Hacia un ecologismo conservador

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Con el ecologismo sucede lo mismo que con la justicia social: durante muchos años parecía una preocupación exclusiva de la izquierda. Pero también hay un conservadurismo “ecológico” que ofrece recetas para combatir el cambio climático.

Nadie duda de que la izquierda tiene una agenda verde. Pero ¿y la derecha? Parece que el Green Deal europeo lo suscriben solo los progresistas, a pesar de que muchas de las medidas más comprometidas con el medio ambiente las han adoptado gobiernos conservadores, desde Margaret Thatcher a Boris Johnson, que ha multiplicado el número de carriles bici, por no hablar del compromiso “eco” del centroderecha alemán con Angela Merkel, que se ha tomado en serio la necesidad de reducir las emisiones, promover las renovables o subvencionar la adquisición de coches eléctricos.

En tiempos recientes, de hecho, algunos pensadores han tenido la audacia de sugerir que tal vez las recetas progresistas sean menos eficaces para salvaguardar el planeta que las que ofrecen los partidos de centroderecha. Por decirlo de otro modo, sostienen que ni el mercado ni el progreso económico tienen por qué menguar nuestro interés en cuidar del ecosistema. Que, quizá, es más eficaz aminorar el intervencionismo o apostar por la innovación que pensar que estamos condenados a la extinción. En definitiva: que el combate contra el cambio climático puede ser más cuestión de decisiones concretas y cercanas, como las que inspira el conservadurismo, que de compromisos abstractos y desmedidos, propios de un activismo radical.

Contra el monopolio de la izquierda

Sam Hall, asesor medioambiental de los tories, y la Red de Conservadurismo Medioambiental (CEN) que dirige para hermanar a políticos de centro y derecha dispuestos a defender un ecologismo alternativo, rechaza el tópico de que en el fondo de todo conservador hay un negacionista recalcitrante.

“Es cierto –explica Hall en una entrevista de Carlos Fresneda para El Mundo– que el medio ambiente ha figurado durante mucho tiempo en la conciencia colectiva como un asunto de izquierdas”. Pero también lo es que los partidos de centroderecha, a medida que ha pasado el tiempo, no han querido quedarse atrás y han tomado medidas para paliar el deterioro del campo, el exceso de contaminación en las ciudades o la proliferación de plásticos, entre otras cuestiones.

El ecologismo de izquierdas es más proclive a las soluciones drásticas, mientras el conservador defiende una transición moderada y opera a escala comunitaria

Hall cree que los valores conservadores no están reñidos con el desvelo por la naturaleza. Asimismo, está convencido de que solo una pequeña minoría entre sus correligionarios cuestiona que se hayan de adoptar medidas para combatir el incremento de las temperaturas o critica que se busquen alternativas a energías sucias.

Por el contrario, sostiene, la mayor parte de los que se sitúan en las filas de centroderecha comparten una sincera preocupación por el entorno natural. Lo que enseña el ecologismo conservador es que “la salud y la re-siliencia económica de la sociedad futura están en parte arraigadas en las decisiones que se toman hoy”, afirma.

¿Radicalismo o moderación?

La ola del conservadurismo medioambiental, tanto en el Reino Unido como en otros países de Europa, se ha acrecentado, según Hall, en los últimos años. Ahora la CEN tiene su vista puesta en la siguiente cumbre climática, que se celebrará en Glasgow el próximo otoño. La idea es ir articulando un discurso medioambiental más realista, sin demonizar el desarrollo económico, ni convertir al hombre en el enemigo a destruir a fin de garantizar la sostenibilidad.

El interés por mostrar un conservadurismo de “rostro ecológico” también ha llegado a España, donde está gestándose OIKOS, un think tank que se presentará en unos meses, y que se pone en marcha tanto para oponerse al monopolio de la izquierda sobre las cuestiones ambientales como con el fin de aprovechar la inquietud creciente en la población por el clima.

Pero ¿cuál es, en concreto, la diferencia entre el ecologismo de izquierdas y de derechas? ¿No se supone que, al compartir unos mismos objetivos, los remedios habrían de ser parecidos? En realidad, las desavenencias son más bien de actitud. El ecologismo de izquierdas es más proclive a las soluciones drásticas y tajantes, tomadas desde arriba; el conservador defiende una transición moderada, opera a escala comunitaria, y pone la ecología más en manos del ciudadano, y no tanto de los poderes públicos, las organizaciones no gubernamentales o los agentes transnacionales.

El apego a la tierra

Nos equivocaríamos, sin embargo, si interpretáramos el interés del conservadurismo por la ecología como repentino, o como un mero movimiento estratégico, una maniobra, inteligente o desesperada, por embolsarse las simpatías de un electorado cada vez más “eco” y preocupado por un estilo de vida sostenible y healthy.

Una mirada a la historia de las ideologías revela que, desde Edmund Burke, el conservador ha estado apegado al terruño y se ha situado siempre en las filas de quienes, en el XIX, por ejemplo, poetizaban y cantaban, muy virgilianamente, el zumbido de las abejas, lamentándose, al tiempo, de la contaminación estética causada por el progreso industrial.

