La agonía del Líbano

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Un editorial de Le Monde (París, 19-X-95) lamenta que el Líbano se esté convirtiendo en la práctica en un protectorado de Siria, con el mutismo cómplice de los demás países.

Lo más triste del Líbano es comprobar cuánto se ha embotado la capacidad de indignación. Ocupados los más modestos en llegar a fin de mes y los más ricos en hacer negocios, la mayoría de los libaneses aceptan, casi sin rechistar, que todo lo que se hace en su país sea decidido por Siria; hasta incluso -o tal vez sobre todo- la elección de un presidente de la República.

La causa está vista: Elías Hraui, actual jefe de Estado, se sucederá a sí mismo el 24 de noviembre, una vez que el Parlamento apruebe las modificaciones necesarias de la Constitución. La enmienda, hecha a medida, prevé que, «por una sola vez, y de manera excepcional», el mandato del presidente de la República se prolongue tres años. Siria tendrá así las manos libres en sus negociaciones de paz con Israel, sin tener que averiguar si el poder libanés le sigue siendo fiel. Hraui, puesto a prueba durante seis años, ha dado resultados satisfactorios.

Es penoso el espectáculo de esos diputados libaneses que han votado para decir que el presidente sirio, Hafez el Assad, había interpretado su pensamiento, al anunciar, hace algunos días, un cuasi consenso parlamentario en Beirut para renovar al señor Hraui en sus funciones. Nadie -no más en Damasco que en Beirut u Occidente- ha exigido que al menos se guardasen las apariencias. (…)

Cualquiera, en el Líbano y en el extranjero, sa-be que ninguna personalidad distante de Damasco tendría la menor probabilidad de lograr la presidencia. Todo el mundo admite también que el Líbano debe mantener relaciones especiales con Siria y que su jefe de Estado debe gobernar en cooperación estrecha con ella. A los países árabes y occidentales -Estados Unidos en particular- les resulta mejor cerrar los ojos a lo que sucede en el Líbano, pues es un país con poco peso en el proceso de paz con Israel. Y pagan ese precio para hacer avanzar una negociación realmente ardua.

El resultado es que se acaba de imponer al Líbano un auténtico protectorado sirio, en el que las elecciones legislativas ya se habían organizado en un clima similar y en el que los miembros del gobierno se eligen en Damasco. La democracia «agoniza», ha exclamado el patriarca maronita. Un puñado de diputados o de antiguos parlamentarios han expresado su indignación, junto con un centenar de intelectuales que todavía creen en las libertades. Actitud aún más meritoria en el silencio ensordecedor que los rodea.

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