La Federación de Rusia siente su unidad amenazada

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Chechenia y otros focos de conflicto
El conflicto de Chechenia ha hecho recordar que la Federación Rusa no es un coloso compacto. En una extensión de 17 millones de km2, se agrupan un total de 88 entes federados -repúblicas, regiones, territorios y distritos- que exigen sus derechos y prerrogativas. Por ahora la guerra de Chechenia no ha causado un «efecto dominó» en el Cáucaso Norte ni en otras repúblicas musulmanas. Pero Moscú sigue temiendo una propagación de las tesis independentistas entre pueblos mal unidos en una organización federal poco definida.

La desaparición de la URSS marcó también el comienzo de la independencia de Rusia. Mas Rusia no podía ser una nación como las demás desde el momento en que su imagen seguía estando vinculada a la de la Unión Soviética. Además, la historia de Rusia se ha desarrollado siempre en un escenario territorial cambiante en el que las fronteras nunca dejaron de desplazarse. Esa perpetua movilidad rusa llevaría a la formación del mayor imperio de la Historia, alentado por un mesianismo expansionista que unas veces se presentó como valedor del cristianismo ortodoxo y últimamente invocaba el ideal comunista. Un historiador ruso de principios de siglo, Kliutchevski, identificaba historia de Rusia con colonización. Lo cual es un problema en la actual época de descolonizaciones y más cuando afectan a un Estado que desde sus orígenes medievales siempre tuvo un componente multinacional.

Patriotismo ruso contra nacionalidades

Rusia ha perdido el imperio soviético y no está dispuesta a consentir nuevos desmembramientos. Después de tres años de tira y afloja, ha prevalecido la línea dura para evitar la secesión de Chechenia y dar un ejemplo a cualquier otra veleidad independentista. Pero la historia reciente nos demuestra los escasos resultados políticos logrados con el envío de tropas soviéticas a Georgia, Azerbaiyán o Lituania en la época de Gorbachov.

No sólo ha quedado minada la imagen de Yeltsin; otra víctima no menos importante puede ser la incipiente democracia rusa, si hace presa en ella el nacionalismo autoritario. La nueva Rusia no puede ya construir su identidad nacional con la vista puesta en un imperio desaparecido, al que la doctrina militar rusa califica eufemísticamente de «extranjero cercano». Ni mucho menos refugiarse en nostalgias de reinados como el del zar Pedro el Grande, que impuso a sus súbditos reformas occidentalizantes con mano de hierro.

La esencia del problema de las nacionalidades en la Federación rusa radica en la contradicción entre el patriotismo tradicional entendido como una afirmación de lo ruso y la amplísima libertad de que gozan nacionalidades y comunidades en los planos lingüístico, cultural y religioso. Fue precisamente el despertar de las nacionalidades lo que hizo estallar a la Unión Soviética y lo que puso de evidencia el fracaso de una utopía de nación internacionalista. El patriotismo ruso a la antigua usanza no se diferencia demasiado del monolitismo de la era soviética. Y lo sucedido en Chechenia se parece bastante a los métodos de «normalización» de épocas pasadas.

Intervención «ejemplar»

La anexión de Chechenia a mediados del siglo pasado fue quizás el episodio más sangriento de las guerras del Cáucaso. Los chechenos, musulmanes, presentaron una encarnizada resistencia a los rusos. Y la rebelión encabezada por el imán Chamil se convirtió hasta nuestros días en símbolo de autoafirmación de los pueblos musulmanes del Cáucaso.

Fue también el poder soviético el que agrupó a los chechenos y sus vecinos los inguchos en una misma república, habida cuenta de sus similitudes étnicas, lingüísticas y culturales. Al finalizar la II Guerra Mundial ambos pueblos corrieron la misma suerte de la deportación, acusados de haber colaborado con el invasor alemán. Por fin, en 1990 los chechenos se separaron de los inguchos para constituir su propia república. Desde entonces se desataron las tensiones entre Moscú y la nueva república, y ni siquiera la presencia del checheno Jasbulatov a la cabeza del parlamento ruso sirvió para atenuarlas. Después se afianzó como presidente de Chechenia el general Dudayev, que en 1991 proclamó la independencia de la república. La escalada de la tensión desembocó en la brusca decisión de invadir Chechenia.