Esto es algo que ha recordado en los últimos tiempos el principal inspirador del conservadurismo verde actual, Roger Scruton. En Green Philosophy –traducido recientemente con el título Filosofía verde por la editorial Homo Legens, con prólogo del líder de VOX, Santiago Abascal, por cierto–, explicaba la diferencia entre la mirada del conservador y la del neoliberal. Y nada más alejado del primero que el productivismo que sobreexplota el medio, los centros comerciales o esas autopistas infinitas que desfiguran el paisaje natural, empobreciendo al hombre y cortando su vínculo orgánico con el entorno.

“Oikofilia”

Según Scruton, únicamente la sensibilidad conservadora puede salvar al hombre de la fatalidad climática. Especialmente, porque el conservadurismo aprovecha la predilección natural que siente el hombre por lo que le rodea. El pensador británico apostaba por la oikofilia, el amor instintivo al hogar natural que despierta en todo ser humano, y que nace de ese sentido de pertenencia a la comunidad que late en su corazón.

Sin entrar en distinciones, la oikofilia suena muy similar a la solicitud por la casa común de la que habla el Papa Francisco. Lo más interesante de la aproximación de Scruton es que pone la pelota de la política ecológica en el tejado de cada ciudadano: las medidas concretas, nuestros hábitos cotidianos, salvan o destruyen el ecosistema.

Como no hay nada más parecido a la ecología que la solidaridad, conviene traer a colación el ejemplo de la señora Jellyby, el personaje de Dickens, encarnación de esa filantropía tan preocupada por auxiliar a los niños pobres de África que deja desamparados a sus propios hijos y hace la vida literalmente imposible a quienes más cerca se encuentran. Los problemas medioambientales se resuelven, antes que donando dinero para que un país lejano realice su transición energética, recogiendo la basura que afea el parque del vecindario.

El ecologismo conservador no es maximalista, sino gradualista. “Resolveremos el desafío climático no encargando a alguien que tome las decisiones para atajarlo, sino mediante incentivos que alienten a la gente a resolverlo por ellos mismos”, explicaba Scruton. Especialmente crítico se mostraba con el Estado y las ONG, sosteniendo que donde hay que poner el acento es en el compromiso de la sociedad civil, para explotar la potencia de su urdimbre asociativa.

Según Scruton, la sensibilidad conservadora aprovecha la predilección natural que siente el hombre por lo que le rodea

¿Significa ello que Scruton pasara por alto la dimensión global del ecologismo? Ni mucho menos. Reconocía en su obra que, en la medida en que los dilemas medioambientales son hoy en gran parte globales, se deben articular respuestas amplias. Pero creía que es contraproducente a largo plazo dejar la lucha contra el calentamiento global, el agotamiento de recursos naturales o la polución en manos únicamente del Estado, pues ello convertiría al ciudadano, por decirlo así, en un irresponsable climático.

Más motivador que eficiente

En Green Philosophy, Scruton se convirtió en un crítico del capitalismo sin cortapisas y afirmó que no se debe perseguir el desarrollo económico a toda costa, lo que le aproxima a los defensores del decrecimiento. Sin embargo, cabría afirmar que el capitalismo bien entendido puede ser tanto un instrumento para paliar la pobreza como la puerta que nos abra a un futuro mucho más verde (ver segunda parte).

¿Hasta qué punto las ideas conservadoras son eficaces? Según Manuel Arias Maldonado, que ha estudiado la vertiente ecológica de la teoría política, sus propuestas son poco prácticas. En realidad, sabemos desde Michael Oakeshott que ser conservador no es un credo, ni un programa, ni siquiera una ideología, sino una actitud. Arias sostiene, así, que el interés de la propuesta ecológica conservadora no reside en sus planes, sino en “el catálogo de razones morales que propone para activar las actitudes sostenibles”.

En efecto, en Green Philosophy, Scruton exploraba los motivos tanto psicológicos como filosóficos que subyacen a esa inquietud humana, tan natural, de preocuparse por lo que nos rodea, así como de conservar el planeta para que disfruten de él las generaciones futuras. La belleza del mundo natural, junto al sentimiento de pertenencia y el apego casi sagrado por la vida de nuestro entorno, transmitido por la tradición, hacen crecer nuestro sentido de la responsabilidad y nos comprometen en la lucha contra la contaminación y el empobrecimiento de la naturaleza.

Inspirándose en Scruton, Michael Shellenberger, un activista americano, ha propuesto un nuevo humanismo, menos racionalista, capaz de contrarrestar el alarmismo verde, y de conciliar el respeto del hombre con el ecologismo. A diferencia de las posturas radicales, que han conformado una religión laica y hostil al hombre, Shellenberger cree necesario recuperar la antropología judeocristiana con el fin no solo de colocar al hombre en el centro de la creación, sino de atribuirle la responsabilidad de custodiarla. Así, podremos luchar más eficientemente contra el cambio climático, puesto que un mundo sostenible es, en última instancia, un mundo más próspero y, sobre todo, más humano.

Primer artículo de una serie sobre ecología. Siguiente entrega: “Fomentar el desarrollo económico para combatir el cambio climático”

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