Auge y caída de dos iconos de la extrema derecha “online”: “La vida es algo más que narrativas de izquierda y de derecha”

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Montaje con las portadas de "This Is Not Real Life" y "Hate Club"

Convertirse en un comentarista antistablishment es relativamente sencillo. Basta acumular una buena dosis de desencanto político y victimismo, y conocer los resortes –no muy complejos– de la polarización. Además, los algoritmos de las redes ayudan a llegar a una gran audiencia. Lo que no es tan sencillo es sustraerse al círculo vicioso de odio y resentimiento con que se alimentan estos canales, y mucho menos salir indemne cuando se decide abandonarlos. Que se lo digan a Lauren Southern y Lucy Brown.

Lauren Southern (Canadá, 1995) fue un icono de la llamada extrema derecha online anglosajona entre 2015 y 2020. Una etapa de activismo online en la que se hizo famosa por vídeos como Por qué no soy feminista o documentales sobre la crisis migratoria.

Su actividad le llevó a que Reino Unido vetara su entrada al país, a enfrentarse a un arresto en Turquía y a que varios de sus eventos fueran cancelados por la presión social. Sin embargo, al poco tiempo de convertirse en una heroína para la extrema derecha online, Southern sufrió una violación que la empujó hacia las drogas, recibió el  acoso de su propio bando, fue abandonada por el marido por el que había renunciado a su carrera para intentar encarnar el ideal de tradwife y descubrió que la realidad se impone a la ideología ciega.

En sus recién publicadas memorias This Is Not Real Life, Southern escribe la crónica de los años pasados creando contenido para una audiencia que se mostró tan cruel, revela las trampas que lanzan al estrellato a los grandes influencers políticos y advierte de los peligros de convertir las experiencias online en la única fuente de identidad.

En la misma línea escribe Lucy Brown, una figura similar a Southern (de hecho, trabajaron con los mismos equipos), pero en Reino Unido. En Hate Club, Brown destripa los secretos del auge y caída del mítico Tommy Robinson (emblema de la derecha británica que ha sido arrestado este verano por una agresión), poniendo al descubierto cómo el éxito de muchos influencers políticos tiene más que ver con juegos de poder que con un deseo genuino de verdad.

Las historias de Brown y Southern son una advertencia de cómo se construye el camino de la radicalización de las audiencias, del riesgo de entrar al juego de la cancelación online y de cómo la decepción con las instituciones lleva a confiar en los mesías equivocados.

1. Decepción

El desencanto con el poder, con los medios de comunicación tradicionales y con el discurso mayoritario fue lo que empujó a Southern, una joven de clase obrera en un barrio de mayoría migrante, a encontrar refugio en el mundo de la derecha online.

Lauren Southern

“Mi adhesión a la política conservadora formaba parte de un instinto rebelde. En la universidad, me sentaba al lado de un chico que llevaba una gorra con la hoz y el martillo, lo cual no llamaba la atención. Uno de mis profesores nos enseñaba a descolonizar el lenguaje escribiendo mal las palabras y afirmando que las palabras eran violencia”, explica.

Lucy Brown, en cambio, comenzó moviéndose en un espacio de izquierda e intentó formar parte del movimiento Black Lives Matter en Reino Unido y de una asociación que protegía a las mujeres del maltrato.

La experiencia en las dos organizaciones le produjo una profunda decepción. Su desencanto con Black Lives Matter, que define como “más un sistema de vigilancia moral que un movimiento”, sucedió cuando un miembro del grupo de Telegram animó a los demás a manifestar su raza para poder expulsar a los blancos. Con la organización de mujeres, cuando le advirtieron que usar la palabra “chicos” era ofensivo por ser lenguaje con género.

Para Brown fueron especialmente determinantes los casos de explotación sexual a menores en Reino Unido por parte de bandas de origen paquistaní, y cómo reaccionaron los que ella consideraba compañeros ideológicos. “El escándalo de los abusos sexuales ha sido durante mucho tiempo una vergüenza nacional, pero ninguno de mis amigos, colegas o compañeros feministas lo ha mencionado nunca”, sostiene.

El camino hacia la radicalización online no empieza en la ideología, sino en el desencanto y la búsqueda de comunidad

Así pues, el hartazgo es el que hizo que ambas, deseosas de encontrar a quien abanderara sus causas y les diera voz, acabaran integrándose en las filas de la derecha online, donde figuras como Milo Yiannopoulos, Ezra Levant o Tommy Robinson se convertían en los héroes de lo políticamente incorrecto.

“Eran los únicos que hablaban abiertamente de cuestiones demasiado urgentes como para ignorarlas”, reconoce Brown. Y estaban teniendo mucho éxito, aunque con unos costes ocultos muy altos.

2. Éxito

Hay varios factores que explican el éxito que Southern y Brown vivieron en su etapa como activistas online. En primer lugar, su desencanto no era, como el estereotipo lo pinta, patrimonio exclusivo de un grupo minoritario de hombres blancos heterosexuales y radicalizados. Tal y como explica Southern, su equipo inicial consistía en ella, una mujer, y una pareja de homosexuales, Caolan y George.

