Palestina después de la ofensiva israelí

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Testimonios sobre la campaña en los territorios ocupados
Al terror de los atentados suicidas respondió Israel con la operación «Muro de protección», que ha aterrorizado a la población civil palestina. Durante las semanas que duró la ocupación militar de los territorios autónomos palestinos, el ejército israelí ha llevado a cabo una destrucción sistemática de la infraestructura, patrimonio cultural, instituciones y entidades sociales palestinas. Hasta las organizaciones humanitarias han tenido prohibida la entrada a la zona. Fundación Promoción Social de la Cultura, una ONG española con varios proyectos en el terreno, es una de ellas. Como las demás, mientras han durado los ataques israelíes, ha hecho lo imposible por mantener la comunicación con sus contrapartes en el país. Y ahora, cuando ya se les permite el acceso al escenario del conflicto, ¿qué queda de la Palestina que dejaron?

Riad Marki, colaborador de la Fundación Promoción Social de la Cultura (FPSC), escribía este testimonio en Ramala el 22 de marzo durante el toque de queda que le obligaba a permanecer encerrado en casa excepto tres horas al día: «Te levantas por la mañana y esperas. Esperas a que los soldados israelíes irrumpan en tu casa a inspeccionar, a detener a tu familia, a romperlo todo. La atmósfera que se respira durante esa tensa espera es asfixiante, sobre todo cuando percibes a los tanques acercándose, cuando oyes explosiones en la casa contigua, o ves cómo los hogares de tus vecinos están siendo utilizados por los soldados israelíes como si fueran hoteles. Casi todos los hogares cercanos al mío ya han sido registrados y destrozados por el vandalismo israelí. La gente está aterrorizada, los niños tienen miedo. Nosotros esperamos a que nos llegue el turno».

Devastación sistemática

Hasta el 20 de abril, día en que terminó el asedio, este palestino ha tenido que permanecer encerrado en su casa junto a su familia. Incomunicado, sin apenas alimentos, con la única compañía de la soledad, la incertidumbre y el miedo. Sólo mientras pudieron mantener la línea telefónica han logrado comunicarse con el exterior y conocer si sus otros familiares seguían con vida.

Se calcula que cerca de un millón de personas se han visto directamente afectadas por las incursiones del ejército israelí en Cisjordania. Cuando los tanques se retiraron, dejaron carreteras levantadas, casas derruidas, coches aplastados por el paso de los tanques y edificios enteros abandonados como estercoleros.

La ocupación de las ciudades palestinas por el ejército de Israel ha tenido como objetivo declarado la búsqueda de armas y la eliminación de combatientes tachados de terroristas. Objetivo logrado en buena parte. Pero los soldados israelíes también se han dedicado a destruir infraestructuras civiles que nada tenían que ver con los enfrentamientos armados.

Los relatos de los periodistas que consiguieron entrar en Ramala tras la retirada israelí coinciden en que se observa una destrucción sistemática en organismos públicos y calles: tendido eléctrico, líneas telefónicas, automóviles, semáforos, viviendas enteras, cañerías, varias escuelas, dos hospitales… sufrieron el vandalismo de los soldados.

Las instituciones relacionadas con la educación y la cultura también experimentaron el pillaje. Uno de los edificios destrozados en Ramala ha sido el Ministerio de Enseñanza Superior. El enviado especial de Le Monde (7 de mayo) describe los destrozos que ha dejado la ocupación y recoge las declaraciones de Hicham Kuhail, viceministro palestino, que explica cómo la destrucción no tuvo que ver con los enfrentamientos. El 19 de abril, la víspera de la retirada israelí de Ramala, los soldados «entraron por la tarde y sistemáticamente, en todos los pisos, rompieron las puertas [que estaban abiertas], reunieron los ordenadores, las impresoras, las fotocopiadoras, y los hicieron explosionar».

También se ensañaron con el Ministerio de Cultura. Las dos cadenas de televisión y de radio privadas que albergaba el edificio han sido también devastadas, sin que ningún material haya escapado a la furia de los soldados. En las paredes, graffiti con injurias, amenazas y burlas.

