Crece en Rusia el nacionalismo xenófobo

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Riga (Letonia). Dos recientes asesinatos en Moscú han vuelto a poner de manifiesto que en Rusia es peligroso hacerse notar defendiendo los derechos humanos. Stanislav Markélov era un abogado que se había distinguido por investigar los crímenes cometidos en Chechenia; con él fue muerta a tiros Anastasia Babúrova, periodista del periódico Novaya Gazeta.

El trasfondo de crímenes como estos, así como de numerosos ataques a la libertad de expresión, es el resurgimiento en los últimos años de un nacionalismo xenófobo que, en aras de la estabilidad social y el equilibrio del pueblo ruso, tiende a silenciar otros problemas como el paro, la pobreza y la carestía en la que vive gran parte de la población.

Durante los últimos años se ha recrudecido en Rusia la violación de los derechos humanos, especialmente contra ciudadanos caucásicos y otros inmigrantes procedentes de repúblicas ex soviéticas de Asia Central (Kazajstán, Uzbekistán, Tayikistán…). Y no sólo se violan los derechos humanos de estas minorías sino que se persigue a aquellas personas que luchan por la salvaguarda de los valores democráticos.

Rusia es una sociedad mestiza donde conviven 150 nacionalidades. De los 145 millones de habitantes que tiene el país, el 20% no son étnicamente rusos, y más de 20 millones son musulmanes. Incluso el cuatro de cada cinco de los considerados “rusos” no lo son al 100%. Según declaraciones de Svetlana Gannúshkina, miembro de la organización para la defensa de los derechos humanos “Memorial”, la mezcla de razas en Rusia es enorme.

Los ataques racistas se han convertido en un fenómeno cotidiano, y el gobierno se mueve entre dos polos: por un lado, alienta el nacionalismo contra ciudadanos chechenos, georgianos… para desviar la atención popular de problemas reales como el paro y la pobreza de gran parte de su población; por otro lado, teme que esa intolerancia acabe perjudicando al mismo poder. Según explica el ex diputado republicano de la Duma Vladímir Rizhkov, “consciente e inconscientemente, las autoridades fomentan un nacionalismo racista y beligerante, sin reparar en las graves consecuencias que acarrea”.

Los terroristas y delincuentes de minorías étnicas inflaman el resentimiento ruso, pero son un porcentaje diminuto de los extranjeros. Además, las “ovejas negras” actúan en parte gracias a la corrupción existente, ante la que el gobierno desvía la vista.

Los sentimientos “patrióticos” que el Kremlin fomenta se han expresado de muy distintas maneras. La Unión Nacional Rusa, cuyo símbolo es una especie de esvástica con puntas en forma de machete, apela a la superioridad de la raza eslava. Un credo parecido profesa la llamada Unión Eslava. La consigna que les une es ”Rusia para los rusos”, aunque después cada uno la entiende a su manera.

Ante estas situaciones, la justicia no actúa y las organizaciones para la defensa de los derechos humanos han denunciado reiteradas veces los brotes xenófobos. Estas campañas racistas, fomentadas a veces por medios oficiales, han tenido otros efectos secundarios. Policías corruptos han hecho su agosto extorsionando a ciudadanos del Cáucaso, a quienes les quitan el permiso de residencia para convertirlos en ilegales. Más ahora que la crisis económica mundial se hace sentir en Rusia, los inmigrantes son hostigados como competidores que “roban” trabajo a los nacionales. Pero, pese al recrudecimiento del ambiente xenófobo, muchos llegados de otras repúblicas ex soviéticas prefieren no retornar porque en sus países de origen la pobreza es aún mayor.

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