La ayuda occidental a Rusia ha permitido aplazar las reformas indispensables

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En 1990, cuando Occidente estaba entusiasmado con las reformas de Mijail Gorbachov, dio mucho que hablar un artículo profético aparecido en el New York Times con la firma «Z», que mantenía que la perestroika era inútil porque el comunismo no era reformable. Luego se supo que su autor era Martin Malia, historiador norteamericano especialista en Rusia. En unas declaraciones a Le Monde (1-XII-98), Malia enjuicia la actual situación de Rusia.

Malia se muestra partidario de la ayuda humanitaria, pero es muy escéptico respecto a la utilidad de los créditos para mantener a flote el sistema actual. Los 40.000 millones de dólares de préstamos «han servido para aplazar el momento de la verdad, en lo que se refiere a las reformas fundamentales. Pero no ha sido un dinero totalmente perdido, porque ha permitido el comienzo de una transición al mercado».

«El corazón del problema es el enorme complejo militar-industrial heredado del sistema soviético. Cerca del 80% de la industria rusa es completamente obsoleta, no rentable, incapaz de afrontar la concurrencia internacional. A un plazo más o menos largo hay que liquidar esta herencia de la planificación soviética. La persistencia de este inmenso sector arcaico explica los subsidios estatales a la industria, el impago de los salarios, el retardo de los impuestos». Pocos están interesados en reformar el sistema, pues el 80% de la población vive de él. Es preciso que el FMI «obligue a los dirigentes rusos a afrontar la realidad».

Malia cree que los jóvenes reformadores que, a comienzos de los años 90, apostaron por la privatización y el mercado, aplicaron la única política posible para salir de la economía administrada. Pero el gobierno nunca ha seguido una política liberal coherente. «En las privatizaciones, a partir de 1993 ha abandonado más o menos la industria estatal en manos de la nomenklatura. No había otro comprador. Por otra parte, los miembros de la nomenklatura estaban ya situados, eran los que gobernaban esas fábricas arcaicas: los obreros dependían de un sistema paternalista, y por lo tanto los miembros de la nomenklatura contaban con su apoyo».

La idea de que la privatización daría un fuerte impulso a la economía de mercado ha funcionado hasta cierto punto. «Uno de los signos ha sido la aparición de la famosa oligarquía, que se ha aprovechado de esta nueva economía de mercado para enriquecerse, aunque a escala rusa, que es muy pequeña en comparación con las fortunas occidentales».

Acabada ya la era Yeltsin, los presidentes posibles, como Alexandr Lebed o Yuri Luzhkov, querrían un Estado más dirigista, pero la descomposición de la maquinaria estatal no se presta a la creación de un verdadero régimen autoritario. «Lo que me parece más probable es la instauración de un régimen más dirigista y, sin embargo, en simbiosis con el mercado mundial, porque seguirá necesitando ayuda exterior». Martin Malia no prevé un desastre como el de la República de Weimar, ni mucho menos una Rusia fascista. El régimen será «más nacionalista -en la retórica-, más autoritario, más dirigista, sobre todo con un funcionamiento bastante incoherente durante largo tiempo».

«El aspecto más inquietante de la situación actual es el armanento nuclear de que dispone Rusia. A veces lo utiliza un poco como chantaje, pero es un problema real».

¿Es posible ayudar desde fuera a la modernización económica y a la democracia en Rusia? Malia cree que hay que ser menos ingenuos cuando los rusos piden dinero asegurando que van a hacer grandes reformas. Pero habrá que apoyarles de un modo u otro, sobre todo a la espera de que «comience a llegar al poder una generación más joven».

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