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Si quieres la paz, promueve la verdad

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El mensaje de Benedicto XVI con motivo de la Jornada Mundial de la Paz, que se celebra todos los años el 1 de enero, destaca la importancia de respetar la verdad sobre el hombre para vivir en paz.

«Cuando el hombre se deja iluminar por el resplandor de la verdad, emprende de modo casi natural el camino de la paz», dice el Papa. La paz no es la mera ausencia de conflictos, sino «el resultado de un orden diseñado y querido por el amor de Dios». No puede haber paz «cuando falta la adhesión al orden trascendente de la realidad, o bien el respeto de aquella ‘gramática’ del diálogo que es la ley moral universal, inscrita en el corazón del hombre; cuando se obstaculiza y se impide el desarrollo integral de la persona y la tutela de sus derechos fundamentales».

La paz exige atenerse a la verdad sobre el hombre, y así la mentira se opone a la paz. «La mentira está relacionada con el drama del pecado y sus consecuencias perversas, que han causado y siguen causando efectos devastadores en la vida de los individuos y de las naciones. Baste pensar en todo lo que ha sucedido en el siglo pasado, cuando sistemas ideológicos y políticos aberrantes han tergiversado de manera programada la verdad y han llevado a la explotación y al exterminio de un número impresionante de hombres y mujeres, e incluso de familias y comunidades enteras».

Una parte de la verdad sobre el hombre es la unidad fundamental de toda la familia humana. «Hay que recuperar la conciencia de estar unidos por un mismo destino, trascendente en última instancia, para poder valorar mejor las propias diferencias históricas y culturales, buscando la coordinación, en vez de la contraposición, con los miembros de otras culturas».

La verdad de la paz debe hacerse valer, prosigue el Papa, incluso en las situaciones de guerra. Benedicto XVI subraya la importancia del derecho internacional humanitario, que es «una de las manifestaciones más felices y eficaces que derivan de la verdad de la paz. Precisamente por eso, se impone para todos los pueblos respetar este derecho», garantizar su aplicación y, en su caso, actualizarlo con normas concretas. A este respecto, el Papa destaca la importante misión de las organizaciones internacionales. En particular, dice la Iglesia «confirma su confianza» en la ONU y «desea su renovación institucional».

A continuación, el Papa destaca el terrorismo entre las más graves amenazas actuales contra la paz. Siguiendo a Juan Pablo II, señala dos raíces principales del terrorismo. Una es el nihilismo, que el anterior Papa describió así: «Quien mata con atentados terroristas cultiva sentimientos de desprecio hacia la humanidad, manifestando desesperación ante la vida y el futuro; desde esta perspectiva, se puede odiar y destruir todo». Otra raíz es el fanatismo religioso o fundamentalismo, que también fue denunciado por Juan Pablo II: «Pretender imponer a otros con la violencia lo que se considera como la verdad, significa violar la dignidad del ser humano y, en definitiva, ultrajar a Dios, del cual es imagen».

Ambas raíces tienen un rasgo común, dice Benedicto XVI. «Tanto el nihilismo como el fundamentalismo mantienen una relación errónea con la verdad: los nihilistas niegan la existencia de cualquier verdad, los fundamentalistas tienen la pretensión de imponerla con la fuerza. Aun cuando tienen orígenes diferentes y sus manifestaciones se producen en contextos culturales distintos, el nihilismo y el fundamentalismo coinciden en un peligroso desprecio del hombre y de su vida y, en última instancia, de Dios mismo. En efecto, en la base de tan trágico resultado común está, en último término, la tergiversación de la plena verdad de Dios: el nihilismo niega su existencia y su presencia providente en la historia; el fundamentalismo fanático desfigura su rostro benevolente y misericordioso, sustituyéndolo con ídolos hechos a su propia imagen».

Al mirar la situación internacional, el Papa detecta signos alentadores, como la disminución del número de conflictos armados o la multiplicación de iniciativas para restablecer la paz en distintas regiones.

Pero todavía hay guerras en curso y otras latentes, que pueden estallar o reavivarse. Por eso es necesario detener la proliferación de armamento. El Papa pide sobre todo que se reduzcan los arsenales atómicos, que hacen pesar sobre la humanidad el peligro de una guerra nuclear en la que «no habría vencedores, sino solo víctimas». «La verdad de la paz exige que todos -tanto los gobiernos que de manera declarada u ocultan poseen armas nucleares, como los que quieren procurárselas- inviertan conjuntamente su orientación con opciones claras y firmes, encaminándose hacia un desarme nuclear progresivo».

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