El mismo equipo con el que trabajó Brown, que reniega una y otra vez de la etiqueta de “extrema derecha”. Para ella, la cruzada no tenía tanto que ver con una serie de ideas de un bando o de otro, sino con la libertad de expresión. “Caolan y George no eran en absoluto lo que cabría esperar de unos cineastas de derechas. Eran una pareja abiertamente gay y, como yo, bastante liberales”, señala.

Para Caolan, el hito decisivo fue el atentado en la discoteca homosexual Pulse (Orlando) en 2016, en el que el terrorista Omar Mateen asesinó a 49 personas: “No entiendo por qué los medios ignoraron el motivo. Fue claramente la homofobia del islam. Es un insulto para las víctimas”.

Así, los influencers políticos consolidan sus plataformas como una alternativa al sistema de medios tradicionales, que muchos consideran sesgado y que ha perdido la confianza de la audiencia anglosajona, especialmente tras el fracaso a la hora de predecir el Brexit o la victoria de Trump.

En segundo lugar, estos equipos de jóvenes creativos ofrecieron nuevos géneros y formatos que combinaban las mejores técnicas de storytelling con temas que nadie cubría. Southern, por ejemplo, fue la primera en dar cobertura a la cancelación de un Jordan Peterson por aquel entonces desconocido, y también fue pionera en el género del man on the street, ahora muy explotado, en el que se recogen opiniones espontáneas de la calle para confrontarlas y ponerlas en evidencia.

Según Brown, mientras los activistas radicales de izquierdas regañaban por usar lenguaje colonizado y llamaban a la cancelación por cualquier broma, “las voces de la derecha hablaban con determinación, humor y matices, nada que ver con las caricaturas perezosas y racistas que promovían los medios de comunicación dominantes”.

Las plataformas digitales premian la crueldad y castigan la complejidad: quien intenta salirse del guion acaba convertido en traidor

Y, por último, estos influencers ofrecían un espacio a quienes sentían que no solo sus problemas no se veían representados, sino que se les acusaba de racismo, fascismo o machismo cuando intentaban hablar de ellos.

“Todo el mundo quiere encontrar un lugar donde se le quiera y se le necesite. Internet ha creado un nuevo tipo de comunidad”, reflexiona Southern. El problema, tal y como llegarían a descubrir ellas, es que es una comunidad que premia e incentiva la crueldad y que aísla al que considera traidor.

3. Caída

No obstante, el paraíso de “cruzada online” en el que vivían las activistas acabó resquebrajado por todas partes.

Por un lado, empezaron a ser conscientes de que la sentimentalización del debate (con predominio del odio) que ellas mismas habían promovido se convertía en un callejón sin salida y se volvía en su contra: como explica Southern, “hay un subidón especial en ser adorado, pero una emoción aún mayor en ser intensamente detestado por aquellos a quienes no respetas. Esa fue una de las ironías de la escena política de la derecha en 2016: mientras retrataba constantemente a la izquierda como víctimas perpetuas, la popularidad de la derecha se alimentaba en gran medida de su propio sentido de victimismo”.

“El odio solo sirvió para fortalecer mi determinación. Por otro lado, millones de comentarios expresaban admiración y me animaban a seguir. Esto me llevó a un estado mental en el que no tenía motivos para cambiar y todos los del mundo para seguir inclinándome hacia los comportamientos más extremos y divisivos”, asegura.

Por otro lado, ellas, que tanto habían criticado el sesgo ideológico de la izquierda, empezaron a caer en otro tipo de tiranía, la de las audiencias, que exigía sacrificar incluso la verdad de los hechos. El algoritmo premiaba los contenidos más agresivos, más allá de la veracidad de lo que se contaba. Además, su público no quería verse enfrentado a debates complejos, matizados, lo que las llevaba a producir vídeos con soluciones simplistas y agresivas que explotaban la emotividad y, en ocasiones, con hechos directamente inventados o fabricados. “La verdad no era el objetivo principal, solo era un subproducto ocasional de ganar dinero. Fue mi primera lección real sobre política”, concluye Southern.

Brown explica que esto se traducía en la publicación de historias no contrastadas, en vídeos en los que se había pagado a los participantes para fingir un altercado y en un gran flujo de contenido en el que se atacaba de manera personal a distintas figuras, que se convertían en blanco del acoso online.

 “¿Qué pasa con todo ese rollo de satanismo pedófilo y Hilary Clinton? ¿De verdad crees que eso está pasando?”, recuerda Brown que le preguntó al famoso youtuber Paul Joseph Watson, que se había hecho viral con vídeos de ese tipo. “No sé y no me importa mucho. Solo hago un vídeo y a lo siguiente”, recuerda que contestó.

