Quince años después de la publicación de su célebre libro Bowling Alone, el politólogo de Harvard Robert Putnam vuelve a despertar interés con las conclusiones de su nuevo libro, Our Kids: The American Dream in Crisis. En él advierte que el sueño americano se está desvaneciendo para cada vez más niños y jóvenes criados en hogares modestos, debido a que las desventajas de partida son ahora mayores que antes.
En los años 50 del siglo pasado, la vida en Port Clinton –la pequeña ciudad de Ohio en la que se crió Putnam– distaba de ser paradisíaca. Pero al menos brindaba lo que en aquel momento podía ofrecer la típica ciudad de clase trabajadora en EE.UU.: “oportunidades decentes para todos los chicos, independientemente de cuál fuera su origen socioeconómico”, escribe en la introducción del libro.
La mayor parte de sus compañeros de clase –casi todos de origen modesto– lograron superar el nivel de estudios y de ingresos de sus padres. “Éramos pobres sin saberlo”, pensaban al llegar a la universidad. Y al cabo de unos años salían con su título universitario. “La clase social no limitaba seriamente las oportunidades”.
El propio Putnam, de 74 años, dejó Port Clinton para estudiar ciencias políticas en Swarthmore College, en Pensilvania. Durante la carrera conoció a la que sería su mujer, y tuvieron dos hijos. Después de doctorarse y de enseñar en varias universidades dio el salto a Harvard, donde ahora estudian algunos de sus nietos.
Pero la situación en Port Clinton –representativa de lo que ocurre en el resto de EE.UU.– es muy diferente hoy día: los cambios de las tres últimas décadas “en la coyuntura económica, en la estructura familiar y en la crianza, en los colegios y en los vecindarios” han llevado a que a “un creciente número de niños, de todas las razas y de ambos sexos, se les niegue la promesa del sueño americano”.
La brecha de oportunidades
La idea central del sueño americano es que, con esfuerzo y por méritos propios, cualquiera puede mejorar su situación venga del contexto socioeconómico que venga. Si este sueño era posible en Estados Unidos, se pensaba, es porque ofrecía igualdad de oportunidades para todos y una gran movilidad social hacia arriba.
Putnam no idealiza los años 50 del siglo XX. Entonces había racismo y las mujeres chocaban con un techo de cristal. Pero sí es cierto que la narrativa del sueño americano casaba bien con la realidad de la sociedad estadounidense, al menos en términos de movilidad social hacia arriba, explica en una entrevista para la NPR.
Esto es lo que empezó a cambiar desde mediados de los años 80. Para ilustrar la situación actual, Putnam combina las historias de jóvenes a los que su equipo ha entrevistado con las estadísticas nacionales. Y hace una foto robot de la creciente brecha entre los hijos nacidos en hogares con padres de título universitario (a los que denomina “familias ricas”) y los criados en hogares con un nivel inferior de educación (“familias pobres”).
Como se ve, Putnam da por sentada la relación directa entre el nivel de estudios y el de ingresos, algo que nadie le ha reprochado. Y a diferencia de otras investigaciones que miran a las diferencias que se dan entre el decil más rico y el más pobre de la población, el enfoque de Putnam ofrece una panorámica más amplia que le permite incluir a la clase media en el debate sobre la desigualdad.
Los cambios en las tres últimas décadas han hecho que a “un creciente número de niños, de todas las razas y de ambos sexos, se les niegue la promesa del sueño americano”
En su análisis no aparecen los más pobres; es decir, los que no acabaron el colegio. En cambio, todos los jóvenes de origen modesto que desfilan por el libro tienen el título de secundaria. Estos comparten con sus padres el mismo nivel educativo. La diferencia es que ahora los hijos de “familias ricas” tienen más oportunidades que antes y los de “familias pobres” más desventajas. A este ensanchamiento de la división social lo llama Putnam “la brecha de oportunidades”.
Las desventajas que minan el sueño americano
De entrada, apenas el 10% de los hijos criados en “familias ricas” viven en hogares monoparentales, mientras que casi el 70% de los criados en “familias pobres” están en esta situación. El patrimonio neto medio de las primeras ha subido un 47% desde 1989, mientras que el de las segundas ha caído un 17%.
Putnam presta especial atención al debilitamiento de los vínculos familiares y comunitarios, tema estrella de su libro Bowling Alone: “Si hace falta una tribu para educar a un niño, el pronóstico para los niños estadounidenses no es bueno: en los últimos años, las comunidades en todo el país, ricas y pobres, se han deteriorado a medida que abdicábamos de la responsabilidad colectiva sobre nuestros hijos”, escribe en Our Kids.
Pero el deterioro se ha cebado especialmente con los hijos de “familias pobres”. Hasta mediados de los años 80, ambos tipos de familias tenía comportamientos similares en la educación de los hijos. Después las actitudes han cambiado: los padres con título universitario pasan más tiempo con sus hijos (casi un 50% más que los otros); leen más con ellos (hasta 45 minutos más de media al día); cenan más veces en familia; les acompañan más a la iglesia…
Las diferencias son importantes porque, como muestran las estadísticas citadas por Putnam, la implicación de los padres suele tener efectos positivos en el rendimiento escolar y en el comportamiento de los hijos.
Las escuelas no han contribuido a equilibrar las cosas. En los años 80, la participación de los hijos de “familias pobres” en actividades extraescolares rondaba el 80%; a mediados de la década 2000-2009 había caído al 65%. En cambio, la participación de los hijos de “familias ricas” en esas actividades, que además son más variadas, se ha mantenido estable en torno al 85% durante ese período.
Lo mismo pasa con los llamados “advanced placement courses”, asignaturas de libre elección destinadas a los alumnos de secundaria con buenas notas. En el curso 2009-10, por ejemplo, los colegios con más proporción de alumnos pobres ofertaban solo un tercio de los programas de este tipo que se ofrecen en los otros colegios.
La desigualdad también se advierte en el distinto porcentaje de los que acaban la universidad. Hace unas pocas décadas, la brecha entre unos y otros estaba en el 35%; ahora alcanza el 51%.
Ausencia de referentes
Una de las desventajas a la que Putnam concede más importancia –pues es una auténtica novedad con respecto al pasado– es la falta de referentes de fuera de la familia: profesores, pastores, amigos de los padres…
“Los niños pobres están totalmente aislados”, explica Putnam en declaraciones a Education Week. “Lo que más echan de menos es algún tipo de mentor que se preocupe de forma regular por ellos. No es solo una cuestión afectiva: les falta el tipo de orientación que tienen los niños ricos. Y no me refiero solo a los consejos profesionales, sino a la orientación para la vida”.
Aquí Putnam recurre a emotivas historias personales, a veces un tanto extremas. De una niña escribe que “la vida es lo que le ocurre. Lo que ha aprendido es que la vida no es algo que tú construyes, sino algo que tienes que soportar”.
Las propuestas de Putnam son coherentes con el diagnóstico que hace: más inversión en la educación temprana; más implicación de los padres en la educación de sus hijos; más actividades extraescolares en las escuelas públicas; más ayuda de las confesiones religiosas para resolver el problema de la falta de referentes; reformar el sistema judicial para evitar la cárcel por delitos menores..
Con la publicación de Our Kids, Putnam se suma a la lista de autores estadounidenses (Bradford Wilcox, Charles Murray, Elizabeth Marquardt, Richard Reeves…) que están insistiendo en la creciente división del país en dos grandes tribus: la de quienes son criados por familias estables de padre y madre casados y con título universitario, y la de quienes son criados por un padre o una madre solteros con estudios inferiores.