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Argentina: la actuación de los católicos durante la dictadura

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Los obispos argentinos han publicado una carta pastoral fechada el 27-IV-96, en la que, junto a otros temas, piden perdón por la participación de hijos de la Iglesia en el terrorismo de la guerrilla y en la represión de la dictadura militar. Transcribimos algunos párrafos.

A lo largo de la historia nacional, con frecuencia y de diversas maneras, se ha disociado el anuncio del Evangelio de su debida proyección en la vida política. Esta disociación se manifestó cruelmente en las décadas del 60 y 70, caracterizadas por el terrorismo de la guerrilla y por el terror represivo del Estado. Sus profundas heridas no han cicatrizado aún.

Sin admitir responsabilidades que la Iglesia no tuvo en esos hechos, debemos reconocer que hubo católicos que justificaron y participaron en la violencia sistemática como modo de «liberación nacional», intentando la toma del poder político y el establecimiento de una nueva forma de sociedad, inspirada en la ideología marxista, arrastrando lastimosamente a muchos jóvenes. Y hubo otros grupos, entre los cuales se contaron muchos hijos de la Iglesia, que respondieron ilegalmente a la guerrila de una manera inmoral y atroz, que nos avergüenza a todos. Por ello es oportuno reiterar lo ya dicho: «Si algún miembro de laIglesia, cualquiera fuera su condición, hubiera avalado con su recomendación y complicidad algunos de esos hechos, habría actuado bajo su responsabilidad personal, errando o pecando gravemente contra Dios, la humanidad y la conciencia».

Desde los comienzos de esta tragedia se procuró anunciar, con toda claridad, el Evangelio de la justicia, de la convivencia siocial, de la reconciliación. Son numerosos los documentos que, desde fines de los años 60 y hasta las vísperas del retorno a la vigencia de la Constitución en 1983, atestiguan esta enseñanza sobre la necesidad del Estado de derecho, la inviolabilidad de los derechos humanos y la maldad de todos los crímenes contra las personas y contra la convivencia social.

Los documentos del Episcopado dan fiel testimonio de cuanto dijimos entonces sobre esos dolorosos fenómenos. Como síntesis de aquella enseñanza transcribimos unas líneas de Dios, el hombre y la conciencia: «Existen múltiples y dolorosos pecados contra la vida ajena (…). En este tiempo algunos de ellos han adquirido particular gravedad debido a su auge y al hecho de haberse producido de una manera sistemática. En efecto, han resultado de ideologías de diversos signos, subversivo o represivo, pero que han tenido en común la lesión violenta del derecho a la vida como medio de obtener, cada una, sus propios fines. Es así como se han planificado actos de terrorismo, torturas, mutilaciones, asesinatos. La Iglesia ha pedido un particular examen de conciencia en este campo, guiada por la convicción de que una revisión de la propia historia personal y social, servirá para construir con claridad y firmeza el futuro de la Nación».

Solidarios con nuestro pueblo y con los pecados de todos, imploramos perdón a Dios nuestro Señor por los crímenes cometidos entonces, especialmente por los que tuvieron como protagonistas a hijos de la Iglesia, sean los enrolados en la guerrilla revolucionaria, sean los que detentaban el po-der del Estado o integraban las fuerzas de seguridad. También por todos los que, deformando la enseñanza de Cristo, instigaron a la violencia guerrillera o a la represión inmoral.

En aquel momento el Episcopado juzgó que debía combinar la firme denuncia de los atropellos, con frecuentes gestiones ante la autoridad mediante la Mesa Ejecutiva de la CEA, la Comisión encargada de esos asuntos, o la acción individual de los Obispos. Se buscaba encontrar soluciones prácticas y evitar mayores males para los detenidos. Hemos de confesar que, lastimosamente, se tropezó con actitudes irreductibles de muchas autoridades, que se alzaban como un muro impenetrable.

No pocos juzgan que los obispos en aquel momento debieron romper toda relación con las autoridades, pensando que tal ruptura hubiera significado un gesto eficaz para lograr la libertad de los detenidos. Sólo Dios conoce lo que hubiera ocurrido de haberse tomado ese camino. Pero, de hecho, todo lo realizado no alcanzó para impedir tanto horror. Sentimos profundamente no haber podido mitigar más el dolor producido por un drama tan grande. Nos solidarizamos con cuantos se sientan lesionados por ello, y lamentamos sinceramente la participación de hijos de la Iglesia en la violación de derechos humanos.

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