J. Micklethwait y A. Wooldridge, director y gerente de “The Economist”, plantean la necesidad de una revolución política para sacar del atolladero a nuestras democracias maltrechas.

Coincidiendo con la publicación del ensayo de Fukuyama, ha visto la luz The Fourth Revolution, de J. Micklethwait y A. Wooldridge, director y gerente de The Economist. Estrictamente hablando, no se trata de un ensayo de teoría política, pero comparte en gran medida los análisis y preocupaciones de Fukuyama. Una versión de este artículo se publicó en el servicio impreso 81/14 The Fourth Revolution The Global Race to Reinvent the State Autores: John Micklethwait y Adrian Wooldridge Penguin Press. Londres (2014). 320 págs. 16,10 £/21,65 € (papel) / 6,99 £/11,99 € (digital). Los dos autores constatan, como él, la crisis política en la que se encuentran inmersas las naciones occidentales. Pero las propuestas de Micklehwait y Wooldridge resultan más ambiciosas, ya que plantean la necesidad de una revolución, la cuarta, para sacar del atolladero a nuestras democracias maltrechas. Un modelo en continua reivención Según estos autores, desde que nació en el siglo XVII, el Estado de corte occidental ha mostrado una asombrosa capacidad para adaptarse a los cambios históricos y para mantenerse como forma política hasta el día de hoy. En su libro repasan minuciosamente las transformaciones o revoluciones más importantes que han jalonado su evolución. La primera revolución, la absolutista, “inventó” el Estado moderno: un poder centralizado, que se servía de un aparato burocrático y ostentaba la potestad política, legal y jurisdiccional. Después llegaron las revoluciones liberales, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, cuyo logro consistió en transformar democráticamente los regímenes absolutistas. La expansión del Estado Pero también el Estado liberal entró en crisis y así nació, ya en el siglo XX, el Estado Social, cuyo objetivo fue, en principio, mitigar las efectos colaterales del liberalismo decimonónico. Desde entonces apenas se ha modificado el modelo político-social y esto es lo que explica, a juicio de estos autores, su ocaso actual. Tras la II Guerra Mundial se consolidaron los Estados del bienestar, la administración comenzó a asumir cada vez mayores competencias y aumentó de forma excesiva su tamaño. Lo trágico es que, a diferencia de las anteriores revoluciones, que ampliaron cada una a su modo la libertad de los ciudadanos, el Estado mastodóntico dificulta su ejercicio. Para los autores de “The Fourth Revolution”, la expansión ilimitada del Estado ha tenido efectos antidemocráticos Micklethwait y Wooldridge defienden apasionadamente la perspectiva liberal. Pero no son críticos con los programas de bienestar, ya que los conciben como un resultado lógico del propio liberalismo. Lo que tratan de poner de manifiesto es, precisamente, cómo la expansión ilimitada del poder político ha tenido poderosos efectos antidemocráticos. La salida a la crisis Pero ¿cuál es su propuesta para salir de esta crisis política? Los autores critican la timidez de la reforma liberal-conservadora de los ochenta –la de Reagan y Thatcher–: la califican de “media revolución”. Por otro lado, recuerdan que la tendencia a dilatar el Estado no es patrimonio de la izquierda: Bush hijo fue el presidente norteamericano que más decididamente hizo crecer el tamaño de la administración desde Johnson. Si en la actualidad las cosas no funcionan, estos autores atisban en el horizonte algunos síntomas que revierten la decadencia. En primer lugar, el propio fracaso de las democracias liberales pone en evidencia la inminente necesidad de un cambio. En segundo término, la innovación que se está produciendo en un entorno globalizado y el protagonismo que están adquiriendo los países emergentes fomentará una competencia que, presumiblemente, mejorará la gestión pública. Y, por último, los avances que hace posible la sociedad de la información pueden ser aprovechados para modernizar y mejorar la gobernabilidad. Reflotar la democracia liberal exigirá muchos cambios y muchos sacrificios. Entre otras cosas, implicará “utilizar el poder de la tecnología para ofrecer mejores servicios. Conllevará ser capaz de apropiarse de ideas más inteligentes de otros lugares del mundo (…) Pero su núcleo está relacionado con dos grandes principios liberales: revivir el espíritu de la libertad subrayando más la importancia de los derechos individuales que de los sociales. Y recuperar el espíritu de la democracia reduciendo el peso del Estado”, concluyen.

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