Impedir que la sociedad civil funcione

Según Hicham Kuhail, está claro que «para los israelíes se trataba de destruir físicamente todo lo que representa la Autoridad Palestina e impedir que la sociedad civil funcione». La ocupación militar se ha transformado, pues, en una operación para borrar las huellas de un pueblo y dificultar que pueda así en el futuro establecer las estructuras institucionales, políticas, culturales y económicas de su independencia nacional. En Ramala han sufrido también destrucciones sistemáticas la alcaldía, bancos, organizaciones no gubernamentales, medios de prensa, un gran supermercado… Un oficial del ejército israelí reconocía en el diario Haaretz (30 de abril) que los soldados se habían dedicado a «un vandalismo a gran escala y detestable, a veces acompañado de robos».

Un empleado del Ministerio palestino de Asuntos Civiles, situado en Um al Sharayat, punto de referencia para todos los palestinos que viven fuera de los territorios ocupados, al describir el estado en que ha encontrado sus oficinas tras las incursiones israelíes, afirma que «hay equipamiento destrozado, archivos rotos, papeles desparramados por todas partes y muchas ventanas interiores destruidas también. En el suelo he visto nuestros cuadros -especialmente los que tienen motivos palestinos- rotos y pisoteados. Hay pintadas en las paredes» (1).

El asedio de Yenín es que el ha acaparado más los titulares. Pero los daños y las víctimas han sido mayores en Nablus, según los datos recogidos por el enviado especial del Washington Post (21 de mayo). Aunque Israel se negó a permitir una investigación de una comisión de la ONU, las estimaciones de fuentes palestinas y de grupos de derechos humanos extranjeros cifran los muertos palestinos en Yenín entre 52 y 54, de los cuales 22 eran civiles. En cambio, en Nablus, una investigación del grupo palestino de derechos humanos LAW concluye que 75 palestinos, 50 de ellos civiles, murieron en los ataques de helicópteros, tanques e infantería contra activistas palestinos armados con fusiles automáticos.

«Un informe preliminar de los daños en Nablus indica que cien casas fueron completamente destruidas, incluidos algunos edificios históricos donde vivían familias. Otras mil casas han sufrido daños importantes, pero pueden ser reparadas, mientras que otras 1.500 han experimentado daños menos significativos», escribe el enviado del Washington Post. La ciudad y sus alrededores han experimentado daños valorados en 114 millones de dólares, mientras que las pérdidas materiales en toda Cisjordania durante el mes de la ocupación israelí han sido estimadas en 361 millones de dólares, según el informe preparado conjuntamente por Naciones Unidas, el Banco Mundial y el gobierno de Noruega con destino a posibles donantes.

La reconstrucción material y moral

El problema al que se enfrenta ahora el pueblo palestino no es sólo el de la reconstrucción material del país. Como explica Sam Bahour, un ciudadano palestino de Al-Bireh, en su testimonio, «el verdadero daño lo están sufriendo los niños. Sharon ha creado una generación más para la resistencia que no conocerá la noción de reconciliación ni tendrá esperanza en la coexistencia pacífica». La población palestina viene siendo humillada desde hace años. Pero la última incursión israelí «ha sido una guerra contra la sociedad civil y eso es algo que no se olvida pronto», explica Jumana Trad, de FPSC.

Desde hace varias semanas, a pesar de haberse interrumpido oficialmente el ataque de Israel, para los palestinos la situación no ha cambiado demasiado. La escasez de agua y de alimentos, el alto riesgo de que se desencadenen epidemias, la dificultad para acceder a los servicios médicos, son algunas características de lo que sigue siendo su modo de vida.

Sin embargo, lo peor es la desesperanza. Según Macarena Cotelo, de la FPSC, «los palestinos están desesperados porque se sienten solos y abandonados, incluso por los propios países árabes. Y se ven impotentes porque dudan de la capacidad de sus dirigentes actuales para llegar a una paz con Israel. Una actitud que es compatible con la constancia en la lucha por una tierra que consideran su nación».

Además, la falta de libertad de movimientos, acentuada también si cabe desde la incursión, impide a miles de palestinos acceder a sus lugares de trabajo, que muchas veces estaban al otro lado de la frontera, en territorio israelí. Jumana Trad recuerda que «esta situación tampoco es nueva. Los palestinos que trabajan en Israel llevan ya muchos años empleando hasta tres horas en hacer un trayecto de diez minutos en coche debido a los controles militares que deben atravesar».

Los últimos acontecimientos van a exacerbar también la tendencia a la emigración que ya sufre Palestina. Un total de 257.000 personas están desempleadas y el 64% de la población vive bajo el umbral de pobreza. En el último año de Intifada, debido a las condiciones infrahumanas que tienen que soportar a causa del cierre de las fronteras, se están viendo forzados a abandonar los territorios ocupados y dirigirse a países vecinos, particularmente a Jordania, a donde ya se estima que al menos 40.000 palestinos se han desplazado en el último año buscando alojamiento.

