La fascinación de los números

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Félix Ovejero Lucas, profesor de Ética y Economía en la Universidad de Barcelona, hace una reflexión en El País (16 mayo 2003) sobre la utilización de los números en los debates sociales.

«Los números embelesan», comienza diciendo Ovejero. «Quien consigue presentar sus puntos de vista sazonados con unos cuantos números, o, en su defecto, fórmulas matemáticas, parece haber alcanzado el dominio del lenguaje de la tribu. Otra cosa es que, cuando se miran de cerca, los números o fórmulas tengan sentido.

«(…) Vivimos en una verdadera borrachera de seudocuantificaciones. Sucede con buena parte de los ‘informes técnicos’ que sirven para justificar decisiones políticas tomadas por razones de pasillo, y sucede sobre todo con encuestas de opinión a propósito de cualquier cosa. El resultado es que acabamos por aceptar como verdades indiscutibles tópicos que caminan de aquí para allí sin que nadie se moleste en echar freno y mirar desde el principio si los datos son pertinentes y si realmente dicen lo que nos cuentan, si autorizan las inferencias que se hacen al tuntún. Cuántas veces ante unos resultados electorales hemos escuchado afirmar que ‘el pueblo no ha querido que el partido ganador obtenga la mayoría absoluta’. Eso es como pensar que alguien pudo decir alguna vez ‘nos vamos a la guerra de los treinta años’. Los resultados electorales son la suma de millones de voluntades que optan cada una por un partido diferente y que por supuesto no ‘eligen’ individualmente el resultado final».

Ovejero advierte del peligro de las evaluaciones apresuradas tras la publicación de unos datos. «No hay que extrañarse de que las lecturas rápidas se produzcan. Lo que parece importar es que existan opiniones y se puedan contar y sumar y para eso las encuestas son un filón. Da lo mismo si la encuesta es delirante, si lo que se pregunta es si ‘cree usted que los males de África proceden de la corrupción o de otra causa’, como se pudo escuchar recientemente en una cadena de televisión. Eso es casi como preguntar si le cae bien la constante de Planck. En otros casos, las encuestas no revelan tontería, sino directamente mala fe, como sucede cuando se pregunta, sin más, si ‘quiere usted pagar más impuestos’».

Ovejero piensa que la idolatría «cuantitativa» es patología constitutiva de eso que se da en llamar «democracia mediática». «Lo que importa no es tener opinión formada, sino tener opinión y poder echar las cuentas».

«El conjunto del sistema se juzga democrático porque uno es libre de ‘escoger sus opiniones’, o más exactamente, porque existe una pluralidad informativa que permite a los ciudadanos ‘escoger sus opiniones’». Pero es preciso atender a las condiciones informativas en que se forman las opiniones, afirma Ovejero. «El meollo es ése: las opiniones no se eligen, sino que se forman. No basta con la posibilidad de opiniones diferentes, también es necesario que se pueda discriminar entre ellas». Para valorar esas opiniones es necesario tener unos criterios, «que se forman en el reto de la argumentación y el contraste. Si puedo escoger atender sólo a los de mi tribu, si puedo decidir no escuchar la discrepancia, la decisión está tomada de antemano».

Ovejero manifiesta su preocupación ante la absolutización de las encuestas. «Por supuesto que tiene sentido preguntar la opinión de la ciudadanía sobre la inmigración», dice. «Otra cosa es que tomemos las opiniones como punto final, como expresión sin más de la ‘voluntad popular’ y el horizonte de las decisiones políticas. La espontaneidad no es una virtud».

Finalmente Ovejero hace un llamamiento a que existan posibilidades reales por parte de los ciudadanos de tener una opinión formada en política. «En una sociedad democrática, los ciudadanos han de tener garantizada no sólo la posibilidad de hacer valer sus opiniones, sino la posibilidad de formarse esas opiniones con ciertas garantías de calidad. Posibilidad que no queda asegurada con la existencia de diversos paquetes informativos encapsulados, entre los que ‘hay que escoger’, sino que requiere que todas las opiniones estén en todas partes, que los ciudadanos se vean expuestos al debate y se sientan retados a poner en orden sus opiniones».

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