En este ecosistema online triunfan las figuras capaces de encontrar qué temas causan mayor división y ofrecer como solución narrativas simplificadas. Sus audiencias no les exigen ningún tipo de rigor, ni tampoco que haya una coherencia entre lo que defienden y su vida personal.

Por ejemplo, Tommy Robinson era visto por muchos como el protector de las mujeres británicas frente a los peligros de los violadores inmigrantes. Pero cuando Southern fue violada por Andrew Tate, el influencer misógino mencionado en la serie Adolescencia, que era amigo de Robinson, este la empujó hacia las drogas e intentó aprovecharse de ella.

Para Southern, que había criticado cientos de veces a las mujeres que se ponían en situación de vulnerabilidad frente a los hombres o que denunciaban a un hombre poderoso sin pruebas, la violación sufrida fue una disonancia cognitiva tan grande que no pudo lidiar con ella hasta pasado mucho tiempo.

Brown, por su parte, sufrió un shock de realidad: “Se supone que Tommy debe plantar cara a las bandas de pederastas. Y aquí está, dándole drogas a una chica diez años más joven que él, después de que fuera violada por su amigo. Dime si eso no es una puta banda de pederastas”.

Cuando ambas mujeres, cada una en distintos momentos y por distintos motivos, quisieron abandonar la militancia online, fueron víctimas de narrativas falsas, mentiras sobre sus vidas sexuales y acusaciones de traición por parte de una audiencia y de unos influencers que no les perdonaron criticar su movimiento.

4. Realidad

“La vida es algo más que narrativas de izquierda y derecha”, sostiene a día de hoy una Lauren Southern que vive retirada del mundo online y cría a su hijo sin pantallas en una escuela alternativa que educa en contacto con la naturaleza.

“Para algunos soy una traidora feminista y para otros una nazi derechista, pero soy un ser humano complejo”, asegura Southern, que reconoce que esa complejidad es la misma que ella le negó a otros cuando creaba contenido político.

Southern no niega la legitimidad del desencanto que la llevó al activismo online, pero señala la insuficiencia de este para proponer alternativas constructivas

Southern asegura que el activismo online tiende a fagocitar la realidad, eliminando los matices, imponiendo dogmas universales a situaciones particulares y, sobre todo, rehuyendo el análisis multidimensional.

Sí, el matrimonio es un gran ideal al que aspirar, pero no, no toda mujer debe quedarse en casa y esperar a su marido con la cena lista todas las noches. Sí, el modelo migratorio actual está fallando tanto a los residentes como a los inmigrantes, pero no, no todo refugiado es un invasor y violador en potencia.

Eso no quiere decir que no siga defendiendo muchas de sus mismas ideas y reivindicando los fallos del sistema institucional. “¿Recuerdas el escándalo de las fosas comunes en Canadá en el verano de 2021? Hasta la fecha, no se ha encontrado ni un solo cadáver en el yacimiento de Kamloops, donde comenzó toda la historia. Sin embargo, el daño ya estaba hecho: un trauma psicológico masivo para las comunidades indígenas, decenas de iglesias incendiadas, millones de dólares de los contribuyentes perdidos y un país más dividido que nunca”, señala.

Además, la exactivista sigue defendiendo que la corrección política está matando la libertad de expresión (por ejemplo, denuncia estar siendo perseguida por el gobierno canadiense por haber contribuido una vez a Tenet Media, un grupo mediático acusado de colaboracionismo ruso), y asegura que sufrió cancelación por cuestiones que ahora empiezan a situarse como debates públicos más aceptados.

En definitiva, Southern no niega la legitimidad del desencanto que la llevó hacia la política online, simplemente advierte de que la solución no está ahí. Y critica la mercantilización del debate político: “Sé que hay empresas que financian discretamente contenidos tanto de derecha como de izquierda para impulsar la legislación que necesitan que se apruebe. No se trata de política. Se trata de apropiarse de tu percepción y vendértela como ideología”, asegura.

Lucy Brown sigue odiando la prensa tradicional igual que antes y rechaza cómo actuaron cuando abandonó a su equipo, asegurando que solo les interesaba escuchar de ella una historia: “Querían reducir a Tommy Robinson a un villano unidimensional que odiaba a las personas de piel morena, al igual que sus seguidores lo veían como un salvador unidimensional de mujeres y niñas. Y ninguna de las dos cosas era cierta. Ninguno parecía comprender que yo seguía defendiendo algo o que alguna vez lo había hecho. Para ellos, yo no era una persona, era una línea en una columna, un sueldo más”.

Pero el desencanto es aún mayor con los que una vez fueron sus compañeros de trinchera: “Cuando Andrew Tate saltó a la fama, observé con incredulidad cómo Tommy utilizaba nuestra historia para defenderlo, a pesar de haber sido uno de los primeros en decirme que Tate era un violador en 2018”.

Así que si el mundo online no es una alternativa, ¿cuál es entonces la solución? “Mantenerse humano”, asegura Southern. “Merece la pena una vida dedicada a la verdad, al amor y a la realidad”.

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