Las teorías racistas carecen de base científica

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La opinión de que una raza es superior a otra por su dotación hereditaria no tiene fundamento. Pese a las diferencias externas, todos los grupos humanos tienen un parecido genético extraordinario. Así lo muestra una monumental obra recién publicada, The History and Geography of Human Genes, de mil páginas, editada por Princeton University Press. Los autores son Luca Cavalli-Sforza, Paolo Menozzi y Alberto Piazza, especialistas en genética de poblaciones.

El libro es una extraordinaria síntesis de más de 50 años de investigación en este campo. Constituye el estudio más profundo, hasta la fecha, de las variaciones cromosómicas del hombre a lo largo de la historia.

La finalidad del proyecto -dirigido por Cavalli-Sforza, profesor de la Universidad Stanford- era elaborar el primer atlas genético del mundo. La obra incluye más de 500 mapas que muestran la distribución de familias genéticas y las trayectorias seguidas por las poblaciones humanas en sus migraciones por el planeta. El resultado es un árbol genealógico global. La información necesaria para dibujarlo proviene de cientos de miles de muestras de sangre tomadas de individuos pertenecientes a casi dos mil grupos de toda la Tierra.

Aunque la intención de los autores no era refutar teorías, el libro desmiente las hipótesis racistas. Muestra, por ejemplo, que, si se prescinde de los genes que determinan los rasgos externos -como la pigmentación o la estatura-, las «razas» humanas son todas muy parecidas desde el punto de vista genético. Por tanto, no se puede sostener científicamente la superioridad genética de una población sobre otra. Principalmente, porque las diferencias genéticas entre individuos son mucho mayores que las que pueda haber entre grupos tomados en conjunto. De modo que el concepto mismo de raza resulta irrelevante desde el punto de vista genético.

Otro descubrimiento desmitificador es la notable diferencia genética entre los africanos subsaharianos y los aborígenes australianos. Aunque en apariencia puedan ser muy semejantes -por el color de la piel y la constitución-, en el espectro mundial de las variaciones genéticas se encuentran en los extremos opuestos.

En cambio, los genes de los aborígenes de Australia son muy parecidos a los de los habitantes del sudeste asiático. Así pues, las diferencias raciales aparentes -por ejemplo, entre africanos y europeos, que son más próximos que aquéllos y los australianos- no son más que adaptaciones a los distintos climas.

El libro corrobora la hipótesis, sostenida desde hace tiempo, de que la humanidad nació en África, desde donde se repartió por los demás continentes. El estudio ilumina el origen tanto geográfico como genético de las distintas poblaciones. Así, los europeos parecen tener un 65% de genes asiáticos y un 35% de genes africanos.

Una vez completado este trabajo, las nuevas técnicas analíticas que han revolucionado la investigación genética han animado a los componentes del Human Genome Diversity Project -vástago del ambicioso Proyecto Genoma Humano- a crear una base de datos global en los próximos diez años para descubrir más secretos de los genes humanos. Para hacerlo, se compararán algunas secuencias de ADN cuidadosamente escogidas con el genoma de los individuos de cada población. Con los resultados se podrá deducir el grado de parentesco y construir los árboles genealógicos.

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