La intervención ha provocado manifestaciones de protesta en otras poblaciones musulmanas del Cáucaso. Pero sin que esto les haya llevado a romper con Moscú, aunque sólo sea por prudencia. Y es que la intervención armada en esta república tenía también un valor disuasorio de cara a los que pretendieran seguir sus pasos independentistas.

En la crisis chechena el Estado ruso ha recurrido al consabido método de garantizar su seguridad interna por métodos expeditivos. Y eso a pesar de que la diplomacia rusa ha estado defendiendo un mayor papel en la seguridad europea para la OCSE (Organización para la Cooperación y Seguridad en Europa). Según esta lógica, la OCSE debería desempeñar un papel de mediación en Chechenia, teniendo en cuenta asimismo los intereses de otros Estados caucásicos como Georgia, Armenia y Azerbaiyán. Es cierto que ya hay sobre el terreno una misión de observación de la OCSE. Pero sus posibilidades de actuación han de ser forzosamente reducidas desde el momento en que Moscú prefiere gestionar, sola, sus asuntos internos y tampoco los aliados occidentales se arriesgarán a ejercer unas presiones que agraven la ya de por sí comprometida situación del presidente ruso.

Tensiones en las repúblicas del Volga

En esta selección de focos de inestabilidad en la Federación rusa, no podían faltar algunas repúblicas del Volga, y de modo especial Tatarstán, el país de los tártaros. Conviene tener en cuenta que esta república produce el 26% del petróleo ruso y es centro de industrias petroquímicas y de defensa.

Al igual que sucedió con otros grupos étnicos, Stalin deportó a los tártaros a Crimea al terminar la guerra. En 1990 Boris Yeltsin, enfrentado por entonces a los dirigentes del Kremlin, defendió abiertamente el derecho del pueblo tártaro a decidir por sí mismo su grado de autonomía. Siendo ya Yeltsin presidente, las reivindicaciones tártaras desembocaron en la celebración de un referéndum en marzo de 1992, con resultado favorable a las tesis independentistas.

La disyuntiva planteada entonces a Moscú era reaccionar con violencia o bien recurrir a la negociación para limitar los efectos de la consulta popular. Yeltsin había de actuar con cautela al negociar con una república en que el 43% de la población es rusa y el 48% tártara, con una ligera mayoría musulmana. Si los rusos tuvieran que abandonar Tartastán, su éxodo superaría el millón y medio de personas. Y el que fueran sustituidos por los cuatro millones de tártaros dispersos por Rusia y el extranjero sería inquietante hasta para las propias autoridades tártaras.

Todo esto explica que en febrero del año pasado Rusia y Tatarstán firmaran un tratado que concede a esta república más autonomía que a otras repúblicas no étnicas. Pero en el tratado no hay ninguna alusión a la soberanía de Tatarstán y a que esta república pueda ser sujeto de Derecho Internacional.

Al estallar la guerra de Chechenia, el presidente de Tatarstán condenó la intervención armada; pero los partidarios de la independencia han lamentado el escaso apoyo público a sus lejanos hermanos chechenos.

Otra república del Volga que también proclamó su soberanía es Bashkiria. Pero, a diferencia de los tártaros, los bashkiros anunciaron desde el principio que la ejercerían dentro de la Federación Rusa. Se trata de un pueblo minoritario en su propia república (21% de la población total) que ha de convivir además con un 28% de tártaros. Por otro lado, desde 1922 existe un contencioso entre ambas comunidades originado por la incorporación efectuada por Stalin de la región entonces tártara de Ufa. El 39% de población rusa existente en Bashkiria es un factor de peso en el papel de árbitro en la disputa que los bashkiros quisieran asignar a Moscú. Pero para el poder central la situación es comprometida, pues favorecer a una de las partes es enemistarse con la otra y arriesgar el estatus de la población rusa. En todo caso, Bashkiria ha firmado el correspondiente tratado con Rusia, acompañado según parece de un acuerdo secreto que incluiría ciertas concesiones de Moscú.

