Nunca es tarde para seguir gobernando

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La tentación de muchos gobernantes es pensar que al término de su mandato su tarea está aún inacabada y que quién mejor que ellos mismos para completarla. Para evitarles esa preocupación, no pocas Constituciones fijan un plazo máximo de gobierno. Pero cada vez más líderes prefieren reformar la Constitución, antes que reformar sus aspiraciones.

En Libia ni tan siquiera hace falta reformar la Constitución, pues no la hay. El coronel Muhamar El Gadafi celebró el 1 de septiembre sus 40 años en el poder, lo que le convierte en el decano de los presidentes africanos. Gadafi, que alcanzó el poder a los 27 años por un golpe de Estado, es un líder revolucionario que no ostenta ningún cargo oficial, por lo que no tiene necesidad de ser reelegido.

Otros cumplen estas formalidades, lo que no les han impedido perpetuarse en el cargo. Teodoro Obiang (Guinea Ecuatorial), que también se hizo con el poder con un golpe militar, lleva ya 30 años instalado en él. En Angola, José Eduardo dos Santos es presidente desde hace también 30 años, después de ganar las últimas elecciones con un sistema pluripartidista. En Zimbabue Robert Mugabe, de 85 años, perdió las últimas elecciones, pero se las arregló para compartir el gobierno con su oponente y perpetuar así su larga y catastrófica presidencia que ya dura 29 años. En Egipto, Hosni Mubarak prolonga sus reelecciones desde hace 28 años.

En África ya se sabe que los presidentes tienden a perpetuarse. Y si la Constitución pone un término a la posibilidad de reelección, no es difícil cambiarla. Así, 15 países han suprimido los límites a la reelección o los han ampliado para permitir nuevos mandatos. El año pasado, el presidente argelino Abdelaziz Bouteflika logró hacer aprobar una enmienda constitucional para quitar los límites a la reelección, lo que le permite seguir al mando por un tercer periodo. Lo mismo acaba de suceder este año en Níger, donde el presidente Mamadou Tandja, en el poder desde 1999, ha logrado en referéndum cambiar la Constitución para optar a un tercer mandato.

En África solo hay tres monarquías (Marruecos, Lesoto y Suazilandia). Pero los dirigentes que más tiempo han estado en el poder tienden a ser sucedidos por sus hijos, como si fuera una monarquía o una empresa familiar. En esta línea, en las elecciones que se acaban de celebrar en Gabón será elegido Alí Bongo, hijo de Omar Bongo, fallecido tras gobernar el país durante 42 años. También hay signos de que Gadafi y Mubarak preparan a sus hijos para que les sucedan.

Nuevas reglas en Latinoamérica

En Latinoamérica, la tradición política optó por prohibir la reelección como una medida para impedir la perpetuación en el poder de los presidentes y evitar el riesgo de caudillismo. Pero también tenía el inconveniente de que impedía la posibilidad de prolongar en el poder a un presidente eficiente y popular. En algunos casos, como en México, la imposibilidad de reelección va equilibrada con un período presidencial largo (seis años). Pero ya desde los años 80 y 90 del siglo XX la regla empezó a cambiar. Algunos países, como Brasil y Argentina, admitieron un segundo mandato. Otros permiten la reelección siempre que no sea inmediata (Perú, Chile).

Este apego al poder pasa por encima de las barreras ideológicas. En Colombia, el presidente Álvaro Uribe (elegido en 2002), ya hizo modificar la Constitución para poder ser reelegido en 2006. Ahora, convencido de su popularidad, acaba de hacer aprobar en el Congreso un nuevo proyecto, que debe ser revalidado por la Corte Constitucional, para poder presentarse una tercera vez.

Los líderes de izquierdas tampoco hacen ascos a la reelección. No hace falta recordar a Fidel Castro, a quien solo la edad avanzada y la enfermedad obligaron a poner término a su casi medio siglo de jefe de Estado, para pasar el cargo a su hermano Raúl. En la misma línea, Hugo Chávez ha podido modificar la Constitución por referéndum para poder ser reelegido indefinidamente. Evo Morales, conforme a la nueva Constitución aprobada este año, podrá presentarse a la reelección una sola vez, igual que el ecuatoriano Rafael Correa.

Con estos cambios, solo quedan cuatro países -Guatemala, Honduras, México y Paraguay- que no permiten al jefe del Estado presentarse a un segundo mandato. En Honduras el mantenimiento de la regla ha costado una crisis institucional aún no resuelta, por la destitución del presidente Manuel Zelaya que quería convocar una Asamblea constituyente como paso previo para poder presentarse a la reelección.

Sin duda, las elecciones y el respeto a las reglas del juego democrático contribuyen a airear los ámbitos del poder. Pero ni siquiera eso garantiza la necesaria renovación. Una institución tan democrática como el Senado de EE.UU. tiene entre sus miembros políticos que parecen tener plaza en propiedad. El recientemente fallecido Ted Kennedy fue senador durante más de 46 años, si bien no era el más antiguo, pues aún sigue en activo Robert C. Byrd, elegido en 1959.

Y no son las únicas duraciones excepcionales. De los 100 senadores, 12 llevan allí más de 25 años, y 34 entre 12 y 24 años. Probablemente hay más renovación en las Cámara de los Lores británica.

El apetito por el poder es el último que se pierde. Solo alguna regla fija de jubilación política puede ponerle a dieta.

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