Las razones de un combate

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El Institute for American Values ha promovido una declaración que aparece firmada por importantes personalidades académicas e intelectuales estadounidenses (Fukuyama, Huntington, Novak, Glendon, Etzioni, Walzer…), en la que apoyan el uso de la fuerza por el gobierno tras los ataques terroristas del 11 de septiembre, aunque a la vez reconocen que Estados Unidos no siempre respeta los ideales que propone al resto de la humanidad. El texto íntegro puede verse en americanvalues.org.

Los firmantes comienzan por preguntarse: «¿Por qué somos el objetivo de estos ataques? Reconocemos que en ocasiones nuestra nación ha actuado con ignorancia y arrogancia hacia otras sociedades. Nuestro país ha llevado a cabo políticas equivocadas e injustas. Con demasiada frecuencia no hemos estado a la altura de nuestros ideales». Sin embargo, «no cabe invocar el haber o el debe de ninguna política exterior determinada para justificar, ni tan siquiera explicar, el asesinato en masa de miles de personas inocentes».

Reconocen que, para muchas personas, incluidos varios firmantes de la declaración, «algunos valores difundidos en Estados Unidos son rechazables y dañinos: el consumismo como modo de vida; la noción de libertad como ausencia de reglas; la idea del individuo como soberano absoluto que se hace a sí mismo, sin que apenas tenga deberes para con los demás; el debilitamiento de la familia y el matrimonio. A esto se añade un enorme complejo de comunicación y espectáculo, que sin descanso glorifica tales ideas y las lleva a casi todos los rincones del planeta, sean bienvenidas o no. (…) Debemos afrontar estos aspectos poco atractivos de nuestra sociedad y tratar de mejorarlos».

Pero Estados Unidos propone también otros valores que son importantes tanto para los norteamericanos como para el mundo entero. Los firmantes destacan cuatro: «La convicción de que todas las personas poseen una dignidad innata y que, por tanto, toda persona debe ser tratada como un fin y no como un medio. (…) La convicción de que existen y son accesibles a todos unas verdades morales universales, que los fundadores de nuestra patria llamaron ‘leyes naturales de Dios’. (…) La convicción de que, como nuestro acceso personal o colectivo a la verdad es imperfecto, la mayor parte de los desacuerdos sobre valores exigen civismo, apertura a otras perspectivas y una argumentación razonable en pos de la verdad. (…) La libertad de conciencia y la libertad religiosa. (…) Lo que resulta más llamativo de estos valores es que se aplican a toda persona sin distinción».

Religión y política

Como los autores de los atentados invocaron el nombre de Dios, la declaración se plantea si «la religión es parte de la solución o parte del problema. Los firmantes de esta carta provenimos de diferentes tradiciones morales y religiosas, incluidas tradiciones laicas. Creemos de modo unánime que invocar la autoridad de Dios para matar o mutilar a seres humanos es contrario a la fe en Dios. (…) Todos los firmantes reconocemos que, en todo el mundo, la fe religiosa y las instituciones religiosas son importantes bases de la sociedad civil, que muchas veces tienen efectos beneficiosos y pacificadores para la sociedad, pero que en ocasiones producen división y violencia».

En el último caso, ¿qué se puede hacer? «Una posible respuesta es asumir una ideología laicista: un escepticismo u hostilidad social hacia la religión, basado en la premisa de que la religión, y especialmente cualquier manifestación pública de convicciones religiosas, es de por sí problemática. Aunque el laicismo pueda haber crecido en nuestra sociedad últimamente, no lo suscribimos, porque niega legitimidad pública a una parte importante de la sociedad civil y pretende suprimir o negar la existencia de algo que, al menos, se puede razonablemente considerar una importante dimensión de la misma condición humana».

«Estados Unidos pretende ser una sociedad en la que fe y libertad puedan ir de la mano, reforzándose mutuamente. (…) Desde el punto de vista político, nuestra separación entre Iglesia y Estado pretende mantener a la política dentro de su propio ámbito, en parte limitando el poder del Estado para controlar la religión, y en parte obligando al gobierno mismo a basar su legitimidad y sus actos en un marco moral más amplio que no es creación suya. Desde el punto de vista espiritual, nuestra separación entre Iglesia y Estado permite a la religión ser religión, al desvincularla del poder coercitivo del Estado».

Contra la violencia que invoca razones religiosas, los firmantes sugieren una solución: «Profundizar y renovar nuestra estima de la religión reconociendo que la libertad religiosa es un derecho fundamental de toda persona en cualquier país».

Condiciones de una guerra justa

La tercera parte de la declaración se plantea las condiciones de una guerra justa, en concreto la emprendida por Estados Unidos contra el terrorismo.

«Una atenta reflexión moral nos enseña que hay momentos en que la primera y más importante respuesta al mal es detenerlo. Hay momentos en que librar una guerra no solo está moralmente permitido, sino que es una exigencia moral, en respuesta a actos calamitosos de violencia, odio e injusticia. Este es uno de esos momentos. (…)

«La idea de ‘guerra justa’ está ampliamente fundada, y tiene raíces en muchas de las tradiciones morales, tanto seculares como religiosas. (…) La principal justificación moral de la guerra es la protección del inocente frente a un daño cierto. (…) Las guerras no pueden ser libradas contra peligros mínimos, dudosos o inciertos, o contra amenazas que puedan ser afrontadas mediante la negociación, el uso de la razón, la mediación de terceras partes o por cualquier otro medio no violento. Pero si el peligro para la vida inocente es real y cierto, sobre todo si el agresor está movido por una hostilidad implacable, (…) entonces el recurso a una fuerza proporcionada está moralmente justificado».

«Una guerra justa solo puede ser llevada a cabo por la autoridad legítima responsable del orden público». «Solo puede ser dirigida contra combatientes (…) aunque en determinadas circunstancias, y bajo estrictas condiciones, pueden estar moralmente justificadas acciones militares que tengan como consecuencia no directamente querida, pero prevista, la muerte o daño de no combatientes».

Los firmantes consideran que los atacantes del 11 de septiembre, «aunque hablen en nombre del Islam, han traicionado los principios islámicos fundamentales». «Somos conscientes de que, detrás de los movimientos que invocan la religión, hay también problemas políticos, sociales y demográficos complejos, a los que hay que prestar atención. A la vez, la filosofía importa, y la filosofía que anima a ese islamismo radical, en su desprecio por la vida humana, y por su modo de ver el mundo como una lucha a vida o muerte entre creyentes y no creyentes (ya sean musulmanes no radicales, judíos, cristianos, hindúes u otros), niega claramente la igual dignidad de todas las personas, y al hacer esto traiciona la religión y rechaza el fundamento mismo de una vida civilizada y de la posibilidad de paz entre las naciones».

De ahí concluyen los autores de la carta: «En nombre de la moral universal y plenamente conscientes de las restricciones y requisitos de la guerra justa, apoyamos la decisión de nuestro gobierno y de nuestra sociedad de utilizar contra ellos la fuerza armada».

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