Poner fin a «la rapacidad de Moscú»

Los riesgos de conflicto son mucho menores en repúblicas del Norte, como Karelia, Komi y Yakutia, y en todo caso las tensiones tienen un componente más económico que político. Influye bastante que el porcentaje mayoritario de su población esté compuesto por rusos. Pese a su pertenencia a Finlandia antes de la II Guerra Mundial, no es fácil que Karelia (73% de rusos) sea objeto de ninguna reivindicación territorial, que plantearía más problemas económicos y elevados costes sociales.

En cambio, la disputa con Moscú se hace más acentuada en el caso de Yakutia (50% de población rusa). Ésta república del Noreste de Siberia produce la casi totalidad de los diamantes rusos y posee grandes reservas de oro. El principal objetivo de sus dirigentes es que estos recursos estén controlados por ellos y se ponga fin a la » rapacidad de Moscú». Parecidas reclamaciones se han escuchado en las regiones de los Urales, Siberia, San Petersburgo o Vologda.

El mismo lamento resuena en la república autónoma de Kalmikia, en la orilla norte del mar Caspio. Esta república se proclamó «independiente» en 1992 con el deseo de llamar la atención de Moscú sobre los problemas del caviar y del esturión, principal -y casi exclusiva- fuente de riqueza de aquel territorio.

Entre China y Mongolia

En la frontera con Mongolia está latente otro posible foco de conflicto: la república de Tuva. Pertenece a Rusia tan sólo desde 1945 y allí es mayoritaria la etnia mongola, mientras que los rusos son el 32%. Podría pensarse en una reivindicación por parte de Mongolia. Pero no es muy probable tras el acercamiento de Ulan Bator a Moscú, ya que Mongolia tiene más razones para desconfiar del gigante chino. En esa desconfianza coincide con Rusia y se adivina el peso de la Historia con el recuerdo de aquellos tratados arbitrarios, con los que los zares arrebataron a China grandes extensiones de territorio a mediados del siglo XIX.

Una zona muy próxima a Tuva -que abarca el área fronteriza entre Rusia, Kazajstán y China- es reivindicada por la minoría uighur (pueblo musulmán oriundo de Turkmenistán que huyó a China durante la represión stalinista). Los uighur desean ahora volver a la que consideran su tierra y reivindican sus derechos sobre el desierto de Gobi y las orillas del Baikal y del Amur. En este posible foco de tensión se adivina también la sombra de China.

Un foco permanente de inestabilidad

La guerra de Chechenia demuestra una vez más que el Cáucaso es la zona más conflictiva de toda la Federación Rusa. Allí conviven etnias sin territorio asignado, pero en conflicto con otras. Lo peligroso de tales tensiones son sus posibles estallidos en cadena. Para alejar ese peligro Moscú ha atraído al seno de la CEI a Georgia y Azerbaiyán en un intento por estabilizar el Cáucaso y controlar la situación en lugares tan inestables como Osetia, Daguestán y Chechenia. Moscú cree que un estrechamiento de lazos dentro de la CEI puede ser un paso hacia la progresiva reconstrucción del antiguo espacio soviético. Y el hecho de que formen parte de la CEI doce Estados de la que fuera la URSS -sólo han quedado fuera la repúblicas bálticas- es ya una señal en este sentido. La formación de una estructura política que agrupe a todos estos Estados euroasiáticos permitiría a Moscú una posición de mayor firmeza en cualquier conflicto secesionista dentro de sus fronteras.

Así pues, es difícil pensar en una desintegración de la Federación Rusa teniendo en cuenta, por ejemplo, que territorios como las repúblicas del Volga son enclaves sin fronteras con el exterior ubicados en el corazón de la propia Rusia, lo que les convertiría en zona idónea para una rápida intervención de la máquina militar rusa. Estas circunstancias habrán influido también para que los líderes de estas repúblicas se hayan decidido a firmar los respectivos tratados con la Federación Rusa. Los peligros son mayores en el Cáucaso, pero no menor es la determinación rusa de controlar una región vital para sus intereses económicos y estratégicos. Mas la efervescencia nacionalista de unos pueblos que no quieren estar sometidos ni a Rusia ni a Georgia crea un foco permanente de inestabilidad.

Antonio R. Rubio

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