Un muro de desconfianza entre Israel y Palestina

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El último brote de violencia entre israelíes y palestinos lleva a personas de una y otra parte a buscar explicaciones y preguntarse cómo se puede lograr el entendimiento entre ambos pueblos. Este es el tema de dos cartas abiertas recientemente publicadas: una del escritor israelí David Grossman a un amigo palestino (El País, 22 octubre 2000), y otra de una joven palestina, Samah Jabr, estudiante de Medicina en Jerusalén, a una amiga israelí (International Herald Tribune, 2 noviembre 2000).

¿Por qué esta violencia, cuando se estaba negociando la paz?, dice Samah que le preguntaba su amiga judía. Samah responde recordando la frustración palestina: «El proceso de paz no detuvo a los israelíes en su plan de construcción de asentamientos y carreteras destinados a separar a los palestinos en bantustanes como los de Sudáfrica. Te conté que no me atrevía a salir al extranjero, por miedo a que los israelíes me confiscaran la tarjeta de residente en Jerusalén, y con ella, mi identidad. Te expliqué cómo muchas familias de mi barrio han tenido un hijo o un padre en una prisión israelí. Te hablé de conocidos míos, cuyos hogares han sido destruidos, sufriendo un castigo colectivo porque un primo era sospechoso de haber cometido un crimen contra Israel».

En cambio, para un israelí, la reacción palestina es injustificable. «¿Cómo es posible -se pregunta Grossman- que no haya oído ni siquiera un pequeño gesto auténtico de condena por parte palestina después del horrible linchamiento de los dos soldados israelíes en Ramala? Me refiero a una condena explícita, sin ningún ‘pero’. ¿Y aun así hay que comprender las razones de la ira palestina?».

Grossman admite que Israel no ha logrado inspirar confianza a sus interlocutores en las conversaciones de paz: «Tienes razón cuando dices que la forma en que Israel ha llevado las negociaciones ha sido prepotente y reflejaba un gran temor y la incapacidad de ver la situación también desde la perspectiva de los palestinos». Pero a la vez, subraya, los palestinos deben reconocer que últimamente Israel ha hecho concesiones: «No obstante, te digo que observes el cambio que se ha producido en Israel en relación con la paz desde Oslo y, sobre todo, durante el último año, bajo el gobierno de Barak. No puedes negar el coraje de este hombre, su disposición (…) a entregar la mayor parte de los territorios ocupados y a renunciar a zonas de Jerusalén, el corazón del pueblo judío».

Por eso, Grossman cree que los palestinos pueden hacer que se pierda una oportunidad preciosa para la paz rechazando lo que ahora Israel está dispuesto a dar y pidiendo, en cambio, lo imposible. «A los palestinos les conviene aceptar ahora el acuerdo, a pesar de sus carencias. Soy consciente de la contradicción moral que esconden mis palabras, pero la otra alternativa es mucho más peligrosa. (…) No será una paz justa -lo reconozco-, pero por ahora no se puede desear más. Tal vez, después, con el paso de los años, cuando remita el odio, cuando se empiece a consolidar la convivencia, cuando los dos pueblos confíen el uno en el otro…».

También Anat, la amiga judía de Samah, piensa que el problema es la intransigencia palestina. «Sugieres -dice Samah- que los palestinos deberían salvarse y tomar lo que les den, por pequeño que pudiera ser. No os suicidéis, dices refiriéndote a nuestra Intifada. No quiero morir, Anat. Nuestra Intifada no es un intento de suicidio, sino de conseguir una nueva vida». Por eso, dice Samah, los palestinos se niegan a aceptar la paz ofrecida: «¿De qué paz me hablas? ¿De la paz de los puestos de control, de la paz de hacer desnudarse a los palestinos en los aeropuertos? ¿Se trata de la paz de negarnos el derecho a regresar a nuestros hogares; de la paz de continuar estableciendo asentamientos judíos, de negarnos Jerusalén Este como sede para nuestra capital, de no tener saneamientos en las poblaciones árabes, ni educación, ni control sobre el suministro de agua?».

Grossman, por su parte, subraya que el recuerdo del pasado también influye mucho en los israelíes: de ahí su resistencia a hacer más concesiones sustanciales. «Creo que este conflicto ha sacado a la luz el profundo miedo que siente Israel a dejar de existir. Puede que esa sea vuestra tragedia, pues los palestinos tenéis que tratar con un vecino complicado (aunque crea que es el más dócil, flexible y clemente que existe), un vecino con una historia larga y trágica que hace que no existan en el universo instrumentos suficientes para que se sienta seguro y sin miedo a dejar de existir».

Grossman observa con tristeza que el odio se encona, pero cree que, al final, no se impondrá, porque no ofrece salida. «No creo que tus opiniones moderadas representen la opinión de la mayoría de los palestinos, del mismo modo que yo no represento hoy en día la postura de la mayoría de los israelíes. No obstante, no cabe la menor duda de que opiniones como la tuya y la mía son las que durante todos estos años han impulsado el proceso de paz. Creo también que finalmente estas opiniones se impondrán sobre el fanatismo, que ahora parece tan fuerte. Tal vez hablar ahora de paz resulte hablar de una ilusión, pero frente a esta quimera solo hay un camino: el camino del odio y del derramamiento de sangre».

Pero la carta de Samah parece reflejar el cansancio de los palestinos, que ya no están dispuestos a seguir esperando y contentarse mientras con pequeños pasos y compromisos parciales: «Cuando Israel ofrezca verdad y justicia a los palestinos, entonces, Anat, nosotras podremos cruzar la línea verde y volver a ser amigas».

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