro de la Iglesia en su intervención en aquel simposio: «más Espíritu Santo y menos organización». Es una frase que se entiende recordando cuanto había escrito con antelación, en los años difíciles del post-concilio, cuando muchos hablaban de «invierno» en la Iglesia: «He aquí, de repente, algo que nadie había planeado. Era el Espíritu Santo que, por así decir, había pedido de nuevo la palabra. Y en hombres y mujeres jóvenes afloraba una fe alegre, sin condiciones ni subterfugios, vivida en su integridad como un don, como un regalo que da la vida».

Algunas ideas parecidas las expresó durante la homilía de la misa de Pentecostés, en lo que se podría entender como una crítica al «eficientismo eclesiástico»: «El Señor pide nuestra colaboración, pero antes de nuestra respuesta es necesaria su iniciativa: su Espíritu es el verdadero protagonista de la Iglesia».

En su alocución de la vigilia, durante el encuentro de la plaza de San Pedro y vía de la Conciliación -que el Papa recorrió en el coche descubierto entre la multitud-, Benedicto XVI invitó a los movimientos a transmitir esperanza, a dar la batalla por la vida, a ser escuelas de verdadera libertad. «La creación y la historia esperan hombres y mujeres que realmente sean hijos de Dios y se comporten como tales».

El Papa alentó también el empuje evangelizador de los movimientos. «Quien ha encontrado lo que es verdadero, bello y bueno en su propia vida -¡el único tesoro, la perla preciosa!-, corre para compartirlo por doquier, en la familia, en el trabajo, en todos los ambientes de su existencia».

El Papa subrayó que «la verdadera libertad se demuestra en la responsabilidad, en un modo de actuar que asume en sí la corresponsabilidad por el mundo, por sí mismos y por los demás».

Mons. Stanislaw Rylko, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, organismo vaticano organizador de la iniciativa, declaró que desde aquel primer encuentro con Juan Pablo II los movimientos han crecido en manifestaciones de madurez eclesial. Muestras son el «sentido de comunión» cada vez más fuerte con el Papa y los obispos, y entre ellos mismos, así como el «compromiso misionero». Mons. Rylko hizo alusión a la necesidad de salvaguardar el carisma de cada movimiento en un momento en el que se está produciendo un recambio generacional. En efecto, algunos de los fundadores e iniciadores han fallecido recientemente (como es el caso de mons. Luigi Giussani, de Comunión y Liberación) o han llegado a la ancianidad (como Chiara Lubich, de los Focolares).

Diego Contreras

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