La paz exige el respeto del derecho internacional

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Juan Pablo II ha continuado la tradición, iniciada por Pablo VI, de dedicar el primer día del año a la Jornada Mundial de la Paz. En su mensaje para 2004, subraya la necesidad de «enseñar a los individuos y los pueblos a respetar el orden internacional y observar los compromisos asumidos por las autoridades, que los representan legítimamente». Al final de un año en el que la guerra de Irak y la lucha contra el terrorismo han cuestionado el papel de la ONU, Juan Pablo II reafirma que el recurso a la fuerza se ha de someter a lo previsto en la Carta de la ONU y que la lucha contra el terrorismo no puede justificar la renuncia a los principios del Estado de derecho.

Juan Pablo II recuerda que con el nacimiento de los Estados modernos, juristas, filósofos y teólogos elaboraron capítulos del derecho internacional, basándolos en postulados del derecho natural y en «unos principios universales que son anteriores y superiores al derecho interno de los Estados, y que tienen en cuenta la unidad y la común vocación de la familia humana».

«Entre todos estos principios destaca ciertamente aquel según el cual pacta sunt servanda: los acuerdos firmados libremente deben ser cumplidos. (…) Es oportuno recordar esta regla fundamental, sobre todo en los momentos en que se percibe la tentación de apelar al derecho de la fuerza más que a la fuerza del derecho».

El Papa recuerda que, como eje del sistema de Naciones Unidas, se puso la prohibición del recurso a la fuerza, una prohibición que, según la Carta de ONU, prevé únicamente dos excepciones. «Una confirma el derecho natural a la legítima defensa, que se ha de ejercer según las modalidades previstas en el ámbito de las Naciones Unidas; por consiguiente, dentro también de los tradicionales límites de la necesidad y de la proporcionalidad».

«La otra excepción es el sistema de seguridad colectiva, que atribuye al Consejo de Seguridad la competencia y responsabilidad para el mantenimiento de la paz, con poder de decisión y amplia discrecionalidad».

Juan Pablo II está convencido de que la ONU «ha contribuido a promover notablemente el respeto de la dignidad humana, la libertad de los pueblos y la exigencia del desarrollo, preparando el terreno cultural e institucional sobre el cual construir la paz». A fin de mejorar su papel, el Papa estimula a realizar «una reforma que capacite a la Organización de las Naciones Unidas para funcionar eficazmente», pues la humanidad necesita hoy «un grado superior de ordenamiento internacional».

Frente al terrorismo

El Papa reconoce que el ordenamiento jurídico constituido para regular las relaciones entre Estados soberanos encuentra dificultades para hacer frente a conflictos en los que intervienen grupos terroristas. «Sin embargo, para lograr su objetivo, la lucha contra el terrorismo no puede reducirse sólo a operaciones represivas y punitivas. Es esencial que incluso el recurso necesario a la fuerza vaya acompañado por un análisis lúcido y decidido de los motivos subyacentes a los ataques terroristas. Al mismo tiempo, la lucha contra el terrorismo debe realizarse también en el plano político y pedagógico: por un lado, evitando las causas que originan las situaciones de injusticia de las cuales surgen a menudo los móviles de los actos más desesperados y sanguinarios; por otro, insistiendo en una educación inspirada en el respeto de la vida humana en todas las circunstancias».

En todo caso, «serían opciones políticas inaceptables las que buscasen el éxito sin tener en cuenta los derechos humanos fundamentales, dado que ¡el fin nunca justifica los medios!».

La defensa del derecho no significa, sin embargo, cruzarse de brazos ante atropellos cometidos por gobernantes que invocan la soberanía nacional. «El derecho internacional debe evitar que prevalezca la ley del más fuerte. Su objetivo esencial es reemplazar ‘la fuerza material de las armas con la fuerza moral del derecho’ [Benedicto XV], previendo sanciones apropiadas para los transgresores, además de la debida reparación para las víctimas. Esto ha de valer también para aquellos gobernantes que violen impunemente la dignidad y los derechos humanos con el pretexto inaceptable de que se trata de cuestiones internas de su Estado».

Juan Pablo II concluye sus reflexiones advirtiendo que «no se llegará al final del camino si la justicia no se integra con el amor». La experiencia histórica «enseña cómo, a menudo, la justicia no consigue liberarse del rencor, del odio e incluso de la crueldad. Por sí sola, la justicia no basta. Más aún, puede llegar a negarse a sí misma, si no se abre a la fuerza más profunda que es el amor». De ahí que el Papa haya recordado varias veces «la necesidad del perdón para solucionar los problemas, tanto de los individuos como de los pueblos. ¡No hay paz sin perdón!».

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