Intelectuales y científicos rusos protestan contra los recortes presupuestarios

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El fenómeno de la «fuga de cerebros» de Rusia no ha cesado desde la caída del comunismo. Las causas son bien conocidas. Se han recortado las ayudas estatales, las subvenciones regionales y las ayudas municipales a la investigación científica y a la cultura. Junto a los que emigran, están los que cambian de trabajo en busca de mejores salarios.

La marcha al extranjero no equivale al exilio (ver servicio 129/93). Las puertas siguen abiertas. Pero se hace difícil regresar a un lugar donde la comunidad científica agoniza por falta de medios. Solamente en el Instituto de la Física de la Tierra de la Academia de Ciencias Rusa, el número de científicos ha pasado de 1.600 en 1989 a 900 en la actualidad. Los salarios no permiten cubrir las necesidades básicas de una familia (el salario medio de un científico ronda los 100 dólares mensuales). Además, ¿dónde aplicar los nuevos conocimientos? Los 120 observatorios del Instituto mencionado prácticamente no funcionan, pues el presupuesto ni siquiera permite pagar la electricidad. En consecuencia, las publicaciones científicas rusas sólo representan un 3% del total mundial, cuando en los años 60 eran el 30%, según declaró a El Mundo (5-X-96) un científico ruso en huelga de hambre.

El panorama de la cultura no es menos desolador. El Estado ha reducido el presupuesto cultural en un 65%. Actores, empleados de museos y teatros, artistas y músicos se han echado a la calle para protestar contra la reducción de los salarios. Frente a los científicos que han optado por la huelga de hambre, otros quieren seguir trabajando. Pero contra los cortes de electricidad o agua y contra la escasez de presupuesto, poco se puede hacer: manifestarse por las calles de Moscú al son de la marcha fúnebre de Chopin.

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