______________________________(1) Informe sobre la destrucción causada por el ejército israelí a las instituciones y entidades sociales palestinas y patrimonio histórico entre el 29 de marzo y el 21 de abril de 2002 durante la reocupación de las Áreas Autónomas, Palestinian NGO Emergency Initiative, Jerusalem, 2002.Herida y salvada por el ejército israelí

Un episodio recogido en Le Monde (2 de mayo) refleja la perplejidad de soldados israelíes, que se debaten entre el encarnizamiento y la humanidad. Shahnaz Shatara vive en el campo de refugiados de Askara, cerca de Nablus. Está embarazada de seis meses. Poco después del lanzamiento de la operación israelí en las zonas palestinas, llegan los soldados al campo.

«Dispararon contra la casa. Oí las balas que atravesaban las ventanas», explica Samer, esposo de Shahnaz. «Vi manchas rojas en el suelo, y después a mi hijo Ala, de 4 años, que escupía sangre. Había recibido un balazo en el pecho». Shahnaz quiere ir a buscar ayuda, y abre la puerta de la casa donde vive. Hay una nueva salva de disparos y Shahnaz es herida en la cadera. El hermano de Samer grita a los soldados que una mujer embarazada y su hijo están heridos. Primero disparan contra él; luego le escuchan.

«Los soldados vinieron a buscar a los heridos y los llevaron a su posición, enfrente de nuestra casa. Un soldado, furioso, tiró su arma al suelo y se quitó su chaleco de camuflaje; gritaba a sus compañeros que se avergonzaba de pertenecer a un ejército capaz de hacer estas cosas». Llega un oficial y determina que Shahnaz y su hijo herido sean llevados al hospital militar de Hawara. Se moviliza un helicóptero. «Los soldados eran muy amables. En el helicóptero un soldado me acariciaba la frente para confortarme. En Tel-Aviv he sido cuidada como una israelí, por personas que no hacían más que excusarse. Parecían muy sorprendidas. Pensaban que su ejército detiene ‘terroristas’, pues es lo que dice la prensa, y no que disparara sobre mujeres y niños». Las operaciones en el hospital son un éxito, pero los médicos deben provocar el parto prematuro del bebé de Shahnaz. Pesa 1 kilo, tiene problemas cardíacos y su supervivencia es incierta.

La crispación en Israel

La operación israelí en los territorios palestinos ha frenado la ola de atentados suicidas, pero no los ha evitado por completo. Exasperada por el terrorismo ciego, la opinión pública israelí está cada vez más crispada. Cada atentado hace más difícil convencer a los israelíes de que hay una salida política al conflicto, con lo que la gran mayoría de la opinión pública apoya la mano dura del gobierno de Sharon. Sólo una minoría se esfuerza, frente a la hostilidad general, en hacer ver que la pura acción militar no servirá para ganar la paz.

Esta creciente rigidez lleva a que las críticas contra el gobierno o el ejército se tachen de deslealtad a la patria, mientras hay vía libre para los extremismos. Akiva Eldar, articulista del diario Haaretz (centro izquierda), declara a Le Monde (11 de mayo): «Si se explica el punto de vista palestino, incluso sin hacerlo propio, o si se critica el papel político del ejército, se pasa por imbécil o por traidor. No recuerdo una tensión tan grande en el país».

En un país que tiene a gala la libertad de prensa, Ariel Sharon ha pedido a los medios informativos «más patriotismo». El gobierno también da consignas a los medios (cfr. Le Monde, 22 de mayo). Se les pide que no den la palabra a representantes de la Autoridad Palestina. En la radiotelevisión pública, para hablar de las colonias en los territorios ocupados, no se utiliza el término «asentamientos», sino «localidades» o «aldeas». No hay «víctimas» sino «muertos» palestinos. Israel no «asesina» a los activistas palestinos, simplemente esos hombres son «matados». Cuando se trata de un portavoz israelí no se debe hablar de su «versión», para no debilitar su credibilidad, aunque el término es admisible si habla un portavoz palestino.

Las voces disidentes

«Los israelíes viven en la negación permanente de lo que hacen sufrir al otro, deshumanizan a los palestinos», afirma el historiador Ilan Pappé, miembro de Hadash, coalición del partido comunista. En cambio, el articulista político Nahoum Barnéa, contesta: «A los europeos os cuesta comprender que la ola de atentados de marzo ha sido el 11 de septiembre de los israelíes. Hay un rechazo general de la hipocresía de las críticas que nos hacen. ¿Qué íbamos a hacer? ¿No reaccionar?».

En medio de este clima, también hay israelíes que han tomado posturas arriesgadas a contra corriente. Es el caso de los 477 reservistas, firmantes del manifiesto «El valor de rehusar», que se niegan a servir en los territorios ocupados, aunque para algunos esto haya supuesto penas de cárcel. Consideran que hay que poner fin inmediatamente a la ocupación, o, más en concreto, a la continuación de los asentamientos de colonos. En primer lugar, porque es una situación ilegítima, que lleva a negar los derechos humanos básicos a 3,5 millones de palestinos. Pero también porque, desde un punto de vista práctico, Israel se defendería mejor dentro de las fronteras de 1967 que en las calles estrechas de Yenín, Ramala o Belén.

Este es el punto de vista de Rami Kaplan, un oficial israelí de 29 años, que se considera sionista y es uno de estos objetores. Kaplan escribe en International Herald Tribune (30 de abril): «Mi cambio se produjo durante el servicio en Gaza hace un año. Mis soldados no cometían atrocidades. Pero pude comprobar la inutilidad de nuestra presencia allí, y las injusticias diarias que esto suponía». «La ocupación está destrozando a Israel desde dentro, está destrozando a los palestinos, y está destrozando el futuro común de las dos naciones».

Otro de los firmantes, Tamir Sorek, de 33 años, explica en la prensa francesa: «Todo pueblo al que se le impone una ocupación reacciona violentamente y, para hacer frente a esta violencia, el ocupante adopta medidas crueles». Noam Sheifaz, también objetor, agrega: «Sigo pensando, a pesar de los ataques terroristas, que la infraestructura del terrorismo es la ocupación. Al rechazar esta ocupación sirvo a los intereses de mi país, y al mismo tiempo tengo la conciencia tranquila porque no participo en crímenes».

Vía libre para más colonias

Cada vez se elevan más voces en Israel para pedir la salida de los territorios ocupados. Según un sondeo publicado a principios de mayo, el 59% de los israelíes piensan que la paz con los palestinos pasa por el desmantelamiento de la mayoría de las colonias. Pero no es esta la postura de Ariel Sharon, que declara no tener la intención ni a corto ni a largo plazo de evacuar ninguna colonia. Por el contrario, da vía libre para aumentarlas.

En 2001, el número de colonos instalados en Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este ha aumentado un 5%, hasta alcanzar un total de 383.000 en 157 colonias. Según un informe de la organización israelí de derechos humanos en los territorios ocupados, B’Tselem, las colonias de Cisjordania ocupan ya el 42% del territorio (contando no sólo las construcciones, sino las municipalidades y los consejos regionales). «Esta configuración trata de impedir cualquier continuidad territorial por el lado palestino y reduce su desarrollo económico y agrícola». En los cinco primeros meses de este año, el gobierno ha convocado concursos de obras para construir 957 nuevas viviendas, especialmente en las colonias próximas a Jerusalén.

Al mismo tiempo, Israel ha desvelado el proyecto de imponer nuevas reglas de circulación en Cisjordania en una reunión confidencial con la task force que agrupa a los donantes internacionales, de la que da cuenta Le Monde (23 de mayo). Las reglas están dirigidas a institucionalizar el aislamiento impuesto por el ejército a las zonas autónomas palestinas. Para desplazarse de una zona a otra los palestinos necesitarían disponer de un permiso, válido para un mes, concedido caso por caso por el ejército. Se prohibirían los desplazamientos entre Cisjordania e Israel, incluidos los de los habitantes palestinos de la parte Este de Jerusalén, que Israel considera suya.

Para las mercancías, se generalizaría el procedimiento -vigente ya en Gaza- que obliga a los camiones a descargar las mercancías que transportan en los puntos de control del acceso a las zonas autónomas, para ser vueltas a cargar en otros vehículos tras una verificación por parte del ejército israelí. Este costoso procedimiento se aplicaría sistemáticamente para el transporte de bienes con destino a Israel. Los donantes se han reservado por ahora la respuesta. Si estos obstáculos se aplicaran, tendrían graves consecuencias para el desarrollo económico y político de Palestina.

Lidia Aguirre

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